Etiqueta: Juan

Cómo llegué a tener un diamante

 

2012-11-18 14.31.5814 de Febrero de 2012

17:00 P.M

Mientras me enfundo en mis zapatillas-conejo preparada para pasar San Valentín viendo Divinity y comiendo palomitas pienso en cuanto mal ha hecho Pretty Woman en el colectivo femenino.  En el justo momento que suena el microondas con el inconfundible pop, recibo llamada de Juanito, mi amigo multimillonario. Me necesita urgentemente, palabras textuales, quiere llevarme a cenar a “Villa Oniria”. Cambio de planes… Adiós zapatillas peluche  aquí llega mi Richard Gere particular.

Baño de espuma y música de Roxette. Lencería roja, vestido rojo y tacones interminables. Antes de salir, pasada por el whatsapp para informar a todos mis contactos que tengo una cita.

20:00 P.M.

Llega Juanito en su Porsche  con un enorme ramo de flores. Adoro San Valentín, así si gusta celebrarlo. Con millonario y  flores es como de verdad tiene encanto esta fecha. Saludo a Juanito e intento hacerme con el ramo. Juan lo retira hábilmente.  No son para mí, son para una tal Adele Boriskaya. Una heredera Rusa de la que está prendado. No debí precipitarme anunciando el fin de mi soltería en el dichoso whatsapp y en Facebook.  ¿Qué pinto yo en la cena? Adele ha venido con su hermano y Juan se comprometió a buscarle una acompañante. Me cuenta los detalles de los Shrisvskaya, al parecer están forrados pero forrados. Juan no se cree digno de la tal Adele. Yo si me veo digna del ruso y aun sin conocerlo les aseguro que le amo. Lo de Juanito nunca hubiese funcionado. Si juego bien mis cartas todavía puedo quedar bien con mi agenda.

21:00 P.M.

Adele ha venido a dar un curso de flamenco en el Sacromonte. Quiere ser bailaora. Juanito le da el ramo. Adele rechaza el ramo, es alérgica a la rosa común y a otras 170 cosas. Va a flipar en el Sacromonte.  Daniela recoge el ramo y sonríe al ruso. El ruso solo habla en ruso. Un claro inconveniente para nuestro futuro en común que él no deja de decir ruserías. Estoy dispuesta a pasarlo por alto. La conversación no es todo en una pareja.

En el segundo plato Juanito saca una cajita de terciopelo monísima y se la entrega a Adele. Un maravilloso diseño de Suarez brilla en su interior. Se lo señalo entusiasmada al ruso a ver si coge ideas. La chica mira con desprecio la caja. Las esmeraldas le traen mala suerte, le parece un insulto el regalo y lo tira airada a Juanito. Juanito, desesperado arroja el anillo que sobrevuela el solomillo del ruso, si a ella le traen mala suerte a él también. En una elegante pirueta recoge Daniela justo antes de que aterrice en la langosta de la mesa quince. Antes del postre el marcador personal de Daniela ya cuenta con un ramo y un diamante con esmeraldas.

Durante los profiteroles Adele nos deleita con una exhibición de su Russian-flamecova. Desde luego resulta curiosa aunque el entusiasmo de Juanito resulta algo sobreactuado. En uno de sus aspavientos le tira una copa de champagne a la rusa que indignada se levanta y retira la promesa de acompañarlo al bautizo del niño de Marta Ortega.  Sonrío a Juanito y le indico que estoy libre en esa fecha. Sonrió a mi ruso por si él también está invitado y duplico mis posibilidades. El mejor San Valentín de mi vida. El mejor con diferencia. Les digo que para celebrar como Dios manda éste día con flores y diamantes lo del novio es casi lo de menos.

La finca «El Señorío»

© spe - Fotolia.com
El Señorío nevado

Tras las vacaciones de Navidad he ido alargando lo posible el fatídico momento, pero a finales de febrero ya me resultaba del todo imposible librarme de ir a «El Señorío». Hacía un frío horrible y me dolía la garganta una barbaridad, pero mi jefe es un ogro que no atiende a razones. Cuando lo llamé para explicarle el asunto, me expresó en términos de lo más tajante que tenía diez minutos para salir de la cama y poner rumbo a la finca. Él y sus amigotes llevaban esperándome allí tres días y estaban obcecados en que me personase.

– Pero, Dr. Valle, – es como llamo a mi jefe cuando quiero que sepa que estoy herida. Y esta vez se había pasado de la raya de largo, – comprenderá que en la delicadeza de mi estado un golpe de frío puede resultar fatal.
– Daniela, de algo hay que morir. Si no estás aquí para la una y media te garantizo que tu estado va a empeorar drásticamente en cuanto te pesque.
– ¡Dr. Valle! – Exclamé airada.
– Ni Dr. Valle ni caracoles en vinagre. Ven para acá de inmediato. Te repito que aquí hay seis personas que se han desplazado desde distintos puntos de la geografía española para intentar darle un empujón a tu dichosa tesis. Anteayer se nos cayó el Dr. Berenguer al río al tratar de recoger unas muestras de fluvisol y esta mañana, a las siete menos cuarto, ya estábamos todos montando el simulador de lluvia.

La cosa pintaba regular y decidí que era mejor claudicar, así que llamé a mi amigo Juan, ya saben, ese que es tan rico y siempre tiene tiempo libre. Es un encanto y enseguida se prestó a recogerme en su coche, que es fantástico y llevas el trasero exactamente a la temperatura que tú eliges con un mando con el que puedes hacer otro sinfín de cosas estupendas. Además, Juan tiene no sé qué parentesco lejano con el dueño de «El Señorío», por lo que se sabía bien el camino. Llegamos sobre las dos y cuarto. Enseguida avisté a mi jefe y al Dr. Berenguer en lo alto de un olivo. Eso es, ellos jugando a los indios mientras yo me debato entre la vida y la muerte. Les pitamos con energía, lo que los sobresaltó e hizo caer al pobre Dr. Berenguer.

– ¡Hola Daniela! – Saludó el Dr. Valle, emocionado. – ¡Ha llegado Daniela! – Comenzó a vociferar después. De distintos olivos fueron apareciendo caras familiares de edafólogos-geólogos. –Estábamos recogiendo muestras de frutos en distintos estados de evolución.
– Sí, seguro, – contesté con suspicacia mientras me apeaba del coche. – ¡Uy que frío! – En cuanto tomé contacto con el exterior me dispuse, aterida, a enmendar el error, volviendo al interior de inmediato.
– Exactamente tres grados bajo cero. – sentenció el Dr. Valle, al tiempo que me agarraba del brazo impidiendo mi regreso al interior del vehículo. – No te vuelvas al coche, que tienes que hacerte unas fotos con el simulador.
– Quite, quite, me añaden después con el Photoshop, – decía yo furibunda tratando de desasirme de él.

Echaba de menos mi control del calor en el asiento. Todos tenemos un límite y el mío está en los ocho grados. Por debajo de eso no soy persona, no lo soy y ya está.

– Ni hablar del asunto. Ven para acá que todo el equipo te está esperando.

En efecto, a nuestro alrededor se habían congregado ya el grueso de los edafólogos-geólogos, con lo que me dispuse a saludarlos efusivamente. Y es que es verdad, yo les tengo mucho cariño. Sin embargo, tras casi quedarme pegada a la cara del primero y observar que del Dr. Berenguer colgaban dos estalactitas a la altura de la nariz decidí controlar mis impulsos.

– Bueno, mejor no os beso no vaya a contagiaros lo que tengo – les dije con ternura mientras agitaba la mano a modo de saludo alternativo.
– Gracias por venir, Daniela, – exclamó el Dr. Ramos con emoción.
– De nada. De nada. Somos un equipo – respondí en plan cómplice.
– Venga, vamos a hacer esas fotos – intervino el Dr. Berenguer que señaló una especie de cabina telefónica que habían instalado a unos trescientos metros. Me pareció razonable y mis colegas y yo nos trasladamos hasta la cabina, donde me hice un montón de fotos con distintas temáticas, que si ahora una pala, que si ahora unos prismáticos. Estaban todos contentísimos, incluido el Dr. Valle.

– ¡Bueno! Pues ha llegado el momento de comer. Don Carlos, el dueño de la finca va a venir a tomarse unos bocadillos con nosotros para conocerte.
– Ya que me gustaría quedarme, ya – sentencié con cara de pena. – Pero me esperan en Granada. Una transfusión sanguínea, ¿sabe? – Ya os había dicho que por debajo de los ocho grados mi cerebro no funciona. Es lo primero que se me ocurrió, pero lo que me estaba a mi faltando era comerme un bocadillo mientras se me congelaba el trasero.
– ¿Una transfusión? ¿Donadora o receptora? – Preguntó preocupado el Dr. Berenguer.
– No puedo dar detalles, es un asunto muy personal – respondí mientras me subía al coche al que me había ido acercando con disimulo.
– Pero Dani, Don Carlos viene de Lucena.
– Ya ve usted, la rabia que me da, con la gana de conocerlo que tengo, – dije poniéndome el cinturón y gesticulando disimuladamente a Juan a que arrancase. – ¡Feliz semana a todos!

Y desde luego que fue una semana original, porque poco después empezó a nevar y se quedaron incomunicados en la hacienda de Don Carlos. Aquello debe estar espectacular nevado. Debió de ser como pasar las vacaciones en Canadá, pero mi jefe nunca está contento con nada. Cuando nos vimos el lunes siguiente en el Departamento no sólo no parecía contento sino que casi rozaba lo hostil.