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¡En marzo leo la Tesis!

¿Y qué le cuento yo al tribunal?
¿Y qué le cuento yo al tribunal?

 

Sorpresita de nuevo año de mi jefe. En Marzo leo la tesis.  La cosa no tiene arreglo. Está decididísimo. La catastrófica noticia me ha llegado esta misma mañana. Eso me pasa por cogerle el móvil, soy una blanda y lo voy a pagar bien caro. No sé desde cuándo lleva rumiando el tema mi jefe, el Doctor Carvallo, pero debe llevar lo suyo porque me ha dado detalles de lo más espeluznantes. Al parecer va a haber un tribunal para mí solita. Tengo que enterarme de si tienen potestad para enviarme a la cárcel, porque  me huelo que la primavera me pilla en chirona. Llevo todo el día recordando la trágica conversación con Carvallo.

– Daniela, en Marzo lees la tesis.

– ¿La tesis de quién? – De vez en cuando a mi jefe le da por darme alguna tesis a ver si se me pega algo. Yo las guardo dos semanas y luego le digo que he cogido cantidad de ideas.

– La tuya claro.

– ¿LA MÍA? – Este hombre es un inconsciente o es una broma pesada. Para leer una tesis hay que tener una tesis que leer.

– Uy no, no. Mis resultados van a dar mucho que hablar y no quiero precipitarme. Ya le digo que podría ser una conmoción para la sociedad edáfica. – se necesita tener mal gusto siquiera proponer algo así.

– Que se conmocionen. Tú lees la tesis en Marzo y no hay más que hablar. De hecho para Reyes tendrás un tribunal.

– ¿Tribunaaaaaal? Yo no quiero un tribunal para Reyes. Quiero unos pendientitos de Swarosky.

– Daniela, no digas más disparates. El Dr. Rasputov va a ser el presidente del tribunal. – Dios mío, Dios mío. El Rasputín ese es un ruso que no se anda con chiquitas. No descarto que me ejecute sobre la marcha.

– Es que en Marzo no puedo. Me operan. Es una operación muy larga y entre preoperatorio y postoperatorio se nos va el mes

– ¿De que te operan? –puedo sentir su recelo.

– Pues…bueno…es un secreto. – Ya me he operado de apendicitis tres veces, de cataratas, de un ojo vago. Tengo que andarme con pies de plomo, el repertorio está agotadísimo

– Daniela no voy a retrasar tu tesis porque quieras ponerte pecho.

– ¡Yo no quiero ponerme pecho!… ¿Cree que tendría que ponerme pecho?  –  ¿Será un secreto a voces en el mundo de la edafología? Lo ha dicho con mucha convicción.

– No, no…Daniela, en Marzo lees la tesis. Si tengo que trasladar al tribunal al Hospital lo traslado pero tú lees la tesis como que yo me llamo Carvallo. –No veo mala idea leerla en el hospital, así me pilla cerquita después del linchamiento.

¡Qué panorama de Navidad! Sin novio, sin pendientes, sin pecho… y con una tesis por hacer. Espero que haya algo en “El rincón del vago” .

La Doctora Mousselle

La Dra. Mousselle esperando en el hotel
La Dra. Mousselle esperando en el hotel

– ¿Llamaba, Dr. Carballo? – Mirada inocente y porte orgulloso mientras me adentro en el centro de operaciones de mi jefe. Este hombre me saca siempre de la peluquería en los momentos más inoportunos.

– ¿Llamaba? Llevo tratando de que te presentes más de una semana. Siéntate. – El Dr. Carballo se piensa que yo tengo que estar detrás de la puerta para cuando a él se le ocurra llamarme, pero como tengo el día diplomático y parece que está de buen humor no digo ni pío.

– Daniela, por fin un golpe de suerte. La Dra. Mouselle, de la Sorbona, se ha interesado por tus trabajos.

– Pues sí que es un golpe de suerte sí, claro que los franceses siempre tuvieron buen gusto… – Ya se podía poner menos chulo o me largaba para La France en un periquete.

– Es casi un milagro. Va a venir el lunes para evaluar la posibilidad de concederte una beca Eiffel. Ya te figurarás lo bien que nos vendría el asunto que con lo que se está alargando tu tesis y lo que te pagamos…

¡Dinero! A todo le ponen cifra hoy día. Que mundanidad más espantosa.

– La cosa es que tienes que ir a recogerla el lunes al aeropuerto, invitarla a desayunar y por último llevarla a su hotel. Trata de impresionarla y causarle una buena primera impresión. – Y mirándome muy serio. – Ya sabes, procura hablar lo mínimo posible de Edafología. — Que yo porque tengo muy buen carácter pero la intención del comentario no me gustó un pelo. Un día de estos me entero de que va lo de la Edafología y les pongo los pies en su sitio. No obstante tenía el día concesivo y no quería reñir con mi jefe.

– Tranquilo jefe.  Me la voy a llevar al Palace y después de un par de croissants la “Eiffel” será mía. Ni se figura lo bien, que doy yo en el Palace. Cosa fina.

– No innoves Daniela, no innoves. Mejor desayunáis en el aeropuerto. Su avión llega a las nueve de la mañana así que no te retrases ni un minuto.

– Ay no, lo del aeropuerto no va a poder ser. Siempre me lío para llegar y termino en sitios muy raros. ¿Sabía que existe un pueblo llamado Chimeneas?

– Ya empezamos Daniela. ¡Si te lías mira un plano que nos jugamos mucho, leñe!

– No se ponga cabezón. Dígale usted que nos encontraremos en el Palace que del resto me encargo yo. – y me largué a preparar mi estrategia. Menuda ilusión yo con una beca Eiffel, que caché me iba a dar eso a mí en la próxima reunioncita familiar. El fin de semana me fui de compras y ni se figuran la monada de sandalias que encontré. Algún día serían conocidas como Eiffelitas en mi honor.  El domingo por la noche hice los cálculos necesarios para asegurarme el éxito de mi empresa:

Hora de llegada de Daniela al hotel = Hora de llegada de la francesa al aeropuerto + media hora de retraso del avión + media hora de recogida de maletas + media hora de viaje al hotel -10’ para posibles imprevistos (hay que ser previsor)

Total que a las diez y veinte podía presentarme tranquilamente a esperar a la franchute tan ricamente en el hotel. Pero los acontecimientos empezaron a precipitarse cuando al día siguiente, a las diez menos diez, recibí una llamada:

9:50: La Dra. Mousselle telefonea desde el Palace. No me ve por ninguna parte. Le digo que he ido al baño y que en diez minutos me reúno con ella en recepción. También es mala suerte, será el primer avión que llega a su hora.

10:15: Después de una carrera consigo llegar al Palace con la lengua fuera, para mi desgracia la francesa me avista en el último tramo de recorrido, arguyo que no había jabón y he ido a buscarlo a un hotel vecino pero me da que no se lo traga del todo. La doctora Mousselle, alta, joven y guapa, no parece guardarme rencor por el retraso, si bien es cierto que ni siquiera echa un vistazo a mis “Eiffelitas” mientras nos dirigimos al salón de desayunos. Trae una maleta del tamaño de Córcega pero que es una preciosidad.

10:20: Pongo en marcha el plan: Paso 1) Impresionarla a través de la comida. Pido dos desayunos imperiales. Carísimos pero un innegable golpe de efecto. La Dra. Mousselle me pregunta por mis inquietudes edafólogicas. Me zampo un croissant.

10:25: La francesa me pregunta por mi área geológica. Le zampo un croissant, la cosa se pone fea y tengo que recurrir al paso 2) Distraer la atención con mis conocimientos sobre la Alhambra.

10:26: Descubro la laguna del paso 2: Mis conocimientos sobre la Alhambra son prácticamente nulos. Se impone el paso 3) Largarse sea como sea. Pido la cuenta casi al tiempo que descubro que me he dejado la cartera en el coche. ¡Qué finos son los franceses! A saber lo que está pensando, pero que me sonríe amablemente mientras extiende los cincuenta euros es un hecho.

Coge su enorme maleta y comenzamos la marcha de dos kilómetros hacia el parking. Cuando por fin llegamos no tardo en descubrir que no tengo la menor idea de donde está el coche. Recorremos tres veces completas el parking de punta a punta porteando la enorme maleta de la doctora. A punto de comenzar el cuarto ascenso mi compañera con claros síntomas de asfixia se retira a beber un poco de agua, ocasión que aprovecho para perderle la maleta. La localizo a unos doscientos kilómetros por hora tres parkings más abajo. ¡Lo que corre una maleta con ruedas! Choca contra un ciprés y después de quince minutos conseguimos recuperar la mayoría de la ropa excepto el sujetador de copa de la doctora que, caprichos del destino, está en una rama muy alta. Las Eiffelitas me están matando. La Dra. Mousselle me echa una mano y consigue arrastrarnos de vuelta a la maleta y a mí. Un grupo de japoneses muy amable  nos informan que han avistado el coche en el P4, la exhausta Dra Mousselle y su maleta esperan mientras llego triunfal con mi mini. Como el maletero no se abre, la doctora tiene que sentarse encima de su maleta, menos mal que el coche tiene techo solar y la mujer puede sacar por ahí el cuello. Parece una jirafa.  Cuando llegamos al Hotel Nazaríes el rostro de alivio de la doctora es indescriptible mientras se despide. Descubro por casualidad que me he confundido de hotel, y me empeño en subsanar el error, pero la doctora se niega a volver a subirse al coche. Cortés pero tajante. Rien de rien. En ese momento me llama el Dr. Carballo.

– ¿Cómo ha ido todo?

– Bueno,  impresionada ha quedado muy, pero que muy impresionada.

Una visita imprevista II

© Pétrouche - Fotolia.com
Armania y Sarah en el Cáucaso

(viene de Una Visita Imprevista I)

Pues nada, nada. La historia la escriben los valientes y yo estaba decidida a llevar el asunto de mi reencuentro con la dignidad que es, como saben, mi norte y guía. Saqué un kleenex del bolso y me empapelé la cara todo lo posible, simulando un par de estornudos. Qué vergüenza, pero qué vergüenza. El caprichoso de mi jefe me empujó literalmente hasta el centro del grupo donde el más rubio se adelantó con decisión. Sentí que el pañuelo resultaba insuficiente e intenté recolocármelo. Al acercarse, me echó una mirada de halcón y supe que me había descubierto. ¿Y ahora qué? ¿Sería capaz de darme una bofetada así delante del rector? Tenía una pinta de bruto que se las pisaba y venía derechito hacia mí.
– ¡Sarah! – Exclamó con alegría dándome un enorme abrazo que me pilló de improvisto e hizo caer mi pañuelito. Me sentí desnuda. Lo del nombre era lo de menos, ya lo arreglé en su día advirtiendo que era mi seudónimo científico, pero se acercaba cada vez más a mí, y de un momento a otro se descubriría el pastel.
– ¡Brawn! – Mascullé como pude tratando de parecer contenta.
– ¡Oh Dios mío! – Y me miró directamente a mis desorbitados ojos – ¡No puedo creerlo!
– Puedo explicarlo. – En realidad no podía y claro eso me acongojaba e hizo que solo me saliese un hilito de voz.
– ¡No has cambiado nada! ¡Estás igualita que hace cuatro años! – Estaba entusiasmado.
– ¿De-De veras? – Si era una broma, desde luego era muy cruel.
– Mira lo que llevo en el móvil.
Sacó su teléfono y buscó unas fotografías. El resto del grupo acudió interesado.
– Son fotos de nuestra excursión al Cáucaso.
En primer plano podía verse a una chica bastante entradita en carnes con el pelo cobrizo, la cara redonda y llena de pecas. Vestía un horrible vaquero amarillo y una aún más espantosa camisa verde. Parecía un plátano canario.
– Vaya, es cierto, – exclamó el Dr Carballo – !Qué bien te conservas, Daniela, la foto parece de ayer!
Los miré con suspicacia, pero no había el menor asomo de sorna en sus voces. Le eché otro vistazo por si la había mirado mal. ¿Cómo podían confundirme con esa chica?
– Bueno, entonces estaba algo más llenita. – Era una morsa, una morsa llena de pecas.
– ¿Si? – contestó el decano – No, para nada. Lo que sí te veo es que ahora te han salido algunas pequitas más.
– Bueno, en realidad ahora tengo bastantes menos pecas. – ¿Qué se habían creído? Solo en verano me salían un par de pequeñas pecas, y muy coquetas en opinión de muchos.
– Las mismas, ni más ni menos, – juzgó Carballo. – Mira, y aquí tienes ese mohín tan tuyo.
Habían pasado de foto y ahora se podía ver a la ballena frunciendo el ceño en una horrible mueca.
– No, no. Ese gesto no lo suelo hacer yo.
– Mira, si lo estás haciendo ahora mismo, – soltó divertido el rector. Me estaba poniendo de muy mal humor.
– Pues fíjense. A mí me parece otra persona distinta a mí.
– No, lo que ocurre es que en las fotos estás algo más delgadita y eso te da un aspecto más infantil. – Ah no, por aquello ya sí que no pasaba. Era el colmo.
– Definitivamente esa no soy yo.
– Ja, ja, ja. – Coro de risas benevolentes
– Oh, Sarah, hasta tu sentido del humor sigue siendo el mismo, – recordó Brown con emoción. – ¿Recuerdas las noches en Armenia, cuando intentábamos olvidar el frío cantando y contando chistes en nuestras tiendas de campaña?
– No sé ni dónde está Armania. – Mi mosqueo iba a peor y su humor a mejor.
– Oh, Armania está en Italia, le diré que has preguntado por ella. – Y le señaló a los demás otra chica que salía en las fotos. – Eran uña y carne.
Y así siguieron durante quince largos minutos más. Al terminar el acto y la comida, despedimos al Dr. Brown que me regaló unos chocolates belgas que compró, al parecer, recordando cuánto me gustaban. Así que al menos eso me llevo en el cuerpo. El régimen ya lo empezaré cuando se me pase el disgusto.

Una visita imprevista I

© Alexandra Thompson - Fotolia.com
El Dr. Brown

Esta mañana iba camino de la peluquería cuando me ha sobresaltado una llamada de mi jefe. Como últimamente lo tengo un poco olvidado, no he dudado en contestarle el teléfono. Es lo que tengo, soy una blanda.
– Daniela, tienes que subir inmediatamente al departamento. Te espera una sorpresa gordísima.
Uy, uy, uy, las sorpresas me gustan nada más que regulín, y viniendo de mi jefe menos.
– Ya que me gustaría ir Don Alberto, pero no me parece muy apropiado, la alergia me está matando y podría resultar muy incómodo empezar a estornudar entre nuestros queridos pedruscos…
– Daniela, vas a subir inmediatamente, porque hay alguien muy ilustre que te está esperando y te digo que te vas a quedar helada. El rector viene de camino.
– ¿El rector quiere verme?
– ¡Dios nos proteja, a ti no! El rector viene a ver al visitante ilustre, que a su vez quiere verte a ti. Tienes veinte minutos para estar en mi despacho.
Y ha colgado sin más. Hay que ver, siempre tengo que ser yo la que me pliegue a sus caprichos. Cuando he llegado Don Alberto me estaba esperando nerviosísimo en la puerta del departamento.
– Por fin llegas. Daniela, no te vas a creer quién te está esperando en la sala de juntas. El Dr. Bonhalm Brown.
– Pues mire usted que bien, ¿y quién es ese? – De verdad que a esta gente le hace ilusión cada cosa más rara.
– Pero Daniela, ¿cómo que quién es ese? Trabajasteis codo con codo en Armenia. Se ha llevado una alegría enorme cuando se ha enterado de que estabas aquí.
¡Ay mi madre, ahora sí que la había fastidiado del todo! Resulta que el trabajo en la facultad me lo dieron porque mi currículo se confundió con el de una tal Sarah no-se-qué que era una especie de topo y se dedicó a hacer la tira de cosas extrañas con tierra. Luego no había visto yo el momento propicio para aclarar el equívoco, así que todo el mundo asumió que Sarah era mi pseudónimo en los artículos científicos, y todos tan contentos. Mi reacción ante las palabras de Don Alberto no se hizo esperar. Me volví en firme ciento ochenta grados y comencé la operación de retirada con absoluta decisión.
– ¿Daniela, dónde crees que vas? – Y me agarró del brazo haciendo una demostración en vivo de lo que es “absoluta decisión” de verdad. Yo empecé a soltar sus dedos de mi brazo pero no conseguía desasir más de tres. Que terquedad. Me sentía como una flauta.
– Acabo de acordarme de que tengo que irme. Ya verá usted si no me haría a mi ilusión ver a Browny y recordar viejos tiempos, pero es que de pronto me he acordado de que hoy es el día del voluntariado para el petirrojo enano y ya me había comprometido a ir.
– Daniela, el Dr. Brown te aprecia sinceramente. No ha parado de elogiar tu entrega al trabajo, tu capacidad de sacrificio, tu perfeccionismo en los protocolos…
– Para que usted vea, y por aquí no recibo más que críticas y caras largas.
-Bueno, es que hace más de dos semanas que no te vemos el pelo.
– Como siempre decía el Dr. Brown, no hay que precipitarse. Estoy pensando concienzudamente mi siguiente paso y de hecho creo que he tenido una gran idea. Me voy ahora mismo a meditarla en profundidad.
– Daniela, hoy no vas a ir a ningún sitio. No me pongas en evidencia. El rector y el decano están esperándonos en la sala de ponencias junto a la mayoría del profesorado. No he visto tanto quórum desde que nos visitó Kreb. El rector quiere que tú como conocida suya le digas unas palabras de bienvenida en armenio.
-¿Qué le dé la bienvenida en armenio? – Estaba impresionada. Un lío como el que me esperaba puede con cualquiera, pero el detallito del armenio era ya de muy mal gusto.
– Sí, y luego dices algo de lo más destacado de vuestras investigaciones en Georgia.
– Ah, eso sí que no. Luego se quejan de que nadie se lea el “Elsevier”. Si todos andamos pregonando a los cuatro vientos todos nuestros artículos, ¿quién va a ser el guapo que pague por ellos?
– Daniela, no digas más tonterías y da lo mejor de ti misma. Recuerda que la imagen de nuestra universidad está en tus manos.
Estábamos en la puerta de la sala de juntas y me empujó con decisión al interior de la sala donde la tuna interpretaba “Clavelitos” con gran entusiasmo mientras el ilustre grupo disfrutaba de un refrigerio.

CONTINUARÁ…