Mis sueños con el pulpo Paul

Toda la noche soñando con Paul. Ha sido un sueño de lo más genial. Paul vivía en el fregadero y allí era feliz. Cada vez que a mí me surgía una dudilla allá que iba yo aceituna en mano a preguntarle a Paul (pues sí, en mi sueño el pulpo se alimentaba de aceitunas y bien sano que se le veía) y él me desvelaba los grandes enigmas de mi vida. ¿Es Arturo un mentecato o un príncipe azul aún por pulir? ¿Debo comprar la falda de Polo o la rebajarán más la semana que viene? Y la más anhelada ¿Soy edafóloga o geóloga? Total, que me he despertado optimista y satisfecha. Sin embargo, mientras me lavaba los dientes he tratado de acordarme de alguna respuesta y nada de nada..

De verdad, lo veo claro, yo necesito a Paul. En la vida real lo mantendría viviendo en una pecera en casa, y cada vez que se me cruzase cualquier duda me lanzaría a consultársela armada de cualquier cosa que coma un cefalópodo. ¿Debo de ir de vacaciones a Italia o mejor Portugal? ¿Debo salir en coche o habrá mucho atasco? Sería tan práctico saber que nunca iba a equivocarme.

Además, juntos haríamos de todo. Lo llevaría al parque, daríamos de comer a los patos, y a la vuelta veríamos alguna de sus películas favoritas, como:

  • “Algunos pulpos buenos”: La apasionante historia de cómo Paul optó por la verdad prediciendo la victoria contra Alemania, aún sabiéndose en territorio enemigo.
  • “Lo que el pulpo se llevó”: Un recorrido por todos los equipos que España y Paul dejaron en el camino.
  • “Paul fiction”: Una historia de emoción y crímenes en la azarosa juventud del pulpo.

Pues eso, que lo necesito. ¿Alguien sabe si está en venta?

Un cumpleaños memorable

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Santiago, Salvador o como demonios se llame

¡Qué injusta es la vida! ¿Hay algo más triste que cenar sola en «Villa Oniria» el día de tu cumpleaños? Pues la respuesta es que sí, vaya que sí. Había quedado para cenar con Violeta, mi prima la bailarina, que está de gira en la ciudad. No había terminado de sentarme y pedir una copa cuando me llama la muy desgraciada para decirme que no va a presentarse porque Iván, el violonchelista suplente, le había propuesto ir a tomar algo y, claro, no podía dejar pasar esa oportunidad. Al parecer tiene un hoyuelo en la barbilla, y Violeta se pirra por los hoyuelos. En un arrebato de independencia muy relacionado con que no había probado bocado desde las dos, me decidí a tomar algo, en concreto unas costillas. Y ahí estaba yo, en el restaurante más romántico de la ciudad, cuando el horror me consumió al constatar que tres mesas más allá, Arturo, mi exnovio ayudaba a una rubia delgadísima a deshacerse de su bolero. ¡Espanto! ¡Es lo que le faltaba al retal de dignidad que me quedaba, que Arturo me viese cenando sola en mi cumpleaños!. Me había telefoneado para felicitarme sobre las seis y me dio por ponerme en plan misterioso asegurándole que tenía un plan de lo más increíble. Aunque, desde luego, lo cierto es que el asunto era bastante increíble. Inmediatamente me agazapé detrás de la carta, pero no me sentía segura del todo y opté por esconderme debajo de la mesa.

– ¿Busca algo la señora? – Preguntó un solícito camarero acercándose a la mesa.

– No gracias – contesté en un susurro intentando que se marchase.

– ¿Puedo ayudarla en algo? – Insistió levantando el mantel por el costado más preocupante.

– ¡Suelte mi mantel! – Dije enojada tirando de la tela con demasiada energía, lo que hizo que se cayera una copa con gran estrépito.

– ¿Daniela? – Preguntó una familiar voz levantando otra esquina del odioso mantel.

– ¿Arturo? ¡Arturo, qué alegría! – Exclamé mientras salía de mi escondite.

– ¿Qué haces aquí sola? – Preguntó yendo directo al grano.

– No, no, no, para nada. No estoy sola, no, – estaba tan nerviosa, – estoy con él. – Dije señalando al citado camarero que en ese momento recogía con gran esmero los trozos rotos de mi copa, ajeno a que acababa de comenzar una relación conmigo. – Esta era la única forma de pasar juntos esta noche tan especial. – Sentencié mientras salía de mi escondite. En mi cabeza la excusa sonaba mucho mejor.

– ¡Qué bonito! – Exclamó la acompañante de Arturo que se había unido al grupo.

– Sí, la verdad es que sí. ¿A que lo de la copa ha quedado muy natural? – dije tratando de dar un toque de enigma al asunto.

– ¿Por qué no nos sentamos juntos? – Propuso el fideo, que se dio a conocer como Margarita.

– Uy no, no. Yo es que ya me iba.

– Aquí tiene sus costillas señora – dijo el inoportuno camarero cuya placa identificaba como Santiago.

– ¡Qué bárbaro! ¡Hasta te habla de usted! – Exclamó impresionada Margarita.

– Ya os lo dije, es un profesional de los pies a la cabeza. Y mira qué detalle, me ha traído unas costillas. No es un broche de diamantes, pero no está mal. ¿Verdad?

– Yo soy vegetariana, no podría aceptarlas – añadió mientras se sentaban.

– ¡Toma nota Arturo! ¡Díselo con unos cogollos! – Dije tratando de parecer animada y metiéndole mano a mi primera costilla. Aquello lo ventilaba yo en un rato.

– ¿Qué tal el trabajo? – Preguntó Arturo tan impertinente como siempre. Él sabe que es una pregunta que odio. No es que tenga nada en contra de la edafología, yo incluso diría que me es simpática, pero hasta que no me entere bien de qué va el asunto prefiero evitar el tema.

– ¡Ah, pues colosal! El Dr. Valle está contentísimo con los resultados que estamos teniendo de los análisis. Son muy concluyentes – afirmé con aire profesional.

– ¿Y qué concluyen? – Mira la pillina del espárrago. Ahora quería pillarme.

– Bueno, son conclusiones muy concretas de mi campo analítico. ¿Sabes?

– Margarita es doctora en geología. – Aclaró Arturo. Vaya por Dios, esta gente aparece como setas.

– ¡Qué coincidencia! ¡Somos colegas! – las palmas de las manos empezaban a sudarme.

– Pues sí. Arturo no me ha dejado claro si eres edafóloga o geóloga – Ya, sí. No tenía ni idea de en que terreno se estaba metiendo la tal Margarita.

– ¿Y tú? – había que desviar el tema.

– Yo petrógrafa. – Atiza, eso sí que es nuevo. Menos mal que una sabe de etimología.

– Uff, supongo que te estará afectando mucho el asunto de los coches electricos y tal. – Otra costilla, ya sólo me quedaban cuatro.

– ¿Cómo?

– La petrografía no tiene nada que ver con el petróleo, Daniela. Margarita estudia las rocas. – Aclaró Arturo mirándome significativamente.

– Uy, que no lo habéis cogido. Era un chiste gremial – dije entre risitas tratando de disimular. No parecía que lo de las rocas fuese en broma. Tenía que enterarme de si era así.

– Aquí tienen su ensalada – interrumpió Santiago que llegaba con un plato de lo más primaveral.

-¡Qué miradas me echa! ¡Me estoy ruborizando! – dije en cuanto se alejó un par de metros.

– ¿Arturo, quieres una de mis costillas? – Aquello sonó fatal así que me apresuré a aclararlo – Me refiero a las del plato, no a las mías, claro está. Entre Arturo y yo todo está terminado. Ahora mis costillas, costillas solo las comparto con Salva.

– ¿Quién es Salva? – preguntó curioso Arturo.

– Pues el camarero claro, el camarero de mi amor… – estaba tan nerviosa que se me resbaló el cuchillo con tan mala fortuna que casi degollé a la pobre Margarita. No lo hice con intención claro está, pero seguro que ya no me vuelve a preguntar si soy edafóloga o geóloga en toda su vida.

– El camarero se llama Santiago. –añadió Arturo.

– No, se llama Salvador y yo lo llamo Salva –y mirando a Margarita- y  a veces también lo llamo pichoncín, pero le molesta que lo haga en público.

– Su solomillo, señor –volvió a interrumpir el camarero dejando justo a la altura de mi nariz su placa identificativa.

– ¡Ah no, por aquí sí que no paso! – Exclamé con aire angustiado. – ¡Yo no aguanto ni una mentira más! ¡Entre nosotros está todo acabado! – Grité poniéndome en pie y dejando al grupo estupefacto. – ¡No quiero saber nada más de ti, te devuelvo tus costillas! – Y me largué del salón sin mirar atrás y con un porte, a mi parecer, muy digno.

Un cumpleaños memorable, desde luego. Aunque todavía me pregunto quién pagó mis costillas.

Amor sobre seguro

El perro Rescoldo
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Mi madre, qué berrinche tiene mi hermana con su último caso en el consultorio sentimental “Querida Claudia”. Ella y su costumbre de pringar a todo el mundo. Bebes, una chica que trabaja en una oficina de seguros, acudió a ella para que la ayudase a librarse de su compañero del trabajo, un tal Jorge, que la tenía asfixiada con sus continuas insinuaciones. Su primera carta decía lo siguiente:

No deja de enviarme señales y Querida Claudia, no sé cómo librarme de él. Se pasa el día atosigándome con sus atenciones y la verdad es que no puedo más. No quiero partirle el corazón, ya que trabajamos juntos, pero tengo que poner fin a lo de Jorge ¿Me ayudas?

Estimada Bebes:
No faltaba más. Aunque no me gusta presumir de ello, lo cierto es que tengo una fórmula depuradísima para quitarme pelmazos de encima. Descríbeme qué tipo de señales te envía Jorge, y yo te contaré como aplacarlas.
Por otra parte, me dices que trabajas en una agencia de seguros. Me viene de fábula. Este año me han salido unas goteras en el salón que parecen las cataratas del Niágara. Lo hablé con mi agente, una estúpida incompetente y me dijo que el seguro no me pagaba ni de guasa el asunto ¿Qué hago?

Querida Claudia:
Tranquila con lo del seguro. Yo misma te redacto una carta para tu agente que se le va a quedar el pelo de punta cuando la lea. Ya verás si paga o no paga.
¿Las señales de Jorge? Pues como muestra un botón. Esta mañana, cuando se ha ido a tomar el café, al volver me ha preguntado: “¿Me ha llamado alguien?” ¿Qué te parece?

Querida Bebes:
No te entiendo bien. ¿Dónde está lo raro de que te pregunte si lo ha llamado alguien?
Por favor, te agradecería sobremanera lo de la carta. Cuanto más tajante mejor. Se va a enterar la tiesa esa de quien es Claudia Torres.

Querida Claudia:
¿No te das cuenta de que solo es una excusa para hablar conmigo? Por Dios, y qué te parece lo de hoy. No habría tosido más de seis veces, cuando ya me estaba ofreciendo un Pictolín.
Adjunto te envío la carta para la pécora esa de agente que tienes. Ya te digo, no querría estar en su pellejo.

Querida Bebes:
¿Qué tiene que te ofrezca un Pictolín?
Muchas gracias por la carta, está sensacional. Me gusta cuando dices lo de demandarla por vía penal y lo de que su carrera pende de mis goteras. Esa fiera sin corazón se va a caer de espaldas cuando la vea. Mañana la envío.

Querida Claudia:
Ya verás. Antes del fin de semana tienes arregladas las goteras. Me siento particularmente orgullosa de la metáfora entre las lágrimas que va a derramar y los metros cúbicos necesarios para que el seguro cubra el estropicio. Da un toque muy profesional.
Respecto a Jorge, no te quedes con el asunto del Pictolín. En realidad me estaba ofreciendo mucho más que eso. Me ofrecía su corazón. Hoy me ha dejado que eche yo la persiana. Lo hace para que vea que es un hombre de hoy en día. ¿Lo pillas?

Querida Bebes:
Pues no, mucho no lo pillo. Ten cuidado a ver si te está chuleando. Hoy que eche él las persianas.

Muy señora mía:
Acabo de recibir su (MI) carta. Bebes es la abreviatura de Maria Eduvigis, mi nombre de pila. Como ya le participé en nombre de seguros “La esperanza” según informe de nuestro perito el tipo de filtraciones de su casa están excluidas de los términos de su póliza. Jorge está de acuerdo conmigo (otra prueba más por cierto). Esperando sinceramente que este asunto no enturbie nuestra relación profesional he decidido pasarle su expediente a mi compañero Jorge Morales que se pondrá en breve en contacto con usted.

Bebes:
Déjate de farándula y dime qué tipo de filtraciones sí están cubiertas por mi póliza.

Estimada Claudia:
Las que no tienes. Pero me congratula informarte de que si un huracán arrolla tu vivienda, “Seguros La Gran Esperanza” se hará cargo de los gastos de moqueta.

Bebes:
Yo no tengo moqueta.

Estimada Claudia:
Yo en tu lugar la pondría, y también me compraría un perro. Si te deshace el sofá, “Seguros La Gran Esperanza” te paga el 40% de uno nuevo.
Jorge esta mañana me ha preguntado si tengo plan para el viernes por la noche. Así sin más.

Estimada Maria Eduvigis:
Quiero cambiarme de agente en mi seguro.
Después de pasarme por la oficina para firmar mi reclamación al seguro, Jorge me invitó a bailar el viernes por la noche. Creo que necesita que te quedes con su cachorro, un dálmata llamado Rescoldo al que salvó de ser sacrificado. Es que tiene un corazón de oro. Entre samba y rumba seguro que llegamos a un acuerdo con lo de las filtraciones.

Claudia:
Si quieres cambiar de agente tienes que esperar a Marzo del año que viene, hacer una declaración jurada con dos testigos sin consanguinidad entre ellos y mandar copia del DNI, escritura de la casa, cinco recibos del banco, grupo sanguíneo y perfil de Facebook, todo por triplicado y en horario de 8:00 a 8:10.
Como te atrevas a ir a bailar con mi Jorge te saco los ojos. ¡Sólo faltaba! ¿Quieres que tampoco te paguen la moqueta en el caso del huracán? Quédate con Rescoldo el viernes por la noche y dile a Jorge que iré yo a bailar, y a cambio intentaré algo con la factura de los pintores.

Maria Eduvigis:
Solo hasta las diez.

Querida Claudia:
Jorge y yo lo pasamos de fábula. Ya que me apena lo que me cuentas de Rescoldo. ¡Qué barbaridad! Dos cojines enteros y media chaise-longue. Desgraciadamente lamento comunicarte que tu póliza no cubre a cachorros menores de seis meses por lo que nos es imposible abonarte el asunto del sofá, de todos modos, la buena noticia es que es la semana del sofá en Ikea, y el modelo Ektorn es una verdadera preciosidad.
Feuchín, lo de la pintura lo veo feuchín, pero te mando una ampliación de póliza con la que sí que hubiésemos cubierto lo de Rescoldo. Solo son 120 euros más al año. Jorge y yo pensamos que te interesa.
Un beso de Jorge, Bebes y Rescoldo.