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Un romance de peso

En A por la 38
© Pétrouche - Fotolia.com

¡Lo que me faltaba! A mi hermana Claudia, la rompecorazones de la familia, le ha dado por montar un consultorio sentimental on-line. Lo más increíble es la buena acogida que ha tenido. Le salen casos como churros, y eso que sus consejos, en mi opinión, no son ninguna maravilla. Pero, en fin, mejor juzgad vosotros mismos. Aquí os dejo el caso de Paloma.

Querida Claudia:
Me he enamorado. Se llama Ramón, y no puedo dejar de pensar en él. Siempre me han hecho tilín los hombres-oso, y él es un auténtico cavernícola del siglo XXI. ¡Qué mandíbula! Todo lo que sé de él es que trabaja en el gimnasio «A por la 38» y que algún día será mi marido. ¿Cómo lo consigo?

Querida Paloma:
Nada más fácil, lo primero que tienes que hacer es apuntarte a las clases de Ramón. Estás de suerte, en «A por la 38» hay rebaja para nuevos clientes con motivo de la operación bikini. Mi hermana Daniela y mi amiga Veruka se han apuntado y están muy contentas.

Querida Claudia:
No es mala idea, me vendría genial perder un par de kilos. Lo malo es que siempre he sido un trasto en los deportes y temo quedar en ridículo.

Querida Paloma:
No seas tonta, lo mismo es profesor de yoga y todo lo que tienes que hacer es cerrar los ojos y ponerte trascendental. Por cierto, si te interesa perder algo de peso te puedo pasar la dieta del berberecho. Veruka la está haciendo y le va genial. Al parecer, es cosa sabida que el berberecho es el secreto mejor guardado de Angelina Jolie.

Querida Claudia:
He ido a informarme. Ramón da algo llamado spinning. ¿Se parece al yoga? No sé qué decirte del berberecho. El año pasado hice la dieta del pomelo, que es en la que Jennifer Aniston tenía depositada su confianza antes del tema de los potitos, y no adelgacé ni un gramo.

Querida Paloma:
Claro que sé lo que es el spinning. Te va a encantar. De hecho, seguro que coincides con Daniela y con Veruka. La dieta del berberecho sí que es efectiva. Al parecer, todo Hollywood sabe que el pomelo tuvo más culpa que Angelina en la ruptura entre Brad y Jennifer. La dieta del berberecho va escalonada por niveles. Veruka ya ha pasado el nivel uno: “Berberechos y otros lechos”, y el nivel dos: “Al berberecho derecho”.

Querida Claudia:
He decidido hacerte caso y me he apuntado a lo del spinning. No empiezo hasta mañana, pero hoy he ido a mirar. Tu amiga Veruka está increíble encima de la bici y parece divertirse mucho, por no hablarte de Ramón que ni te imaginas lo que gana empapado de sudor. No sé cómo he tardado tanto en apuntarme. Me siento más en forma solo por haber pagado la matrícula. Incluso me veo más delgada. El «A por la 38» es un gimnasio increíble.

Querida Paloma:
¡Ese es el espíritu! Adjunto te envío la dieta del berberecho. Me dice Veruka que es vital acompañar el berberecho con una taza de té rojo sin azúcar y con mucho limón.

Querida Claudia:
Perdona que no te escribiese ayer. No he podido mover los dedos hasta esta mañana. Tengo unas agujetas de campeonato, y eso que me bajé a los diez minutos de la bici. Apenas me cabía medio culo en el sillín. Ni que decir tiene que dejamos lo de las tapas para otra ocasión. ¿Daniela también hace la dieta del berberecho? A ella no le está dando tan buen resultado. Por cierto, me dice Veruka que conoces a mi Ramón. Coincidisteis en un curso de verano en Inglaterra.

Querida Paloma:
He hablado con Veruka. No sé como decírtelo, pero a Moncho, que es como le llamábamos, no le gustan las mujeres. Por cierto, Daniela está haciendo la dieta de los puntos, pero, qué quieres que te diga, yo no creo que sea como ella dice. Ayer la pesqué zampándose un croissant con Nocilla y seguro que eso no lo incluye la dieta original en ninguno de sus niveles.

Querida Claudia:
¿Qué insinúas? Hoy, para no cansarme, me he saltado la clase y Daniela y yo hemos esperado a los chicos en «La Alegre Tapichuela». Ramón ha estado encantador. Es verdad que en las distancias cortas puede resultar algo metrosexual, pero es muy masculino, incluso usa «Baron Dandy». Veruka ha traído su propio tupper con los berberechos. Es un encanto. Va por el nivel tres de la dieta: “Aprovecho el berberecho”, en el que al parecer duplicas la cantidad de té. Yo, al final, voy a hacer la dieta de Daniela, porque se adapta muy bien a cada persona y se basa en la compensación. Por ejemplo hoy nos ha permitido compartir una rosca de jamón y otra de lomo. Para contrarrestar, mañana no podremos tomar tapa.

Querida Paloma:
Olvídate de Moncho. Es gay-sexual, gay-sexual. Te lo digo yo que estuve todo un verano con él y no me tiró los tejos.

Querida Claudia:
Hoy, mientras Dani y yo nos saltábamos la clase para tomarnos un par de roscas y una ración de ensaladilla rusa, hemos hablado de Ramón. A ella tampoco le parece que no le gusten las mujeres. Estoy muy contenta con el gimnasio y con la dieta de tu hermana. La verdad es que se me adapta como un guante, estoy segura que ni mañana ni pasado me van a apetecer las tapas. Estoy llenísima. No como Veruka, a la que se le iban los ojos detrás de nuestra ensaladilla.

Querida Paloma:
No pensaba decírtelo, pero me obligas a ello. Ramón y yo fuimos juntos a bailar una noche en Edimburgo y no intentó nada conmigo, y mira que llevaba un escote palabra de honor. Comprenderás que el asunto no deja lugar a dudas sobre su orientación.

Querida Claudia:
Mañana Dani y yo volveremos a las lecciones de spinnig. Hoy nos hubiese encantado ir, pero nos hemos encontrado en “La alegre Tapichuela” por casualidad y nos ha dado apuro no pedir nada. Al final nos hemos puesto las botas. Hemos echado cuentas y no nos vuelve a tocar comer hasta el martes que viene, así que vamos a tener un montón de tiempo para la bicicleta a partir de mañana. Veruka está apunto de llegar al nivel cinco: “El techo del berberecho”. Estoy orgullosa de ella. No veo concluyente el asunto de Edimburgo.

Querida Paloma:
Tú no me has visto en palabra de honor. De haberlo hecho no dirías eso.

Querida Claudia:
Hoy Daniela, Ramón y yo hemos visitado a Veruka en el hospital. Ayer le dio un patatús justo al terminar su segundo litro de té. Tengo que acelerar las cosas con Ramón, desde que voy al gimnasio he cogido dos kilos. Mañana vuelvo a la bici de todas, todas.

Querida Paloma:
Olvídate de Ramón y deja el gimnasio, Dani y tú no os podéis permitir seguir ganando peso.

Querida Claudia:
Perdona que no te escribiese ayer, pero es que me disloqué la cadera al subirme a la bici. Ramón me llevó al hospital y comparto habitación con Veruka, que está mucho mejor y goza de un excelente apetito. Daniela nos ha traído unos bombones y luego Ramón me ha invitado a cenar. Al parecer le gustan las chicas rellenitas y está encantado con mis tres nuevos kilos. No lo dice con maldad, pero en su opinión eres demasiado flacucha y el escote palabra de honor te lo resalta. Muchas gracias por tu ayuda. A nuestra primera hija le pondremos Claudia.

Querida Paloma:
Hacéis bien, es un nombre precioso.

¡En marzo leo la Tesis!

¿Y qué le cuento yo al tribunal?
¿Y qué le cuento yo al tribunal?

 

Sorpresita de nuevo año de mi jefe. En Marzo leo la tesis.  La cosa no tiene arreglo. Está decididísimo. La catastrófica noticia me ha llegado esta misma mañana. Eso me pasa por cogerle el móvil, soy una blanda y lo voy a pagar bien caro. No sé desde cuándo lleva rumiando el tema mi jefe, el Doctor Carvallo, pero debe llevar lo suyo porque me ha dado detalles de lo más espeluznantes. Al parecer va a haber un tribunal para mí solita. Tengo que enterarme de si tienen potestad para enviarme a la cárcel, porque  me huelo que la primavera me pilla en chirona. Llevo todo el día recordando la trágica conversación con Carvallo.

– Daniela, en Marzo lees la tesis.

– ¿La tesis de quién? – De vez en cuando a mi jefe le da por darme alguna tesis a ver si se me pega algo. Yo las guardo dos semanas y luego le digo que he cogido cantidad de ideas.

– La tuya claro.

– ¿LA MÍA? – Este hombre es un inconsciente o es una broma pesada. Para leer una tesis hay que tener una tesis que leer.

– Uy no, no. Mis resultados van a dar mucho que hablar y no quiero precipitarme. Ya le digo que podría ser una conmoción para la sociedad edáfica. – se necesita tener mal gusto siquiera proponer algo así.

– Que se conmocionen. Tú lees la tesis en Marzo y no hay más que hablar. De hecho para Reyes tendrás un tribunal.

– ¿Tribunaaaaaal? Yo no quiero un tribunal para Reyes. Quiero unos pendientitos de Swarosky.

– Daniela, no digas más disparates. El Dr. Rasputov va a ser el presidente del tribunal. – Dios mío, Dios mío. El Rasputín ese es un ruso que no se anda con chiquitas. No descarto que me ejecute sobre la marcha.

– Es que en Marzo no puedo. Me operan. Es una operación muy larga y entre preoperatorio y postoperatorio se nos va el mes

– ¿De que te operan? –puedo sentir su recelo.

– Pues…bueno…es un secreto. – Ya me he operado de apendicitis tres veces, de cataratas, de un ojo vago. Tengo que andarme con pies de plomo, el repertorio está agotadísimo

– Daniela no voy a retrasar tu tesis porque quieras ponerte pecho.

– ¡Yo no quiero ponerme pecho!… ¿Cree que tendría que ponerme pecho?  –  ¿Será un secreto a voces en el mundo de la edafología? Lo ha dicho con mucha convicción.

– No, no…Daniela, en Marzo lees la tesis. Si tengo que trasladar al tribunal al Hospital lo traslado pero tú lees la tesis como que yo me llamo Carvallo. –No veo mala idea leerla en el hospital, así me pilla cerquita después del linchamiento.

¡Qué panorama de Navidad! Sin novio, sin pendientes, sin pecho… y con una tesis por hacer. Espero que haya algo en “El rincón del vago” .

Mi amigo Beltri

 

Las secuelas de Halloween
Las secuelas de Halloween

 

– Muchas gracias por venir Daniela. Después de nuestra última cita no tenía nada claro que aceptases verme.  –  La última vez que lo vi acabamos en comisaría.

– Quita, quita Beltrán, estoy encantada. ¡Uy, pero qué blanquito estás!. ¿Has perdido peso?  –Pregunto mientras me siento en nuestra mesa.

– Dani, he cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Ahora soy un vampiro.

– ¿Tú un vampiro? – Lo que me faltaba ahora que después de diez años por fin ha terminado Derecho empieza con los complejos. – Lo de que los abogados sois unos chupasangres es un tópico…

– No, no Daniela. Soy un vampiro de los otros  – y me echa una mirada significativa a la vez que saca los dientes en un gesto horrible.

– ¿Te refieres en plan Drácula y esas cosas?  – En otro sería una confesión bastante extraña pero Beltri ha sido ya casi de todo.

– Yo soy más del rollo Cullen.

– Aaaah, ya, – mi madre cuanto tarado suelto.  – Tú no puedes ver la sangre, te desmayas.

– Lo suplo con vocación Daniela. El otro día probé un trozo de morcilla y te digo que no me disgustó…

– Ya bueno, es prometedor, pero comer morcilla no te convierte en vampiro Beltri. ¿Para qué diablos quieres ser tú un vampiro con lo bien que te iba de hobbit?

– Dani, solo quiero avisártelo porque me figuro que te sentirás fuertemente atraída por mí. La vampirez es lo que tiene, os deja listas en un plis-plas. En ese sentido la vida de Hobbit era más tranquila.

Llega el camarero yo pido un café con leche y él un cola-cao y pan tumaca.

– Para ser un vampiro te cuidas ¿eh? Cola-cao y pan tumaca. Eso lleva ajo y no me gustaría que te desintegrases delante de mí. Estaría feo.

– No soy ningún purista. Esto es como los vegetarianos y el queso. Yo soy vampiro pero con mentalidad abierta. Lo que sí que he dejado del todo es el brócoli.

– ¿El brócoli?

– Sí, desde que soy vampiro lo he dejado, como las judías.

– Naturalmente, un vampiro comiendo judías pues como que no.

Y es la verdad. Drácula comiendo judías y luego directo al ataúd con lo mal ventilado que está eso pues es un problema. Beltri me sacó de mis ensoñaciones.

– Daniela. Por favor, no te enamores de mí. No quiero hacerte daño.

– Ya bueno, no te preocupes Beltri, yo soy más de hombre-lobo ¿sabes?. Oye, si ya no te vale el anillo élfico lo acepto encantada.

– ¡Gollum!

– No empezemos Beltri que terminamos en comisaría como la última vez.

– Gollum, más que Gollum – me arrea un mordisco y sale corriendo. Por lo menos esta vez no ha venido la policía.

– ¡Adiós Beltri. Nunca cambiarás!— Vocifero mientras pienso para mis adentros que algún día el anillo será mío. ¿Después de todo, para qué lo quiere un vampiro?

Mi tessoro. Preciosso mío…

HALLOWEEN

Bruja
A ver si me gano el respeto del vecindario de una vez..

La pura verdad es que me resulta una fiesta de lo más antiestética. Eso de decorar la casa con lápidas y calaveras, pues la verdad, no me acaba de convencer. Ayer estuve en una tienda buscando algún adorno coqueto y sin darme cuenta me estaba interesando por el precio de una telaraña gigante  que por desgracia no formaba parte del atrezzo sino un descuido de la limpiadora. Buena negociante la dueña, sí señor, me la vendía por cinco euros si estaba muy interesada  y me regalaba un murciélago tuerto al que le faltaba una pata. No quise hacer más indagaciones pero para mí que también era material original. Deben de haber aprovechado esta fiesta para hacer limpieza de almacén y encima sacar unos euretes.

Luego está el asunto de los disfraces, yo quiero ver qué pinta tendría de princesa o de hada o algo así pero no siento la menor curiosidad por saber cómo me quedaría un hacha atravesándome la cabeza. Más simpatía siento por las brujas y las calabazas. Una amiga de la infancia decía que toda mujer esconde una bruja. Buena o mala pero una bruja. No sé yo qué decirles, en más de una ocasión he tratado de convertir en gato a un par de indeseables y puedo asegurarles que de momento no he tenido mucho éxito. Y lo de volar en escoba pues también estaría sensacional así que este año estoy lanzada a invertir en una buena escoba y en unas medias a rayas rojas, a ver si salgo volando y dejo a todos los vecinos patitiesos de la impresión. Ya verán como ninguno me vuelve a mirar mal por no ir a las reuniones de la comunidad. Una buena puesta en escena y hasta es posible que me arreglen el jardín de balde. Sí, esta perspectiva me está animando, voy a decorar alguna calabaza y a hacerme la interesante por el barrio. Ya saben, algún comentario del tipo: «¿Habéis visto un pelo de ratón? Lo necesito para una cosita» o bien «¡Uy! Mi frasquito con aliento de murciélago que se me caía»… Ya les contaré, ya les contaré JA-JA-JA-JA-JA (Risa malvada, muy malvada).

La Doctora Mousselle

La Dra. Mousselle esperando en el hotel
La Dra. Mousselle esperando en el hotel

– ¿Llamaba, Dr. Carballo? – Mirada inocente y porte orgulloso mientras me adentro en el centro de operaciones de mi jefe. Este hombre me saca siempre de la peluquería en los momentos más inoportunos.

– ¿Llamaba? Llevo tratando de que te presentes más de una semana. Siéntate. – El Dr. Carballo se piensa que yo tengo que estar detrás de la puerta para cuando a él se le ocurra llamarme, pero como tengo el día diplomático y parece que está de buen humor no digo ni pío.

– Daniela, por fin un golpe de suerte. La Dra. Mouselle, de la Sorbona, se ha interesado por tus trabajos.

– Pues sí que es un golpe de suerte sí, claro que los franceses siempre tuvieron buen gusto… – Ya se podía poner menos chulo o me largaba para La France en un periquete.

– Es casi un milagro. Va a venir el lunes para evaluar la posibilidad de concederte una beca Eiffel. Ya te figurarás lo bien que nos vendría el asunto que con lo que se está alargando tu tesis y lo que te pagamos…

¡Dinero! A todo le ponen cifra hoy día. Que mundanidad más espantosa.

– La cosa es que tienes que ir a recogerla el lunes al aeropuerto, invitarla a desayunar y por último llevarla a su hotel. Trata de impresionarla y causarle una buena primera impresión. – Y mirándome muy serio. – Ya sabes, procura hablar lo mínimo posible de Edafología. — Que yo porque tengo muy buen carácter pero la intención del comentario no me gustó un pelo. Un día de estos me entero de que va lo de la Edafología y les pongo los pies en su sitio. No obstante tenía el día concesivo y no quería reñir con mi jefe.

– Tranquilo jefe.  Me la voy a llevar al Palace y después de un par de croissants la “Eiffel” será mía. Ni se figura lo bien, que doy yo en el Palace. Cosa fina.

– No innoves Daniela, no innoves. Mejor desayunáis en el aeropuerto. Su avión llega a las nueve de la mañana así que no te retrases ni un minuto.

– Ay no, lo del aeropuerto no va a poder ser. Siempre me lío para llegar y termino en sitios muy raros. ¿Sabía que existe un pueblo llamado Chimeneas?

– Ya empezamos Daniela. ¡Si te lías mira un plano que nos jugamos mucho, leñe!

– No se ponga cabezón. Dígale usted que nos encontraremos en el Palace que del resto me encargo yo. – y me largué a preparar mi estrategia. Menuda ilusión yo con una beca Eiffel, que caché me iba a dar eso a mí en la próxima reunioncita familiar. El fin de semana me fui de compras y ni se figuran la monada de sandalias que encontré. Algún día serían conocidas como Eiffelitas en mi honor.  El domingo por la noche hice los cálculos necesarios para asegurarme el éxito de mi empresa:

Hora de llegada de Daniela al hotel = Hora de llegada de la francesa al aeropuerto + media hora de retraso del avión + media hora de recogida de maletas + media hora de viaje al hotel -10’ para posibles imprevistos (hay que ser previsor)

Total que a las diez y veinte podía presentarme tranquilamente a esperar a la franchute tan ricamente en el hotel. Pero los acontecimientos empezaron a precipitarse cuando al día siguiente, a las diez menos diez, recibí una llamada:

9:50: La Dra. Mousselle telefonea desde el Palace. No me ve por ninguna parte. Le digo que he ido al baño y que en diez minutos me reúno con ella en recepción. También es mala suerte, será el primer avión que llega a su hora.

10:15: Después de una carrera consigo llegar al Palace con la lengua fuera, para mi desgracia la francesa me avista en el último tramo de recorrido, arguyo que no había jabón y he ido a buscarlo a un hotel vecino pero me da que no se lo traga del todo. La doctora Mousselle, alta, joven y guapa, no parece guardarme rencor por el retraso, si bien es cierto que ni siquiera echa un vistazo a mis “Eiffelitas” mientras nos dirigimos al salón de desayunos. Trae una maleta del tamaño de Córcega pero que es una preciosidad.

10:20: Pongo en marcha el plan: Paso 1) Impresionarla a través de la comida. Pido dos desayunos imperiales. Carísimos pero un innegable golpe de efecto. La Dra. Mousselle me pregunta por mis inquietudes edafólogicas. Me zampo un croissant.

10:25: La francesa me pregunta por mi área geológica. Le zampo un croissant, la cosa se pone fea y tengo que recurrir al paso 2) Distraer la atención con mis conocimientos sobre la Alhambra.

10:26: Descubro la laguna del paso 2: Mis conocimientos sobre la Alhambra son prácticamente nulos. Se impone el paso 3) Largarse sea como sea. Pido la cuenta casi al tiempo que descubro que me he dejado la cartera en el coche. ¡Qué finos son los franceses! A saber lo que está pensando, pero que me sonríe amablemente mientras extiende los cincuenta euros es un hecho.

Coge su enorme maleta y comenzamos la marcha de dos kilómetros hacia el parking. Cuando por fin llegamos no tardo en descubrir que no tengo la menor idea de donde está el coche. Recorremos tres veces completas el parking de punta a punta porteando la enorme maleta de la doctora. A punto de comenzar el cuarto ascenso mi compañera con claros síntomas de asfixia se retira a beber un poco de agua, ocasión que aprovecho para perderle la maleta. La localizo a unos doscientos kilómetros por hora tres parkings más abajo. ¡Lo que corre una maleta con ruedas! Choca contra un ciprés y después de quince minutos conseguimos recuperar la mayoría de la ropa excepto el sujetador de copa de la doctora que, caprichos del destino, está en una rama muy alta. Las Eiffelitas me están matando. La Dra. Mousselle me echa una mano y consigue arrastrarnos de vuelta a la maleta y a mí. Un grupo de japoneses muy amable  nos informan que han avistado el coche en el P4, la exhausta Dra Mousselle y su maleta esperan mientras llego triunfal con mi mini. Como el maletero no se abre, la doctora tiene que sentarse encima de su maleta, menos mal que el coche tiene techo solar y la mujer puede sacar por ahí el cuello. Parece una jirafa.  Cuando llegamos al Hotel Nazaríes el rostro de alivio de la doctora es indescriptible mientras se despide. Descubro por casualidad que me he confundido de hotel, y me empeño en subsanar el error, pero la doctora se niega a volver a subirse al coche. Cortés pero tajante. Rien de rien. En ese momento me llama el Dr. Carballo.

– ¿Cómo ha ido todo?

– Bueno,  impresionada ha quedado muy, pero que muy impresionada.

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¿Una cita perfecta?

Menuda ilusión, pensaba mientras comprobaba con satisfacción el resultado de mis dos horas de preparación frente al espejo. Había sacado del armario modelitos que llevaba más de tres años sin ponerme, pero todo había merecido la pena. Tenía una cita, y no una cualquiera. Iba  a salir con uno de los cinco mejores mentones que he visto en mi vida. ¡Ojalá Arturo pudiese verme! ¡Se pondría verde de la rabia!

Recién acababa de retocarme cuando llamaron a la puerta. Era Bartolomé, que bajo la luz de los alógenos de la entrada era todavía más guapo de lo que recordaba. Para colmo de dichas iba acompañado de un espléndido ramillete de rosas. Me pellizqué un poco para cerciorarme de que todo aquello fuese verdad.

– Hola Daniela, estás guapísima – saludó.

– Gracias Barti. Apenas me ha dado tiempo de darme una ducha y colgarme lo primero que he pillado, – solté con despreocupación. – ¿Quieres pasar y tomar algo? – Bartolome miró el reloj algo nervioso.

– No, no, tenemos que irnos ya. – ¡Uy, qué pillín! Éste ya tenía un plan preparado. Mira que como pensase llevarme a la ópera como Richard Gere a Pretty Woman. Ya le veía declarándose en mitad del Nessum Dorma.

– Oh, vale, voy a poner las flores en agua.

– No, no, ni hablar. Las flores tienes que llevártelas, – contestó agobiado.

– ¿Quieres que vaya toda la noche con las flores? – La verdad, fuese donde fuese que pensase llevarme, no creía que pegase llevar un ramo de flores en plan Doña Letizia en su carruaje por la Castellana.

– ¿Pero dónde vamos?

– Es una sorpresa, pero tenemos que irnos ya. Es que no llegamos. – Caray que misterio.

– Bueno pues vamos, – dije con ilusión mientras cerraba la puerta y empezábamos a bajar a paso ligero las escaleras. Al salir a la calle, Bartolomé volvió a mirar el reloj y, apretando el paso, me llevó hasta su coche, donde comenzó una frenética carrera en la que no conseguí arrancarle más de dos palabras, sobre todo porque el susto me quita las ganas de hablar y créanme que iba asustadísima.

– ¿Bartolomé, no vamos un poco deprisa? – ni caso.

– Uy, yo creo que ese que acabas de adelantar era Fernando Alonso, je, je. – Ni arqueó las cejas.

– Caray, Bart, que yo creo que has atropellado al gato. – Y esta vez no era en broma. Yo creo que se lo llevó de mascarón de proa.

– Hemos llegado, bájate, – dijo repentinamente frente a la puerta del Corte Inglés. Con la velocidad a la que iba pueden figurarse lo que me apresuré en apearme.

– Che, Daniela, las flores que te las dejas – y me alargó las dichosas flores. Esperaba, por su bien, que la ópera fuese en el Isabel la Católica, que estaba a un paso, porque como después de tanto misterio la idílica cita fuese llevarme al Corte Inglés, se tragaba las rosas con espinas incluidas.

– Mejor será que nos vayamos de aquí, – dije tratando de apartarme de la marea de señoritas que empezaban a salir por la puerta de personal, – se ve que hay cambio de turno. ¿Dónde va…

No pude terminar la frase. De repente me agarró y me dio un beso en plan culebrón. No me considero ninguna remilgada, pero aquello estaba fuera de lugar a todas luces.

– ¿Pero que hace… – Otro beso y esta vez agarrándome los brazos para impedir la bofetada que estaba rabiando por darle. Gracias a Dios una voz nos interrumpió.

– ¿Bartolomé? – Una muchacha castaña con el uniforme del Corte Inglés nos miraba con incredulidad.

– ¡Oh, Marisa, qué sorpresa! – Dijo el aludido falsísimo mientras esquivaba con elegancia mi puntapié, que terminó por hacer un desafortunado aterrizaje en la espinilla de la recién llegada.

– ¿Pero qué te has creído? – Marisa trató de devolvérmelo. De verdad que no le vuelvo a comprar un perfume en la vida. Que la tengo fichada y sé que es de Lancóme.

– Perdona, perdona, no quería  darte a ti, – me excusé con sinceridad, a lo que la muy histérica respondió poniéndose a llorar.

– ¡Marisa, no llores! ¿Daniela cómo has podido? – Soltó Bartolomé con desdén.

– ¿Que cómo he podido? ¡Ha sido culpa tuya! ¡Será fresco!

– ¿Cómo has podido tú, Bartolomé? – Interrumpió Marisa de forma muy acertada. – Apenas hace diez días que rompimos, –  más llantos.

– Pero gatita, si a mi ésta me importa un bledo. Es que se me ha echado encima… – Y yo creyendo que iba a llevarme a la ópera.

– ¡Y encima le has regalado rosas rojaaas! ¡¡BUAAAA!!. – Menuda teatrera.

– No, no, si son para ti, – y trató de quitarme las rosas.

– ¡Sólo faltaba! – Dije agarrando mis flores y marchándome con la mayor dignidad.

Una sabe cuando está de más, y si en una cita tu pareja se pone a besar a otra, como hizo Bartolomé en cuanto me di la vuelta, pues es mejor marcharse y no prolongar más lo que no tiene remedio. Al menos, he puesto mis rosas en agua, y se ven preciosas junto a las cortinas de mi dormitorio.

El ramo de la novia

© Martina Zlochin - Fotolia.com
Martina lanzando el ramo

¡Lo que me faltaba! La vida de una becaria, ya de por sí, no es fácil, pero es que últimamente no me llevo más que berrinches. Para empezar está el asunto de la tesis. Mi jefe anda últimamente pesadísimo con eso, y ya no sé cómo darle más largas. El día menos pensado voy a tener que ponerme a enterarme de qué va el tema, porque cada vez me hace preguntas más incómodas. Además, por si fuera poco, mis asuntos personales tampoco van como para tirar cohetes.

En efecto, cuando hace tres semanas me llegó la invitación de Martina Bramantes a su boda ecológica, me pareció un golpe bajo. Sencillamente no me pareció justo que Martina también fuese a casarse. Últimamente le ha dado por prometerse a todas mis conocidas, pero lo de Martina me pilló totalmente de improviso. Nos encontramos hace tres meses y me confesó que estaba disfrutando de su soltería más que nunca. A qué corchos viene anunciar ahora en un tarjetón de tamaño descomunal el fin de una etapa tan feliz.

No obstante, como el espíritu resignado y práctico que soy, me preparé para el evento con la mejor disposición posible, y hoy me he presentado en “El Burrito Verde” con un aspecto magnífico, embuchada en un precioso vestido de pedrería con estampado floral y unos tacones de doce centímetros. Tan sólo me faltaba un acompañante multimillonario, pero no se puede tener todo. Sorpresa gorda cuando, nada más desembarcar, me encuentro con un grupo de excursionistas ataviados con campestres atuendos que me han desconcertado sobremanera. Lo peor ha sido descubrir, tras un vistazo más exhaustivo, que los excursionistas no eran otros que los invitados a la boda.

– Dani, – me ha saludado enseguida Carlota Guirao – ¿No sabias que era una boda ecológica? – Ha añadido con verdadero apuro mientras nos acomodábamos bajo la marquesina adornada en la que se iba a celebrar la ceremonia.

– Pues no, – he mentido a toda velocidad. Yo pensaba que lo de boda ecológica significaba que donarían los regalos a Greenpeace o algo así. Afortunadamente, Carlota es, con diferencia, la muchacha más buena que conozco, y me he alegrado una barbaridad de encontrarla en la boda.

– ¡Mira! ¡Por allí viene la novia! – Ha exclamado de repente señalando a una borriquilla. Sobre ella cabalgaba Martina, demostrando gran destreza al portar el ramo y las riendas a la vez que avanzaba en un trote de lo más resultón. Los ojos casi se me salen de las órbitas cuando el novio se ha dado la vuelta para ayudar a descabalgar a la novia. No era otro que Esteban. La última vez que me encontré con él llevaba colgado el brazo de Carlota, su novia de toda la vida. He mirado a Carlota con cara de sorpresa.

– ¿No lo sabías? – Me ha dicho ella. – Esteban y yo lo dejamos hace un par de meses. Lo cierto es que estoy muy contenta de que haya encontrado la felicidad con Martina. – Ya no sé si, de puro bueno, esta chica no roza la estupidez. – Supongo que tú sentirías lo mismo si le pasase a Arturo, – ha añadido refiriéndose a mi exnovio. La imagen de él y la traidora ensartados por un rayo ha atravesado mi mente.

– Naturalmente – he contestado tratando de parecer sincera.

Tras prometerse amor eterno e intercambiar distintos tipos de semillas ha llegado el momento cumbre, en el que los novios han hecho su salida bajo una lluvia de paja. Al parecer es cosa sabida que  el arroz no es nada ecológico. Yo he caminado hacia el cobertizo donde se organizaba el banquete con toda la dignidad que mis tacones, en el terreno irregular, me han permitido. Lo cierto es que estaba bastante orgullosa de mi ascenso hasta que uno de mis tacones ha quedado atrapado en un agujero, lo que me ha hecho trastabillar y caer de bruces sobre un grupo de invitadas formado por el grueso de mis compañeras de promoción. Tras ayudarme a ponerme en pie entre un coro de risas contenidas, me he unido a ellas en el ágape, teniendo que hacer frente a una auténtica lluvia de preguntas incordiosas.

Primer asalto: Sara Malagón. Hace su tesis en Farmacología. Quedó tres puestos por delante mía en la graduación y es propietaria de la melena pelirroja más bonita que jamás he visto. Lo peor es que es insultantemente natural. Lo sé porque compartimos habitación en el viaje de fin de carrera y, recién despierta, ya se parecía a La Sirenita. Sólo le faltaba el cangrejo.

– ¿Qué tal la tesis?- Ha preguntado Sara con cierta intención.

– Muy bien, gracias. ¿Y la tuya?

– La leo el mes que viene. – La aceituna se me ha atrancado en la garganta. Para el mes que viene es probable que yo acabe de enterarme si soy edafóloga o geóloga.

– Qué alegría, – he conseguido carraspear.

– Sí, quería quitármela de encima antes de la boda – ha dicho mostrándome un enorme anillo.

– ¡Vaya, doble enhorabuena! – Las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Me gustaría decir que he sentido una envidia sana, pero lo cierto es que así, a primera vista, apestaba a envidia cochina de la de toda la vida.

– Gracias, gracias. Por cierto me encanta tu vestido.

– Gracias, es de pedrería sostenible – ¿Por qué? ¿Por qué siempre caigo en la tentación de decir este tipo de chorradas?

– Mi cesta es de mimbre biodegradable. – Siempre hay quien gane, siempre hay quien gane.

Segundo asalto: Marisa Cano. “Chismóloga” oficial de la promoción. Creo que se enteró de mi ruptura con Arturo antes que yo:

– ¡Hola Dani! ¿Qué tal la tesis?

– Fantástica. Me la estoy tomando con calma, porque mis resultados van a dar que hablar – le he respondido en tono confidencial. Y vaya si van a dar que hablar.

– ¡Qué guapa va Martina! ¿Sabías que el ramo se lo han traído exclusivamente a ella de un cultivo ecológico de rosas de Jamaica?

– Ah pues no. – Lo que se parecen las rosas de Jamaica a las de Maracena es cosa grande.

– No lo comentes, pero le ha costado más de 700 euros. – Nota mental, si lo de la edafología sale mal, poner una floristería ecológica.

Estaba preparándome para afrontar el tercer asalto a cargo de Joaquín Padilla, que se acercaba sospechosamente, cuando una voz me ha sacado de mis cavilaciones:

– ¡El ramo! ¡El ramo! ¡La novia va a tirar el ramo! – exclamaba ilusionada una de las invitadas interrumpiendo la conversación.

-¿Te han explicado lo del ramo, no? – Me ha preguntado Sandra Casares colocándose a mi lado en el grupo de solteras.

– Sí, sí, – he contestado con poco entusiasmo mientras trataba de concentrarme en mi objetivo. Lo cierto es que no abrigaba grandes esperanzas, máxime, cuando delante de mí competía casi la totalidad del equipo de Voleibol de la facultad. No obstante, se conoce que me crezco en las grandes ocasiones, porque, de repente, me he visto dando un grácil brinco y haciéndome con el ramo en una cabriola que jamás hubiese imaginado mientras el grupo de delante se quedaba patitieso de la impresión. Cuando he aterrizado en el suelo, con mi trofeo en los brazos y preparada para recibir una muy merecida ovación, me he topado con una serie de miradas espantadas y acusadoras en plan grajos.

– ¿Pero, qué has hecho Dani? – Ha exclamado Sandra conmocionada ¿Cómo que qué he hecho, pedazo de envidiosa? Agarrar el ramo en una pirueta digna de Gemma Mengual.

-¿No sabías que Carlota tenía que coger el ramo? ¡Era una sorpresa! Por eso todas nos hemos apartado. – Ha añadido una de las del Voleibol.  Ya decía yo, que el asunto había sido sospechoso.

– ¡Oh Carlota, perdona, no tenía ni idea! – He exclamado volviéndome hacia la doliente que estaba justo detrás de mí con cara sorprendida.

– No, no, Dani. No te preocupes, el detalle es lo que cuenta. Seguro que te trae suerte. – Esta chica te desarma. No debería de ser legal ser tan buena.

– ¡Oh no, toma el ramo! Además, soy alérgica a las rosas de Jamaica, – he añadido entregándole el ramo. Creo que lo ha cogido por no poner en riesgo mi integridad física. A estas chicas no hay quien las entienda, Martina le birla el novio y soy yo la criminal por quedarme con un ramo de rosas de Jamaica. De verdad, de verdad, hasta que no haga una tesis, me haga con un novio y luzca un buen anillo no vuelvo a ir a otra boda. ¿Me dará tiempo para la de Sara, el siete de agosto?