– Hola Claudia. Quería pedirte un favor. – Encuentro a mi víctima recostada en el sofá y entre volutas de su humeante té. Parece de buen humor.
– Lo que quieras, para eso están las hermanas mayores. – La esperanza es lo último que se pierde. A lo mejor es verdad que por fin me echa una mano.
– Ya, vale, gracias. Verás, es que en Marzo tengo que leer una tesis y me preguntaba si sería posible que tiraras de exnovios para ver si alguno tiene algo que me valga.
– Debería darte vergüenza Daniela. Ya sabía yo que tu dilapidada existencia terminaría por pasarte factura. ¿Has leído el cuento de la cigarra y la hormiga? – Pone esa cara tan suya de despecho con la nariz en punta.
– ¿Cómo puedes ser tan cínica? Tú, el Cigarrón Supremo. Sin ir más lejos tu tesina te la hizo aquel pobrecito de Jorge y encima le cambiaste el tema dos veces.
– Sí, es que no terminaba de alcanzar el tono dramático que Dickens necesitaba, aunque he de reconocer que con las hermanas Brönte hizo un gran trabajo. Pero no te confundas. Ese fue un favor que yo le hice. Gracias a mí, él también es ahora Doctor.
– Sí bueno, es cirujano vascular… – mejor no irnos por las ramas. – Vamos Claudia, yo me pliego a cualquier cosita que tengan ya hecha. En principio va de algo de tierras y eso, pero si tienes alguna disponible y resultona puedo intentar darle un cambio de orientación. Por qué no hablas con el ingeniero agrónomo ese que da clase en la complutense. Seguro que tiene algo que me valga.
– Daniela pídeme lo que quieras. Ya sabes que eres mi debilidad. Si me pidieses que cruzase el Jordán a nado bien sabes que no replicaría, pídeme que escale el Everest y allí estaré con semblante sonriente. Pero estamos hablando de principios. Mis principios. Y ahí sí que, con todo mi dolor, debo decirte NO.
– Claudia, que yo conozco tus principios y se parecen mucho a tus finales: actos inmorales sólo si son en tu propio beneficio.
– Tú lo has dicho. No quiero que mi hermana pequeña cometa mis errores. Trabaja, Daniela, trabaja.
– Adiós Claudia – y cierro la puerta creyéndolo todo perdido.
– ¡Daniela! – Vuelvo sobre mis pasos esperanzada. Ha recapacitado. La miro ilusionada esperando sus reconfortantes palabras.
– ¿Me traes una cookie de arándano?