La tendencia Fintech ausente

En el último mes han tenido la oportunidad de leer en esta columna dos artículos referidos a los retos y tendencias en el sector de medios de pago y a la disrupción tecnológica que, desde China, se está propiciando en este mismo sector dentro y fuera de sus fronteras. Ambos textos no son casuales ya que conviene prestar especial atención a cómo se está moviendo el mercado, no ya al avance de las nuevas tecnologías en este ámbito sino a la capacidad de anticiparse a las necesidades ya manifiestas de un segmento de la población, cada día más numeroso a nivel global por la rápida adopción tecnológica en áreas donde hasta hace pocos años no existía, dispuesto a adoptar soluciones digitales en sus actividades cotidianas y a cambiar las reglas de juego en el tablero del sistema financiero.

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La exclusión financiera que muchas entidades han tratado de combatir tradicionalmente ampliando sus redes de distribución para llegar hasta el último rincón de la geografía, en muchos países africanos, asiáticos y sudamericanos la han contrarrestado empezando por la transferencia de dinero entre personas mediante el móvil en zonas donde, hasta hace poco ni siquiera existía teléfono fijo, internet ni sucursales o delegaciones bancarias. Este verdadero salto de la “nada” a la digitalización de las transacciones económicas es el gran motor que está impulsando el desarrollo de soluciones para tramitar otro tipo de operaciones o de productos, como la gestión del ahorro, de las inversiones o la financiación.

En las economías occidentales, según el informe de Instituto TIAA & GFLEC, los jóvenes presentan una alta adopción por las tecnologías móviles, pero tienen una escasa educación financiera. Entienden bien conceptos como ahorro, préstamo, consumo o inversión, pero bastante mal las operaciones de riesgo y los seguros. En este segmento la tecnología no ha ayudado a mejorar su formación financiera. En cambio, en países como China, los jóvenes han desarrollado esa formación al mismo tiempo que han abrazado la innovación tecnológica, por lo que están más abiertos a la contratación de productos financieros digitales, a tolerar mejor el riesgo y a gastar más por estos canales. Ese comportamiento lo han perfeccionado en su país y esperan continuar ejerciéndolo en cualquier otro que visiten.

Este es uno de los retos a los que se debe enfrentar el sector financiero, tanto el tradicional como el constituido por las Fintech, ya que no se trata tanto de afrontar la disrupción tecnológica sino de lograr que los usuarios avancen al mismo tiempo, sean personas físicas o empresas (sobre todo las PYMES), tanto en adoptar las nuevas soluciones como en trasladar las decisiones financieras de los entornos convencionales a los digitales.

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En su último informe sobre las tendencias que están construyendo la industria Financiero-Tecnológica, McKinsey distingue 4 modelos operativos. Tres de ellos los apuntamos en el artículo de la semana pasada: starups que desde la tecnología aportan soluciones innovadoras a la oferta de la banca convencional, pero que deben captar un número importante de usuarios para ser rentables; bancos tradicionales que cuentan con el conocimiento del negocio y una alta capilaridad en todos los segmentos de clientes, pero que deben invertir en adaptar su operatoria básica a los nuevos canales digitales; y gigantes tecnológicos que parten de la mayor cantidad de datos, personales, psicológicos y de comportamiento de compra, pero que necesitan monetizarlos con un modelo de negocio en el que les resultará fácil dirigir las decisiones financieras aunque no cuentan con preceptiva autorización regulatoria. Y el cuarto, los proveedores de infraestructuras tecnológicas para ayudar a las entidades financieras a alcanzar sus objetivos de digitalización.

Cada uno de estos modelos se enfrenta a grandes desafíos, dependiendo de su posición (respectivamente: captación y fidelización de usuarios, adecuación de las inversiones en tecnología, adaptación a los sistemas regulatorios, y capacidad técnica y escalabilidad), que deberán sortear en base a su habilidad para detectar las tendencias del mercado.

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Destaco las que, según McKinsey, pueden ayudar a su desarrollo: consolidación de la actividad a nivel nacional, debido a las grandes diferencias en las normas regulatorias de cada país, antes de dar el salto a escala internacional; uso de algoritmos complejos que combinen el análisis financiero convencional con la explotación de bases de datos sociales y conductuales; combinación de los recursos tecnológicos con los de marketing para capar la atención del usuario; ejecución de planes de negocio realistas con crecimientos probados para la atracción de la mirada de nuevos inversores; creación de interfaces operativos que satisfagan a los usuarios, tanto a nivel funcional como de imagen; y colaboración entre banca tradicional y nuevas fintechs para compensar recíprocamente sus debilidades con sus fortalezas.

Los informes de este sector analizan los retos y tendencias desde la perspectiva de la empresa y sus requerimientos tecnológicos, de inversión, competencia, regulación, etc. En cambio, como decía cuatro párrafos más arriba, echo en falta la solución al desfase existente entre la oferta de aplicaciones digitales verticales y las competencias de los usuarios para decidir su utilización en operaciones financieras frente a los canales convencionales. O cómo salvar cuestiones como la confianza, la formación y la pertinencia de la solución.

José Manuel Navarro Llena

@jmnlena

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