Lo que se dice complicidad, complicidad, pues no. Ella parece calcular la distancia que hay hasta la puerta

¡Qué boda, Dios mío, qué boda! Mira que me gusta a mí el asunto de los enlaces reales, pero esta… yo que sé, es como si hubiesen rodado “Dos bodas y un funeral” pero todo el mismo día.

El príncipe azul: Menos azul que nunca. Ha llegado de riguroso blanco  al estilo sobrecargo de “Vacaciones en el mar” pero en versión antipática. Debemos asumir que se habrá dado cuenta de que la muchacha que tenía al lado era la novia, pero desde luego, lo que es mirarla ni de reojo.

Charlene: La Cenicienta de turno era todo un poema. O sabe controlar sus emociones y mantener una postura muy regia o la pobre estaba soñando con  protagonizar la versión acuática de “Novia a la fuga” y largarse a Suráfrica al estilo mariposa . Al final ha dado el “sí”, y no ha añadido “qué remedio” porque yo creo que le tiene un miedo de aúpa a Carolina.

Los invitados: Tengo una foto viendo el estado de mi cuenta el pasado día veinticinco en la que tengo la misma, la misma expresión que Carolina entrando a la iglesia. Y el resto de la comitiva pues a tono.

El cortejo: No sé por qué  han tenido que buscar niños de Mónaco si  con los hijos del novio se hubiesen podido apañar estupendamente.

De carroza-calabaza nada de nada, un coche rarísimo. Lo de que fuese híbrido está muy bien, ¿pero tenía que ser tan feo? Un par de caballitos tirando de una carroza es muy ecológico y queda más mono.

Y es que ahora, lo de comer perdices no lo dejan al azar. Estos o comen perdices como mínimo cinco años y con un heredero de por medio o no sé qué clase de males pueden caer sobre Charlene, pero a juzgar por su cara debe ser algo tremendo y horripilante.