A estas alturas de la película, ni me creo que el Granada CF vaya a desaparecer, ni tampoco que su presidente Ignacio Cuerva se haya lanzado a la aventura sin un chaleco salvavidas. Lo primero es por el empeño de unos pocos de miles irreductibles cuyo sentimiento ensalza y dignifica el valor de la entidad. Y lo del dirigente, pura visión empresarial. A nadie que tenga depositados sus intereses económicos en la ciudad le gustaría cargar con el título de enterrador del equipo que fielmente la representa, máxime cuando su incursión fue voluntaria y con un conocimiento depurado del enorme riesgo al fracaso que existe.
Sí que, sin embargo, me ofrece serias dudas que lo recaudado con la campaña ‘Yo también me sumo’ sirva para paliar algo más que los excesos cometidos en esta temporada. Incluso a pesar de que el Ayuntamiento despachará un dinero de la ciudadanía sobre el que cabría, y se debería, exigir transparencia, aunque sólo fuese por encaminar a la entidad hacia un uso razonado y responsable. Y es que, disculpen las molestias, sólo veo ‘soltando la gallina’ a aquellos, admirables todos, que nunca supeditaron su apoyo ni a las posibilidades de sus economías ni a unos resultados deportivos que, en términos generales, fueron francamente malos durante los últimos veinte años.
El éxito económico y social de la campaña, y por ende el bienestar de la entidad, dependerá de en qué grado se cuantifique la sensibilidad de ese resto de ‘aficionados’, granadinistas generalmente perezosos, que sólo se congrega al calor de un determinado resultado. Y por esos, yo no me juego la mano. Vaya hacia ellos mi más profundo respeto, pero también el aviso de que el fútbol de Granada no sólo se distingue del de Sevilla, Málaga o Barcelona (donde luce ejemplar la del Español) por el acierto de los gestores de turno o de los que chutan a portería, sino por el grado de compromiso y fidelidad que sean capaces de mostrar quienes pueden marcar el primer gol desde las gradas.