La “mano invisible” emocional

Tengo muchas razones para disfrutar la lectura de las columnas diarias de Luis G. Chacón, pero destaco dos fundamentales para escribir artículos que contengan análisis de temas de actualidad: un profundo conocimiento de la historia y una pragmática capacidad para observar la dinámica económica de nuestra sociedad y sus implicaciones en la vida de los ciudadanos. Recientemente, abordó la situación del campo y de las manifestaciones de los agricultores, y nos recordó que la propuesta del gobierno de fijar los precios de los productos “nos haría volver al franquismo cuando las barras de pan de un kilo pesaban medio porque la Junta General de Precios mantenía el del pan en las tahonas, pero era incapaz de controlar el de sus elementos de producción”. Finalizaba apostillando que “en cuestiones económicas los extremos se tocan”.

Es cierto, se tocan porque los actuales modelos económicos parten del principio de racionalidad que impera en los mercados que se autorregulan sin necesidad de intervención gubernamental, ya que los mecanismos de oferta y demanda alinean el flujo de productos de los productores con las necesidades de los consumidores mientras ambos comparten el objetivo de maximizar sus beneficios. Y, por otra parte, aquel principio se institucionaliza en los mercados intervenidos por sistemas totalitarios, en los que los ciudadanos ceden su capacidad de elección a favor de quienes les gobiernan bajo el supuesto de que la maximización de beneficios es para lograr el bien común. Pero, en ambos casos, la racionalidad es limitada como defiende R. Thaler, quien además asegura que la falta de autocontrol por parte de las personas y de los colectivos afecta a sus decisiones y, por consiguiente, a los resultados de la economía global.

Akerlof y R. Schiller apuntaron la idea de que «entender la economía es comprender cómo es impulsada por los espíritus animales. Así como la mano invisible de A. Smith es la nota clave de la economía clásica, los espíritus animales de Keynes son la clave de una visión diferente de la economía, una visión que explica las inestabilidades subyacentes del capitalismo». Esos espíritus animales hacen referencia a las dimensiones emocionales de las personas en todos sus ámbitos de decisión; dimensiones que pueden ser medibles y predecibles y, por tanto, controlables. Este hecho, tenido en cuenta para diseñar e impulsar políticas económicas que faciliten la vida de las personas, puede implicar un éxito tangible a través de un menor coste en su aplicación y una mayor satisfacción de aquéllas. Valgan como ejemplos las iniciativas impulsadas en Reino Unido, Francia, Estados Unidos o Haití para mejorar las ratios de participación tributaria de los ciudadanos, de consumo responsable de agua o de reciclado de materiales, mediante la aplicación de modelos de economía del comportamiento diseñados por equipos especializados dependientes de la administración central.

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Abandonar la concepción racional del “homo economicus” que subyace en la teoría neoclásica (J.S. Mill) significa elaborar un nuevo contrato social para dejar atrás las derivas especulativas del neoliberalismo y las ambiciones desmedidas y oscuras del trasnochado comunismo. Ambas praxis han demostrado dejar de lado a las personas para favorecer a los monopolios, el primero, y a las élites del partido, el segundo. El nuevo contrato social debe entender cómo nos comportamos y cuáles son nuestras necesidades reales que deben ser cubiertas desde una posición de igualdad de oportunidades y de intercambio justo entre quienes venden y quienes compran. Ello exigirá “domesticar al capitalismo” (J.E. Stiglitz) para evitar los desequilibrios sociales y políticos actuales y establecer nuevas reglas de relación entre los ciudadanos, los gobiernos y los mercados en las que el sistema económico sirva a los primeros, en lugar de someterlos o sojuzgarlos para beneficio de los poderes que realmente controlan la economía y la política globales.

Tomando como referencia la máxima de R. ChatawayIf you are in business, you are in the business of behaviour” (“si haces negocios, estás en el negocio del comportamiento”), entenderemos que las personas están implicadas en todos los procesos económicos, sean privados o públicos, afecten a la relación de la empresa con sus clientes o con sus empleados, sean bienes y servicios los que se adquieren o se participe a nivel tributario; tras todas las transacciones, conductas laborales o de los contribuyentes subyacen tomas de decisiones que son impulsadas no conscientemente y que tienen más que ver con los sesgos cognitivos que las determinan que con la racionalidad que se supone aplicar cuando se justifican.

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Smith concibió la “mano invisible” que impulsa las decisiones de las personas en la búsqueda de su propio beneficio e interés, orientando su actividad para producir el máximo valor al conjunto de la sociedad, aunque no fueran conscientes de ello; y exploró las conductas humanas empáticas como fundamentales para sostener el progreso económico y rechazó las egoístas o utilitaristas que lo condicionan. En un momento dado, aquella “mano” se convirtió en racional conduciéndonos a modelos desequilibrados en los que la desigualdad se ha hecho más evidente e insalvable, convirtiéndose en ideológica y política en lugar de económica (T. Piketty). Quizá sea el momento de que vuelva a ser emocional (o moral).

 

José Manuel Navarro Llena.

@jmnllena

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