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Bartolomé

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Esta mañana, mientras conversaba amigablemente con Carlota Tabernas antes de entrar a los cursos de doctorado, Patricia Guirao se ha presentado con un novio último modelo colgado del brazo. Era de lo más favorecedor: metro noventa, ojos grandes y castaños, barbilla rotunda, en fin, un ejemplar de los que lucen fenomenalmente en cualquier brazo. Eso me ha hecho pensar en mi propia articulación, de la que lo único que colgaba era mi bolso de los lunes, llamado así porque sólo lo uso esos días de puro tristón que es.

Inmediatamente la envidia ha hecho mella en mi sensible corazón, y cuando Patricia se ha acercado a saludarme, mientras su galán atendía una llamada de móvil, la sonrisa forzada ha cruzado de largo los límites del realismo:

– Hola chicas.
– Caray, Patricia, que novio tan guapo, – ha soltado Carlota dignidad.
– ¿Oh, dónde? – He preguntado haciéndome la inocente. Carlota inmediatamente me ha señalado al muchacho en cuestión y yo he fingido cara de sorpresa.
– No, Bartolomé y yo no somos novios, nos estamos conociendo nada más. – Encima con chulerías. ¿Pero quién se ha creído esta?
– Claro, todavía debes de estar superando lo de Ricardo, que total ¿cuánto hace, una semana que lo dejasteis? – He preguntado inocente.
– No, no no creas, ya hace casi diez días.
– Oh, eso lo cambia todo. – El punto de acidez he tratado de disimularlo.
– Sí, Ricardo es agua pasada. – Qué rápido pasa el agua para algunas, diantres, y Arturo todavía colándose en mi río cada dos por tres. En ese momento el novio en cuestión se ha unido al grupo.
– ¡Hola! – Dentadura perfecta y recién blanqueada – ¿No me presentas a tus amigas? – Y nos ha dado dos besos que me han permitido inspirar su aroma a menta fresca. Tras una breve charla, Patricia y Carlota se han ido aparte a intercambiarse apuntes, así que me he quedado a solas con Bartolomé.
– ¿Sales con alguien? – Me ha preguntado directamente en cuanto las otras dos se han alejado.
– No, ahora mismo no. – Ni pío de que llevo más de seis meses sin tener una cita. Tampoco hay que aburrirlo con los detalles.
– ¿Me das tu teléfono? – Este no se anda con chiquitas.
– Bueno, no sé. No me parece bien, Patricia y yo somos muy amigas. ¿Sabes? – La pura verdad es que apenas pasamos de conocidas, pero qué se yo, el colegio de monjas marca y sé que Sor Victoria no hubiese aprobado otra respuesta.
– Qué tontería, estoy seguro de que a mi prima le dariamos una alegría. — ¡Que pájara! ¡Son Primos!
– ¿Sois primos? – Por fin le voy a sacar algún provecho a los cursos de doctorado.
– Primos hermanos. Me ha pedido que la acompañe porque está destrozada por un tal Ricardo, y para eso está la familia. ¿No?- Y encima buenazo, es mi día de suerte. Le he dado mi teléfono móvil, el fijo de casa y el de mi abuela, mi correo electrónico, mi nombre en Facebook y mi dirección completa. Sólo me ha quedado darle mi tamtám.

Sin embargo, ya han pasado dos horas desde que volví a casa y no he recibido ninguna llamada ni ningún mensaje, y eso que he comprobado más de seis veces que tengo batería y cobertura. Un segundo. Suena el teléfono… Es él… Mi suerte ha cambiado.

Fiesta de Halloween

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Fiesta de Halloween

Menuda alegría me llevé la semana pasada cuando encontré el disfraz de vampiresa deluxe completo y a precio de ganga. Por veinte euros me daban un corpiño monísimo con cintitas en plan molinera del siglo XVI, una faldita negra de tubo y hasta una capita de raso de lo más resultón. Por si fuera poco, también iba incluido una pelucaza a lo Salma Hayek y unas medias de rejilla. Si la modelo de la foto, que no me llegaba a la altura del betún lucía tan estupenda, yo iba a quedar digna del Olimpo. Lo cierto es que resultaba un poco atrevido para mi estilo usual, pero qué se yo, por una vez no está de más pasarse de lujuriosa, que hay que aprovechar. Estaba decidida a ser la sensación de la fiesta de Halloween de Patricia Guirao, en la que, para colmo de dichas, Lucas y Marta Jiménez se habían ofrecido a llevarme en su coche. Como nunca pillo vehículo de gorroneo me hacía casi más ilusión que la fiesta. Llena de emoción me dispuse a las siete a ponerme mi modelazo, que todavía estaba en la bolsa original.

FALDA: Tras diez minutos probando distintas combinaciones me tuve que resignar y aceptar la realidad. Allí no cabía más de pierna y media, pierna y tres cuartos si me ponía en plan egipcia y retorciéndome un poco. Como estoy llena de recursos y plena de entusiasmo cambié de estrategia tratando de metérmela por la cabeza. La cosa iba bien hasta llegar al ombligo y tratar de abrir camino en la zona problemática. Un sonoro RAAAAAAAAASSSSSS dio al traste con mis esperanzas y ha dejado claro que de la falda no se podía esperar mucho más.

CORPIÑO: ¡Pero qué clase de modelo han buscado para la foto! Toda la tela que me faltaba de falda me sobraba en el corpiño. Probé a apretarme los lazos y a base de fruncir la tela conseguí encajármelo, pero, claro, parecía un fuelle, y para nada me estaba quedando como en la foto. Como encima de pronto hace un frío de muerte, ¿dónde diablos iba yo en tirantes? Por supuesto, la opción de ponerse el jersey de cuello vuelto debajo del corpiño iba en contra de la filosofía.

MEDIAS: Me hacían una pantorrilla adorable, pero ahí acababa todo. Y lo digo literalmente porque por más y más que tiré no subían ni un milímetro por encima de la rodilla. Apoyándome contra la pared pude estirar la derecha hasta cuatro dedos por encima de la rodilla, logro que me brindó el entusiasmo necesario para intentar tan espectacular resultado en la izquierda. La avaricia rompe el saco, o en este caso la media. Un silencioso boquete del tamaño de una manzana golden se instaló exitosamente y las medias fueron a hacer compañía a la falda.

PELUCA: El flequillo que a la muchacha de la foto le enmarcaba la seductora mirada, pero en mi caso me enmarcaba la punta de la nariz. Como el tiempo se me echaba encima me apresuré a ir a por las tijeras pero eso de cortar un flequillo recto es más complicado de lo que parece y emparejando, emparejando, casi sin darme cuenta me quedé sin flequillo que emparejar. La peluca sin flequillo quedaba fatal y encima los restos de pelo asemejaban una tercera ceja.

Total, que todo lo que me ha quedado de disfraz era la capa, y mirándome en el espejo parecía el anuncio de “Magia Borrás”. A grandes problemas, grandes soluciones. Ni corta ni perezosa he cogido el teléfono:

– ¿Marta?… Hola guapa… Que mira, que no vengáis a por mi que yo esto de Halloween lo veo muy americano, y he decidido no ir a la fiesta. – Lo ha comprendido perfectamente. Si ella supiese. Lo que más me duele es lo del coche.

El Complot

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El Complot del hombre del tiempo

Yo no sé que pasa conmigo pero todos los años al llegar esta fecha la misma historia. Cada vez que salgo a la calle me da la sensación de que más que vestida fuese disfrazada. Menos mal que hay algunas solidarias que me hacen compañía, porque otras parece que tuviesen al hombre del tiempo chivándoles las últimas novedades cada diez minutos. Yo por más que lo intento no atino.

Lunes: Me planto mi top lila y mis vaqueros. Salto a la calle con decisión camino a la parada del autobús. Así, de repente, sin venir a cuento, se pone a llover y toda el agua sucia de los charcos se me va colando por las sandalias de dedo. Patricia Guirao, con la que coincido siempre en mis itinerarios, luce magnífica con su paraguas moka y sus botines a juego sorteando, con gracia los charquitos que encuentra a su paso. La envidio.

Martes: Puff, que sueño, pongo el despertador veinte minutos más y me tomo por mi cuenta otros veinte. Cuando por fin despierto apenas me da tiempo de recapturar el mismísimo modelito del lunes. ¿Dónde están el jersey y las manoplas que dejé preparadas anoche? Encima, encontrar un paraguas resulta del todo inviable, así que hago de tripas corazón y me lanzo al asfalto. Sigue lloviendo y hay más charquitos. ¡Qué asco! ¡Qué frío! Menos mal que Patricia me hace un hueco bajo su paraguas y la mitad del camino voy protegida. ¡Mañana no me vuelve a pasar a mí esto!

Miércoles: Hoy se va a enterar Patricia. Después de dar lo mejor de mí misma en la búsqueda de las distintas prendas consigo hacerme con unos botines y un paraguas. No hacen juego, porque el único paraguas que encuentro es el de Hello Kitty que se dejó mi prima el año pasado, pero al menos es un paraguas. La búsqueda ha sido una carrera frenética contra el reloj. Hubiese sido estupendo sacar unos segundos para mirar por la ventana. Luce un sol radiante y hago un soberbio ridículo camino a la parada del Bus. Patricia es el centro de todas las miradas con sus short ibicencos y su camiseta a juego. Me encantaría saber donde se ha comprado las sandalias de esparto porque son preciosas, pero me da vergüenza acercarme con la facha que llevo. A lo mejor no me ha visto.

Jueves: Ocho y veinte de la mañana, y amanece nublado. Esta vez sí que no me pillan. Gracias a Dios he conseguido recapturar mi pantalón de lana gris y una camisa blanca y voy maravillosa con mi chubasquero y mi paraguas. Parezco un anuncio del Corte Inglés. Patricia tampoco va mal con su gabardina Burberrys y su gorrito a juego. Salgo a las doce y cuarto. ¡Mi madre qué sofoco! Ha salido el sol y les garantizo que sudo la gota gorda. Los pantalones de lana me están matando y la camisa la llevo remangada como puedo. Me cruzo con Patricia. Lleva la gabardina en el brazo dejando ver su precioso vestidito de piqué, el gorrito debe ir en su maxi-bolso. Parece un anuncio del Corte Inglés. Les digo yo que esta está liada con el hombre del tiempo.

Jueves: No puedo salir. Tengo un febrón fenomenal. Mi médico dice que es por los cambios de temperatura, que abuso del aire acondicionado y que no me olvide que ya no estamos en agosto. Sospecho que es el padre de Patricia.