Categoría: Historias de Daniela

Cómo llegué a tener un diamante

 

2012-11-18 14.31.5814 de Febrero de 2012

17:00 P.M

Mientras me enfundo en mis zapatillas-conejo preparada para pasar San Valentín viendo Divinity y comiendo palomitas pienso en cuanto mal ha hecho Pretty Woman en el colectivo femenino.  En el justo momento que suena el microondas con el inconfundible pop, recibo llamada de Juanito, mi amigo multimillonario. Me necesita urgentemente, palabras textuales, quiere llevarme a cenar a “Villa Oniria”. Cambio de planes… Adiós zapatillas peluche  aquí llega mi Richard Gere particular.

Baño de espuma y música de Roxette. Lencería roja, vestido rojo y tacones interminables. Antes de salir, pasada por el whatsapp para informar a todos mis contactos que tengo una cita.

20:00 P.M.

Llega Juanito en su Porsche  con un enorme ramo de flores. Adoro San Valentín, así si gusta celebrarlo. Con millonario y  flores es como de verdad tiene encanto esta fecha. Saludo a Juanito e intento hacerme con el ramo. Juan lo retira hábilmente.  No son para mí, son para una tal Adele Boriskaya. Una heredera Rusa de la que está prendado. No debí precipitarme anunciando el fin de mi soltería en el dichoso whatsapp y en Facebook.  ¿Qué pinto yo en la cena? Adele ha venido con su hermano y Juan se comprometió a buscarle una acompañante. Me cuenta los detalles de los Shrisvskaya, al parecer están forrados pero forrados. Juan no se cree digno de la tal Adele. Yo si me veo digna del ruso y aun sin conocerlo les aseguro que le amo. Lo de Juanito nunca hubiese funcionado. Si juego bien mis cartas todavía puedo quedar bien con mi agenda.

21:00 P.M.

Adele ha venido a dar un curso de flamenco en el Sacromonte. Quiere ser bailaora. Juanito le da el ramo. Adele rechaza el ramo, es alérgica a la rosa común y a otras 170 cosas. Va a flipar en el Sacromonte.  Daniela recoge el ramo y sonríe al ruso. El ruso solo habla en ruso. Un claro inconveniente para nuestro futuro en común que él no deja de decir ruserías. Estoy dispuesta a pasarlo por alto. La conversación no es todo en una pareja.

En el segundo plato Juanito saca una cajita de terciopelo monísima y se la entrega a Adele. Un maravilloso diseño de Suarez brilla en su interior. Se lo señalo entusiasmada al ruso a ver si coge ideas. La chica mira con desprecio la caja. Las esmeraldas le traen mala suerte, le parece un insulto el regalo y lo tira airada a Juanito. Juanito, desesperado arroja el anillo que sobrevuela el solomillo del ruso, si a ella le traen mala suerte a él también. En una elegante pirueta recoge Daniela justo antes de que aterrice en la langosta de la mesa quince. Antes del postre el marcador personal de Daniela ya cuenta con un ramo y un diamante con esmeraldas.

Durante los profiteroles Adele nos deleita con una exhibición de su Russian-flamecova. Desde luego resulta curiosa aunque el entusiasmo de Juanito resulta algo sobreactuado. En uno de sus aspavientos le tira una copa de champagne a la rusa que indignada se levanta y retira la promesa de acompañarlo al bautizo del niño de Marta Ortega.  Sonrío a Juanito y le indico que estoy libre en esa fecha. Sonrió a mi ruso por si él también está invitado y duplico mis posibilidades. El mejor San Valentín de mi vida. El mejor con diferencia. Les digo que para celebrar como Dios manda éste día con flores y diamantes lo del novio es casi lo de menos.

La abuelita Gabriela

 

"Mi collar, dónde diablos está mi collar"
"Mi collar, dónde diablos está mi collar"

 

¡Caray con la abuelita Gabriela! ¡Menuda historia me acabo de encontrar su diario! Aquí os la dejo:

 

Miércoles, 10 de abril de 1912, 10:05 de la mañana

¡Estoy emocionada! Por fin la vida me va justo como quería. Le he echado el guante al guapísimo ricachón del que llevo hablando las tres últimos libretas. Me ha regalado un pedazo de collar que casi me caigo de espaldas con la impresión. ¡Lo amo! Mamá está requetecontenta. La tía Pochi, envidiosísima, el almirante de la prima Sofía ha quedado en nada con mi millonario. Por cierto, nos hemos embarcado rumbo a América en el Titanic. Un barco modernísimo y bastante coquetón. A lo mejor me lo compro para después de la boda.

Miércoles, 10 de abril de 1912, 13:20 de la mañana

Zarpamos hace un rato. Todo es perfecto. Le acabo de sacar brillo a mi collar. Le he insinuado a mi prometido que necesito los pendientes compañeros para la boda. ¡Es más buenoooo!

Miércoles, 10 de abril de 1912, 22:00 de la noche

Desagradable incidente en popa. Mientras miraba los delfines un andrajoso casi me tira por la borda al intentar saltar. No le culpo, debe dar mucha rabia ver como viajamos los de primera, que es que no nos privamos de nada. He intentado ser amable. Incluso lo he acompañado hasta dejarlo con sus amigos. Qué ordinariez de gente. Todos borrachos y sucísimos. Creo que a su manera intentaban hacer una fiesta. Yo he procurado no tocar nada y pasar de puntillas por todos lados. Al final no se ha tirado aunque supongo que mañana lo hará. Me encanta mi collar.

Jueves, 11 de abril de 1912, 14:45 de la tarde

El andrajoso no se ha tirado y se me pega como una lapa. Al parecer es pintor (de brocha gorda). Se me empieza a hacer pesado. Supongo que si quiere tirarse que se tire ya y me deje en paz. Hoy le he acompañado al mascarón de proa a ver si se animaba. Para qué retrasar más lo inevitable. Pero es un fresco, y me ha dicho que si él saltaba yo saltaba con él. Para asegurarse me ha agarrado las manos y me las ha puesto así, como en cruz, en una pose de lo más amenazante. ¡Qué miedo he pasado! ¡Este tipo me está dando el viaje!

Jueves, 12 de abril de 1912, 12:00 de la noche

¡¡¡Aaarggghhh! Me persigue, me persigue. Esta mañana estaba tomando el desayuno con mamá y mi rico y ultimando los detalles de la fuente con mi imagen que quiero poner en la entrada de la mansión.  De repente la Chinche ha aparecido detrás de un croissant con mantequilla. El muy guarro ha hecho  un dibujo mío en pelotas y mi prometido lo ha tomado fatal. Yo creo que ya no me compra los pendientes.

Jueves, 12 de abril de 1912, 23:55 de la noche

Para colmos de desdichas, el piojoso también se ha presentado en la cena. Después de la brocheta de fruta ya no podía más y he intentado clavarle el palito en uno de sus horribles ojos. No he atinado, y encima se ha puesto agresivo, así que he salido corriendo despavorida,  pero me ha alcanzado a la altura de la sala de mandos. Es un lunático de lo más peligroso, cree que es el rey del mundo y tiene una obsesión enfermiza por mi collar. Hemos organizado una pelea gorda y me siento orgullosa de decir que he conseguido reducirle gracias a una oportuna zancadilla y un magistral giro del timón.

El Capitán no ha sabido apreciar mi pericia y se ha disgustado horriblemente. Dice que podría haber hundido el barco y es verdad que se ha oido un «gong» extraño. Yo no he dicho nada, pero ya no creo que me lo compre. Con bollo o me ponen un buen precio o no me lo quedo.

Viernes, 13 de abril de 1912, 4:30 de la madrugada

Pues es verdad que hemos hundido el barco. La escena ha sido horrible. Mamá y el rico se han largado en la primera barquita y me han dejado tirada “por majadera”, según sus propias palabras. Yo he conseguido pillar un tabloncito y me he acomodado como he podido junto a mi collar. Sorpresa desagradable cuando ha emergido justo a mi lado el pulgoso en plan tiburón. Le he dado con un remo en la cabeza y he tratado de hundirlo pero no ha habido manera. Trepa como una ardilla. Cuando nos han rescatado he intentado darlo por muerto. La verdad es que tenía un tono azul pitufo que hubiese convencido a cualquiera menos al capitán del Carpathia, que lo ha reanimado en un periquete. En su conciencia queda.

 Martes, 2 de julio de 1912, 13:15 de la tarde

Me he casado con el pintor. No tenía alternativa y la verdad es que he empezado a cogerle costumbre. Ha vendido el relato de nuestra travesía en el Titanic a uno de esos tipos del cine. Dice que la ha retocado un poco. Yo solo espero que en la película él muera y yo acabe con el rico.

La Doctora Mousselle

La Dra. Mousselle esperando en el hotel
La Dra. Mousselle esperando en el hotel

– ¿Llamaba, Dr. Carballo? – Mirada inocente y porte orgulloso mientras me adentro en el centro de operaciones de mi jefe. Este hombre me saca siempre de la peluquería en los momentos más inoportunos.

– ¿Llamaba? Llevo tratando de que te presentes más de una semana. Siéntate. – El Dr. Carballo se piensa que yo tengo que estar detrás de la puerta para cuando a él se le ocurra llamarme, pero como tengo el día diplomático y parece que está de buen humor no digo ni pío.

– Daniela, por fin un golpe de suerte. La Dra. Mouselle, de la Sorbona, se ha interesado por tus trabajos.

– Pues sí que es un golpe de suerte sí, claro que los franceses siempre tuvieron buen gusto… – Ya se podía poner menos chulo o me largaba para La France en un periquete.

– Es casi un milagro. Va a venir el lunes para evaluar la posibilidad de concederte una beca Eiffel. Ya te figurarás lo bien que nos vendría el asunto que con lo que se está alargando tu tesis y lo que te pagamos…

¡Dinero! A todo le ponen cifra hoy día. Que mundanidad más espantosa.

– La cosa es que tienes que ir a recogerla el lunes al aeropuerto, invitarla a desayunar y por último llevarla a su hotel. Trata de impresionarla y causarle una buena primera impresión. – Y mirándome muy serio. – Ya sabes, procura hablar lo mínimo posible de Edafología. — Que yo porque tengo muy buen carácter pero la intención del comentario no me gustó un pelo. Un día de estos me entero de que va lo de la Edafología y les pongo los pies en su sitio. No obstante tenía el día concesivo y no quería reñir con mi jefe.

– Tranquilo jefe.  Me la voy a llevar al Palace y después de un par de croissants la “Eiffel” será mía. Ni se figura lo bien, que doy yo en el Palace. Cosa fina.

– No innoves Daniela, no innoves. Mejor desayunáis en el aeropuerto. Su avión llega a las nueve de la mañana así que no te retrases ni un minuto.

– Ay no, lo del aeropuerto no va a poder ser. Siempre me lío para llegar y termino en sitios muy raros. ¿Sabía que existe un pueblo llamado Chimeneas?

– Ya empezamos Daniela. ¡Si te lías mira un plano que nos jugamos mucho, leñe!

– No se ponga cabezón. Dígale usted que nos encontraremos en el Palace que del resto me encargo yo. – y me largué a preparar mi estrategia. Menuda ilusión yo con una beca Eiffel, que caché me iba a dar eso a mí en la próxima reunioncita familiar. El fin de semana me fui de compras y ni se figuran la monada de sandalias que encontré. Algún día serían conocidas como Eiffelitas en mi honor.  El domingo por la noche hice los cálculos necesarios para asegurarme el éxito de mi empresa:

Hora de llegada de Daniela al hotel = Hora de llegada de la francesa al aeropuerto + media hora de retraso del avión + media hora de recogida de maletas + media hora de viaje al hotel -10’ para posibles imprevistos (hay que ser previsor)

Total que a las diez y veinte podía presentarme tranquilamente a esperar a la franchute tan ricamente en el hotel. Pero los acontecimientos empezaron a precipitarse cuando al día siguiente, a las diez menos diez, recibí una llamada:

9:50: La Dra. Mousselle telefonea desde el Palace. No me ve por ninguna parte. Le digo que he ido al baño y que en diez minutos me reúno con ella en recepción. También es mala suerte, será el primer avión que llega a su hora.

10:15: Después de una carrera consigo llegar al Palace con la lengua fuera, para mi desgracia la francesa me avista en el último tramo de recorrido, arguyo que no había jabón y he ido a buscarlo a un hotel vecino pero me da que no se lo traga del todo. La doctora Mousselle, alta, joven y guapa, no parece guardarme rencor por el retraso, si bien es cierto que ni siquiera echa un vistazo a mis “Eiffelitas” mientras nos dirigimos al salón de desayunos. Trae una maleta del tamaño de Córcega pero que es una preciosidad.

10:20: Pongo en marcha el plan: Paso 1) Impresionarla a través de la comida. Pido dos desayunos imperiales. Carísimos pero un innegable golpe de efecto. La Dra. Mousselle me pregunta por mis inquietudes edafólogicas. Me zampo un croissant.

10:25: La francesa me pregunta por mi área geológica. Le zampo un croissant, la cosa se pone fea y tengo que recurrir al paso 2) Distraer la atención con mis conocimientos sobre la Alhambra.

10:26: Descubro la laguna del paso 2: Mis conocimientos sobre la Alhambra son prácticamente nulos. Se impone el paso 3) Largarse sea como sea. Pido la cuenta casi al tiempo que descubro que me he dejado la cartera en el coche. ¡Qué finos son los franceses! A saber lo que está pensando, pero que me sonríe amablemente mientras extiende los cincuenta euros es un hecho.

Coge su enorme maleta y comenzamos la marcha de dos kilómetros hacia el parking. Cuando por fin llegamos no tardo en descubrir que no tengo la menor idea de donde está el coche. Recorremos tres veces completas el parking de punta a punta porteando la enorme maleta de la doctora. A punto de comenzar el cuarto ascenso mi compañera con claros síntomas de asfixia se retira a beber un poco de agua, ocasión que aprovecho para perderle la maleta. La localizo a unos doscientos kilómetros por hora tres parkings más abajo. ¡Lo que corre una maleta con ruedas! Choca contra un ciprés y después de quince minutos conseguimos recuperar la mayoría de la ropa excepto el sujetador de copa de la doctora que, caprichos del destino, está en una rama muy alta. Las Eiffelitas me están matando. La Dra. Mousselle me echa una mano y consigue arrastrarnos de vuelta a la maleta y a mí. Un grupo de japoneses muy amable  nos informan que han avistado el coche en el P4, la exhausta Dra Mousselle y su maleta esperan mientras llego triunfal con mi mini. Como el maletero no se abre, la doctora tiene que sentarse encima de su maleta, menos mal que el coche tiene techo solar y la mujer puede sacar por ahí el cuello. Parece una jirafa.  Cuando llegamos al Hotel Nazaríes el rostro de alivio de la doctora es indescriptible mientras se despide. Descubro por casualidad que me he confundido de hotel, y me empeño en subsanar el error, pero la doctora se niega a volver a subirse al coche. Cortés pero tajante. Rien de rien. En ese momento me llama el Dr. Carballo.

– ¿Cómo ha ido todo?

– Bueno,  impresionada ha quedado muy, pero que muy impresionada.

El regalo perfecto

Mejor dejarse el cuello libre, por lo que pueda caer
Mejor dejarse el cuello libre, por lo que pueda caer

Qué lástima que mis sentencias no sean vinculantes. Les cuento textualmente y ya me dicen de parte de quién están.

Antecedentes de hecho: Suena el teléfono. Carlos Parras, antiguo novio millonario que reaparece tras seis años, me informa de que quiere verme, se ha acordado mucho de mí todo este tiempo, y tiene un regalo sencillamente perfecto que no puede esperar para darme.

Fundamentos jurídicos: La vida por fin sonríe al futuro sentimental de la joven e ingenua Daniela. Un exnovio arrepentido siempre es un caso prometedor, y si viene con regalo, el asunto mejora.

Sólo queda concretar. ¿Cuál es el regalo perfecto?

Pruebas realizadas:

Flores: Ni mucho menos. Es cosa sabida que hace años me pirraba por las flores, hasta que me di cuenta del estrés que me ocasionaban. Todo el día cambiándoles el agua y ellas cada vez más pochas. Menuda relación poco gratificante. No, Carlos no haría algo así.

El collar de diamantes: No es ningún secreto que tengo elegido un diseño de Bulgari. Llevo dos años ahorrando y ya casi llego a los 130 euros, así que apenas me faltan 12.745  para que sea mío. Carlos ha decidido ahorrarme ese éxodo. Lo adoro, lo adoro. Nota 1: No llevar nada en el cuello el día de la cita.

Un Mercedes descapotable: Mis continuas quejas acerca del Golf y sus cambios de humor por fin han surtido efecto. No es mi collar pero francamente es más práctico. Lo amo, lo amo. Nota 2: Imprescindible ir en bus, que luego traer dos coches es un engorro.

Un chateau con lago privado: La foto que tengo pegada en mi cuarto no deja mucho lugar a la imaginación. Ahí si les digo que se ha pasado, pero miren, si le apetece hacer una locura de amor tampoco  soy yo nadie para imponer mi voluntad. Que la haga, que la haga.  Nota 3: Avisar a mi casera de que es más que posible que no renueve el alquiler.

Conclusiones: Me presento a la cita sin ningún adornito en el cuello. Llego en metro, me marcharé en Mercedes si todo sale bien. Mi casera tiene instrucciones precisas por si no vuelvo. Allí está Carlos. Ha engordado diez kilos y sus entradas se juntan con las salidas, el pronto es a Caillou cuarentón, jersey amarillo inclusive, pero estoy dispuesta a pasarlo por alto. No todos los días le regalan a una un chateau.

Sonríe, saca una bolsita (no es de Bulgari pero lo mismo quiere disimular) y sin preámbulos saca el contenido de la citada bolsa. Un libro sobre Cetáceos corcovados al que ha dedicado los últimos 6 años. Al parecer cierta ballena azul que sale en la página 23 resoplando era clavadita, clavadita a mí si la mirabas de perfil.  Mi expresión lo dice todo, siento como el miedo lo atraviesa.  A este lo corcovo yo libro incluido.

Estoy hasta el gorro de oír que un libro es el regalo perfecto. Un collar de diamantes es un regalo perfecto, un Mercedes descapotable es un regalo perfecto, un chateau con lago privado es un regalo perfecto, lo del libro es un apaño si no tienes dos millones de euros para el detalle. No se lo dije así a Caillou, pero que lo pensé es un hecho, y se lo cuento porque es la pura verdad.

Fallamos: Me lo cargo y me lo cargo. ¡Que le corcoven la cabeza!

© velusariot - Fotolia.com
¿Una cita perfecta?

Menuda ilusión, pensaba mientras comprobaba con satisfacción el resultado de mis dos horas de preparación frente al espejo. Había sacado del armario modelitos que llevaba más de tres años sin ponerme, pero todo había merecido la pena. Tenía una cita, y no una cualquiera. Iba  a salir con uno de los cinco mejores mentones que he visto en mi vida. ¡Ojalá Arturo pudiese verme! ¡Se pondría verde de la rabia!

Recién acababa de retocarme cuando llamaron a la puerta. Era Bartolomé, que bajo la luz de los alógenos de la entrada era todavía más guapo de lo que recordaba. Para colmo de dichas iba acompañado de un espléndido ramillete de rosas. Me pellizqué un poco para cerciorarme de que todo aquello fuese verdad.

– Hola Daniela, estás guapísima – saludó.

– Gracias Barti. Apenas me ha dado tiempo de darme una ducha y colgarme lo primero que he pillado, – solté con despreocupación. – ¿Quieres pasar y tomar algo? – Bartolome miró el reloj algo nervioso.

– No, no, tenemos que irnos ya. – ¡Uy, qué pillín! Éste ya tenía un plan preparado. Mira que como pensase llevarme a la ópera como Richard Gere a Pretty Woman. Ya le veía declarándose en mitad del Nessum Dorma.

– Oh, vale, voy a poner las flores en agua.

– No, no, ni hablar. Las flores tienes que llevártelas, – contestó agobiado.

– ¿Quieres que vaya toda la noche con las flores? – La verdad, fuese donde fuese que pensase llevarme, no creía que pegase llevar un ramo de flores en plan Doña Letizia en su carruaje por la Castellana.

– ¿Pero dónde vamos?

– Es una sorpresa, pero tenemos que irnos ya. Es que no llegamos. – Caray que misterio.

– Bueno pues vamos, – dije con ilusión mientras cerraba la puerta y empezábamos a bajar a paso ligero las escaleras. Al salir a la calle, Bartolomé volvió a mirar el reloj y, apretando el paso, me llevó hasta su coche, donde comenzó una frenética carrera en la que no conseguí arrancarle más de dos palabras, sobre todo porque el susto me quita las ganas de hablar y créanme que iba asustadísima.

– ¿Bartolomé, no vamos un poco deprisa? – ni caso.

– Uy, yo creo que ese que acabas de adelantar era Fernando Alonso, je, je. – Ni arqueó las cejas.

– Caray, Bart, que yo creo que has atropellado al gato. – Y esta vez no era en broma. Yo creo que se lo llevó de mascarón de proa.

– Hemos llegado, bájate, – dijo repentinamente frente a la puerta del Corte Inglés. Con la velocidad a la que iba pueden figurarse lo que me apresuré en apearme.

– Che, Daniela, las flores que te las dejas – y me alargó las dichosas flores. Esperaba, por su bien, que la ópera fuese en el Isabel la Católica, que estaba a un paso, porque como después de tanto misterio la idílica cita fuese llevarme al Corte Inglés, se tragaba las rosas con espinas incluidas.

– Mejor será que nos vayamos de aquí, – dije tratando de apartarme de la marea de señoritas que empezaban a salir por la puerta de personal, – se ve que hay cambio de turno. ¿Dónde va…

No pude terminar la frase. De repente me agarró y me dio un beso en plan culebrón. No me considero ninguna remilgada, pero aquello estaba fuera de lugar a todas luces.

– ¿Pero que hace… – Otro beso y esta vez agarrándome los brazos para impedir la bofetada que estaba rabiando por darle. Gracias a Dios una voz nos interrumpió.

– ¿Bartolomé? – Una muchacha castaña con el uniforme del Corte Inglés nos miraba con incredulidad.

– ¡Oh, Marisa, qué sorpresa! – Dijo el aludido falsísimo mientras esquivaba con elegancia mi puntapié, que terminó por hacer un desafortunado aterrizaje en la espinilla de la recién llegada.

– ¿Pero qué te has creído? – Marisa trató de devolvérmelo. De verdad que no le vuelvo a comprar un perfume en la vida. Que la tengo fichada y sé que es de Lancóme.

– Perdona, perdona, no quería  darte a ti, – me excusé con sinceridad, a lo que la muy histérica respondió poniéndose a llorar.

– ¡Marisa, no llores! ¿Daniela cómo has podido? – Soltó Bartolomé con desdén.

– ¿Que cómo he podido? ¡Ha sido culpa tuya! ¡Será fresco!

– ¿Cómo has podido tú, Bartolomé? – Interrumpió Marisa de forma muy acertada. – Apenas hace diez días que rompimos, –  más llantos.

– Pero gatita, si a mi ésta me importa un bledo. Es que se me ha echado encima… – Y yo creyendo que iba a llevarme a la ópera.

– ¡Y encima le has regalado rosas rojaaas! ¡¡BUAAAA!!. – Menuda teatrera.

– No, no, si son para ti, – y trató de quitarme las rosas.

– ¡Sólo faltaba! – Dije agarrando mis flores y marchándome con la mayor dignidad.

Una sabe cuando está de más, y si en una cita tu pareja se pone a besar a otra, como hizo Bartolomé en cuanto me di la vuelta, pues es mejor marcharse y no prolongar más lo que no tiene remedio. Al menos, he puesto mis rosas en agua, y se ven preciosas junto a las cortinas de mi dormitorio.

El ramo de la novia

© Martina Zlochin - Fotolia.com
Martina lanzando el ramo

¡Lo que me faltaba! La vida de una becaria, ya de por sí, no es fácil, pero es que últimamente no me llevo más que berrinches. Para empezar está el asunto de la tesis. Mi jefe anda últimamente pesadísimo con eso, y ya no sé cómo darle más largas. El día menos pensado voy a tener que ponerme a enterarme de qué va el tema, porque cada vez me hace preguntas más incómodas. Además, por si fuera poco, mis asuntos personales tampoco van como para tirar cohetes.

En efecto, cuando hace tres semanas me llegó la invitación de Martina Bramantes a su boda ecológica, me pareció un golpe bajo. Sencillamente no me pareció justo que Martina también fuese a casarse. Últimamente le ha dado por prometerse a todas mis conocidas, pero lo de Martina me pilló totalmente de improviso. Nos encontramos hace tres meses y me confesó que estaba disfrutando de su soltería más que nunca. A qué corchos viene anunciar ahora en un tarjetón de tamaño descomunal el fin de una etapa tan feliz.

No obstante, como el espíritu resignado y práctico que soy, me preparé para el evento con la mejor disposición posible, y hoy me he presentado en “El Burrito Verde” con un aspecto magnífico, embuchada en un precioso vestido de pedrería con estampado floral y unos tacones de doce centímetros. Tan sólo me faltaba un acompañante multimillonario, pero no se puede tener todo. Sorpresa gorda cuando, nada más desembarcar, me encuentro con un grupo de excursionistas ataviados con campestres atuendos que me han desconcertado sobremanera. Lo peor ha sido descubrir, tras un vistazo más exhaustivo, que los excursionistas no eran otros que los invitados a la boda.

– Dani, – me ha saludado enseguida Carlota Guirao – ¿No sabias que era una boda ecológica? – Ha añadido con verdadero apuro mientras nos acomodábamos bajo la marquesina adornada en la que se iba a celebrar la ceremonia.

– Pues no, – he mentido a toda velocidad. Yo pensaba que lo de boda ecológica significaba que donarían los regalos a Greenpeace o algo así. Afortunadamente, Carlota es, con diferencia, la muchacha más buena que conozco, y me he alegrado una barbaridad de encontrarla en la boda.

– ¡Mira! ¡Por allí viene la novia! – Ha exclamado de repente señalando a una borriquilla. Sobre ella cabalgaba Martina, demostrando gran destreza al portar el ramo y las riendas a la vez que avanzaba en un trote de lo más resultón. Los ojos casi se me salen de las órbitas cuando el novio se ha dado la vuelta para ayudar a descabalgar a la novia. No era otro que Esteban. La última vez que me encontré con él llevaba colgado el brazo de Carlota, su novia de toda la vida. He mirado a Carlota con cara de sorpresa.

– ¿No lo sabías? – Me ha dicho ella. – Esteban y yo lo dejamos hace un par de meses. Lo cierto es que estoy muy contenta de que haya encontrado la felicidad con Martina. – Ya no sé si, de puro bueno, esta chica no roza la estupidez. – Supongo que tú sentirías lo mismo si le pasase a Arturo, – ha añadido refiriéndose a mi exnovio. La imagen de él y la traidora ensartados por un rayo ha atravesado mi mente.

– Naturalmente – he contestado tratando de parecer sincera.

Tras prometerse amor eterno e intercambiar distintos tipos de semillas ha llegado el momento cumbre, en el que los novios han hecho su salida bajo una lluvia de paja. Al parecer es cosa sabida que  el arroz no es nada ecológico. Yo he caminado hacia el cobertizo donde se organizaba el banquete con toda la dignidad que mis tacones, en el terreno irregular, me han permitido. Lo cierto es que estaba bastante orgullosa de mi ascenso hasta que uno de mis tacones ha quedado atrapado en un agujero, lo que me ha hecho trastabillar y caer de bruces sobre un grupo de invitadas formado por el grueso de mis compañeras de promoción. Tras ayudarme a ponerme en pie entre un coro de risas contenidas, me he unido a ellas en el ágape, teniendo que hacer frente a una auténtica lluvia de preguntas incordiosas.

Primer asalto: Sara Malagón. Hace su tesis en Farmacología. Quedó tres puestos por delante mía en la graduación y es propietaria de la melena pelirroja más bonita que jamás he visto. Lo peor es que es insultantemente natural. Lo sé porque compartimos habitación en el viaje de fin de carrera y, recién despierta, ya se parecía a La Sirenita. Sólo le faltaba el cangrejo.

– ¿Qué tal la tesis?- Ha preguntado Sara con cierta intención.

– Muy bien, gracias. ¿Y la tuya?

– La leo el mes que viene. – La aceituna se me ha atrancado en la garganta. Para el mes que viene es probable que yo acabe de enterarme si soy edafóloga o geóloga.

– Qué alegría, – he conseguido carraspear.

– Sí, quería quitármela de encima antes de la boda – ha dicho mostrándome un enorme anillo.

– ¡Vaya, doble enhorabuena! – Las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Me gustaría decir que he sentido una envidia sana, pero lo cierto es que así, a primera vista, apestaba a envidia cochina de la de toda la vida.

– Gracias, gracias. Por cierto me encanta tu vestido.

– Gracias, es de pedrería sostenible – ¿Por qué? ¿Por qué siempre caigo en la tentación de decir este tipo de chorradas?

– Mi cesta es de mimbre biodegradable. – Siempre hay quien gane, siempre hay quien gane.

Segundo asalto: Marisa Cano. “Chismóloga” oficial de la promoción. Creo que se enteró de mi ruptura con Arturo antes que yo:

– ¡Hola Dani! ¿Qué tal la tesis?

– Fantástica. Me la estoy tomando con calma, porque mis resultados van a dar que hablar – le he respondido en tono confidencial. Y vaya si van a dar que hablar.

– ¡Qué guapa va Martina! ¿Sabías que el ramo se lo han traído exclusivamente a ella de un cultivo ecológico de rosas de Jamaica?

– Ah pues no. – Lo que se parecen las rosas de Jamaica a las de Maracena es cosa grande.

– No lo comentes, pero le ha costado más de 700 euros. – Nota mental, si lo de la edafología sale mal, poner una floristería ecológica.

Estaba preparándome para afrontar el tercer asalto a cargo de Joaquín Padilla, que se acercaba sospechosamente, cuando una voz me ha sacado de mis cavilaciones:

– ¡El ramo! ¡El ramo! ¡La novia va a tirar el ramo! – exclamaba ilusionada una de las invitadas interrumpiendo la conversación.

-¿Te han explicado lo del ramo, no? – Me ha preguntado Sandra Casares colocándose a mi lado en el grupo de solteras.

– Sí, sí, – he contestado con poco entusiasmo mientras trataba de concentrarme en mi objetivo. Lo cierto es que no abrigaba grandes esperanzas, máxime, cuando delante de mí competía casi la totalidad del equipo de Voleibol de la facultad. No obstante, se conoce que me crezco en las grandes ocasiones, porque, de repente, me he visto dando un grácil brinco y haciéndome con el ramo en una cabriola que jamás hubiese imaginado mientras el grupo de delante se quedaba patitieso de la impresión. Cuando he aterrizado en el suelo, con mi trofeo en los brazos y preparada para recibir una muy merecida ovación, me he topado con una serie de miradas espantadas y acusadoras en plan grajos.

– ¿Pero, qué has hecho Dani? – Ha exclamado Sandra conmocionada ¿Cómo que qué he hecho, pedazo de envidiosa? Agarrar el ramo en una pirueta digna de Gemma Mengual.

-¿No sabías que Carlota tenía que coger el ramo? ¡Era una sorpresa! Por eso todas nos hemos apartado. – Ha añadido una de las del Voleibol.  Ya decía yo, que el asunto había sido sospechoso.

– ¡Oh Carlota, perdona, no tenía ni idea! – He exclamado volviéndome hacia la doliente que estaba justo detrás de mí con cara sorprendida.

– No, no, Dani. No te preocupes, el detalle es lo que cuenta. Seguro que te trae suerte. – Esta chica te desarma. No debería de ser legal ser tan buena.

– ¡Oh no, toma el ramo! Además, soy alérgica a las rosas de Jamaica, – he añadido entregándole el ramo. Creo que lo ha cogido por no poner en riesgo mi integridad física. A estas chicas no hay quien las entienda, Martina le birla el novio y soy yo la criminal por quedarme con un ramo de rosas de Jamaica. De verdad, de verdad, hasta que no haga una tesis, me haga con un novio y luzca un buen anillo no vuelvo a ir a otra boda. ¿Me dará tiempo para la de Sara, el siete de agosto?

Una visita imprevista II

© Pétrouche - Fotolia.com
Armania y Sarah en el Cáucaso

(viene de Una Visita Imprevista I)

Pues nada, nada. La historia la escriben los valientes y yo estaba decidida a llevar el asunto de mi reencuentro con la dignidad que es, como saben, mi norte y guía. Saqué un kleenex del bolso y me empapelé la cara todo lo posible, simulando un par de estornudos. Qué vergüenza, pero qué vergüenza. El caprichoso de mi jefe me empujó literalmente hasta el centro del grupo donde el más rubio se adelantó con decisión. Sentí que el pañuelo resultaba insuficiente e intenté recolocármelo. Al acercarse, me echó una mirada de halcón y supe que me había descubierto. ¿Y ahora qué? ¿Sería capaz de darme una bofetada así delante del rector? Tenía una pinta de bruto que se las pisaba y venía derechito hacia mí.
– ¡Sarah! – Exclamó con alegría dándome un enorme abrazo que me pilló de improvisto e hizo caer mi pañuelito. Me sentí desnuda. Lo del nombre era lo de menos, ya lo arreglé en su día advirtiendo que era mi seudónimo científico, pero se acercaba cada vez más a mí, y de un momento a otro se descubriría el pastel.
– ¡Brawn! – Mascullé como pude tratando de parecer contenta.
– ¡Oh Dios mío! – Y me miró directamente a mis desorbitados ojos – ¡No puedo creerlo!
– Puedo explicarlo. – En realidad no podía y claro eso me acongojaba e hizo que solo me saliese un hilito de voz.
– ¡No has cambiado nada! ¡Estás igualita que hace cuatro años! – Estaba entusiasmado.
– ¿De-De veras? – Si era una broma, desde luego era muy cruel.
– Mira lo que llevo en el móvil.
Sacó su teléfono y buscó unas fotografías. El resto del grupo acudió interesado.
– Son fotos de nuestra excursión al Cáucaso.
En primer plano podía verse a una chica bastante entradita en carnes con el pelo cobrizo, la cara redonda y llena de pecas. Vestía un horrible vaquero amarillo y una aún más espantosa camisa verde. Parecía un plátano canario.
– Vaya, es cierto, – exclamó el Dr Carballo – !Qué bien te conservas, Daniela, la foto parece de ayer!
Los miré con suspicacia, pero no había el menor asomo de sorna en sus voces. Le eché otro vistazo por si la había mirado mal. ¿Cómo podían confundirme con esa chica?
– Bueno, entonces estaba algo más llenita. – Era una morsa, una morsa llena de pecas.
– ¿Si? – contestó el decano – No, para nada. Lo que sí te veo es que ahora te han salido algunas pequitas más.
– Bueno, en realidad ahora tengo bastantes menos pecas. – ¿Qué se habían creído? Solo en verano me salían un par de pequeñas pecas, y muy coquetas en opinión de muchos.
– Las mismas, ni más ni menos, – juzgó Carballo. – Mira, y aquí tienes ese mohín tan tuyo.
Habían pasado de foto y ahora se podía ver a la ballena frunciendo el ceño en una horrible mueca.
– No, no. Ese gesto no lo suelo hacer yo.
– Mira, si lo estás haciendo ahora mismo, – soltó divertido el rector. Me estaba poniendo de muy mal humor.
– Pues fíjense. A mí me parece otra persona distinta a mí.
– No, lo que ocurre es que en las fotos estás algo más delgadita y eso te da un aspecto más infantil. – Ah no, por aquello ya sí que no pasaba. Era el colmo.
– Definitivamente esa no soy yo.
– Ja, ja, ja. – Coro de risas benevolentes
– Oh, Sarah, hasta tu sentido del humor sigue siendo el mismo, – recordó Brown con emoción. – ¿Recuerdas las noches en Armenia, cuando intentábamos olvidar el frío cantando y contando chistes en nuestras tiendas de campaña?
– No sé ni dónde está Armania. – Mi mosqueo iba a peor y su humor a mejor.
– Oh, Armania está en Italia, le diré que has preguntado por ella. – Y le señaló a los demás otra chica que salía en las fotos. – Eran uña y carne.
Y así siguieron durante quince largos minutos más. Al terminar el acto y la comida, despedimos al Dr. Brown que me regaló unos chocolates belgas que compró, al parecer, recordando cuánto me gustaban. Así que al menos eso me llevo en el cuerpo. El régimen ya lo empezaré cuando se me pase el disgusto.