¡Lo que me faltaba! La vida de una becaria, ya de por sí, no es fácil, pero es que últimamente no me llevo más que berrinches. Para empezar está el asunto de la tesis. Mi jefe anda últimamente pesadísimo con eso, y ya no sé cómo darle más largas. El día menos pensado voy a tener que ponerme a enterarme de qué va el tema, porque cada vez me hace preguntas más incómodas. Además, por si fuera poco, mis asuntos personales tampoco van como para tirar cohetes.
En efecto, cuando hace tres semanas me llegó la invitación de Martina Bramantes a su boda ecológica, me pareció un golpe bajo. Sencillamente no me pareció justo que Martina también fuese a casarse. Últimamente le ha dado por prometerse a todas mis conocidas, pero lo de Martina me pilló totalmente de improviso. Nos encontramos hace tres meses y me confesó que estaba disfrutando de su soltería más que nunca. A qué corchos viene anunciar ahora en un tarjetón de tamaño descomunal el fin de una etapa tan feliz.
No obstante, como el espíritu resignado y práctico que soy, me preparé para el evento con la mejor disposición posible, y hoy me he presentado en “El Burrito Verde” con un aspecto magnífico, embuchada en un precioso vestido de pedrería con estampado floral y unos tacones de doce centímetros. Tan sólo me faltaba un acompañante multimillonario, pero no se puede tener todo. Sorpresa gorda cuando, nada más desembarcar, me encuentro con un grupo de excursionistas ataviados con campestres atuendos que me han desconcertado sobremanera. Lo peor ha sido descubrir, tras un vistazo más exhaustivo, que los excursionistas no eran otros que los invitados a la boda.
– Dani, – me ha saludado enseguida Carlota Guirao – ¿No sabias que era una boda ecológica? – Ha añadido con verdadero apuro mientras nos acomodábamos bajo la marquesina adornada en la que se iba a celebrar la ceremonia.
– Pues no, – he mentido a toda velocidad. Yo pensaba que lo de boda ecológica significaba que donarían los regalos a Greenpeace o algo así. Afortunadamente, Carlota es, con diferencia, la muchacha más buena que conozco, y me he alegrado una barbaridad de encontrarla en la boda.
– ¡Mira! ¡Por allí viene la novia! – Ha exclamado de repente señalando a una borriquilla. Sobre ella cabalgaba Martina, demostrando gran destreza al portar el ramo y las riendas a la vez que avanzaba en un trote de lo más resultón. Los ojos casi se me salen de las órbitas cuando el novio se ha dado la vuelta para ayudar a descabalgar a la novia. No era otro que Esteban. La última vez que me encontré con él llevaba colgado el brazo de Carlota, su novia de toda la vida. He mirado a Carlota con cara de sorpresa.
– ¿No lo sabías? – Me ha dicho ella. – Esteban y yo lo dejamos hace un par de meses. Lo cierto es que estoy muy contenta de que haya encontrado la felicidad con Martina. – Ya no sé si, de puro bueno, esta chica no roza la estupidez. – Supongo que tú sentirías lo mismo si le pasase a Arturo, – ha añadido refiriéndose a mi exnovio. La imagen de él y la traidora ensartados por un rayo ha atravesado mi mente.
– Naturalmente – he contestado tratando de parecer sincera.
Tras prometerse amor eterno e intercambiar distintos tipos de semillas ha llegado el momento cumbre, en el que los novios han hecho su salida bajo una lluvia de paja. Al parecer es cosa sabida que el arroz no es nada ecológico. Yo he caminado hacia el cobertizo donde se organizaba el banquete con toda la dignidad que mis tacones, en el terreno irregular, me han permitido. Lo cierto es que estaba bastante orgullosa de mi ascenso hasta que uno de mis tacones ha quedado atrapado en un agujero, lo que me ha hecho trastabillar y caer de bruces sobre un grupo de invitadas formado por el grueso de mis compañeras de promoción. Tras ayudarme a ponerme en pie entre un coro de risas contenidas, me he unido a ellas en el ágape, teniendo que hacer frente a una auténtica lluvia de preguntas incordiosas.
Primer asalto: Sara Malagón. Hace su tesis en Farmacología. Quedó tres puestos por delante mía en la graduación y es propietaria de la melena pelirroja más bonita que jamás he visto. Lo peor es que es insultantemente natural. Lo sé porque compartimos habitación en el viaje de fin de carrera y, recién despierta, ya se parecía a La Sirenita. Sólo le faltaba el cangrejo.
– ¿Qué tal la tesis?- Ha preguntado Sara con cierta intención.
– Muy bien, gracias. ¿Y la tuya?
– La leo el mes que viene. – La aceituna se me ha atrancado en la garganta. Para el mes que viene es probable que yo acabe de enterarme si soy edafóloga o geóloga.
– Qué alegría, – he conseguido carraspear.
– Sí, quería quitármela de encima antes de la boda – ha dicho mostrándome un enorme anillo.
– ¡Vaya, doble enhorabuena! – Las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Me gustaría decir que he sentido una envidia sana, pero lo cierto es que así, a primera vista, apestaba a envidia cochina de la de toda la vida.
– Gracias, gracias. Por cierto me encanta tu vestido.
– Gracias, es de pedrería sostenible – ¿Por qué? ¿Por qué siempre caigo en la tentación de decir este tipo de chorradas?
– Mi cesta es de mimbre biodegradable. – Siempre hay quien gane, siempre hay quien gane.
Segundo asalto: Marisa Cano. “Chismóloga” oficial de la promoción. Creo que se enteró de mi ruptura con Arturo antes que yo:
– ¡Hola Dani! ¿Qué tal la tesis?
– Fantástica. Me la estoy tomando con calma, porque mis resultados van a dar que hablar – le he respondido en tono confidencial. Y vaya si van a dar que hablar.
– ¡Qué guapa va Martina! ¿Sabías que el ramo se lo han traído exclusivamente a ella de un cultivo ecológico de rosas de Jamaica?
– Ah pues no. – Lo que se parecen las rosas de Jamaica a las de Maracena es cosa grande.
– No lo comentes, pero le ha costado más de 700 euros. – Nota mental, si lo de la edafología sale mal, poner una floristería ecológica.
Estaba preparándome para afrontar el tercer asalto a cargo de Joaquín Padilla, que se acercaba sospechosamente, cuando una voz me ha sacado de mis cavilaciones:
– ¡El ramo! ¡El ramo! ¡La novia va a tirar el ramo! – exclamaba ilusionada una de las invitadas interrumpiendo la conversación.
-¿Te han explicado lo del ramo, no? – Me ha preguntado Sandra Casares colocándose a mi lado en el grupo de solteras.
– Sí, sí, – he contestado con poco entusiasmo mientras trataba de concentrarme en mi objetivo. Lo cierto es que no abrigaba grandes esperanzas, máxime, cuando delante de mí competía casi la totalidad del equipo de Voleibol de la facultad. No obstante, se conoce que me crezco en las grandes ocasiones, porque, de repente, me he visto dando un grácil brinco y haciéndome con el ramo en una cabriola que jamás hubiese imaginado mientras el grupo de delante se quedaba patitieso de la impresión. Cuando he aterrizado en el suelo, con mi trofeo en los brazos y preparada para recibir una muy merecida ovación, me he topado con una serie de miradas espantadas y acusadoras en plan grajos.
– ¿Pero, qué has hecho Dani? – Ha exclamado Sandra conmocionada ¿Cómo que qué he hecho, pedazo de envidiosa? Agarrar el ramo en una pirueta digna de Gemma Mengual.
-¿No sabías que Carlota tenía que coger el ramo? ¡Era una sorpresa! Por eso todas nos hemos apartado. – Ha añadido una de las del Voleibol. Ya decía yo, que el asunto había sido sospechoso.
– ¡Oh Carlota, perdona, no tenía ni idea! – He exclamado volviéndome hacia la doliente que estaba justo detrás de mí con cara sorprendida.
– No, no, Dani. No te preocupes, el detalle es lo que cuenta. Seguro que te trae suerte. – Esta chica te desarma. No debería de ser legal ser tan buena.
– ¡Oh no, toma el ramo! Además, soy alérgica a las rosas de Jamaica, – he añadido entregándole el ramo. Creo que lo ha cogido por no poner en riesgo mi integridad física. A estas chicas no hay quien las entienda, Martina le birla el novio y soy yo la criminal por quedarme con un ramo de rosas de Jamaica. De verdad, de verdad, hasta que no haga una tesis, me haga con un novio y luzca un buen anillo no vuelvo a ir a otra boda. ¿Me dará tiempo para la de Sara, el siete de agosto?