© Marina Zlochin - Fotolia.com

Esta mañana, mientras conversaba amigablemente con Carlota Tabernas antes de entrar a los cursos de doctorado, Patricia Guirao se ha presentado con un novio último modelo colgado del brazo. Era de lo más favorecedor: metro noventa, ojos grandes y castaños, barbilla rotunda, en fin, un ejemplar de los que lucen fenomenalmente en cualquier brazo. Eso me ha hecho pensar en mi propia articulación, de la que lo único que colgaba era mi bolso de los lunes, llamado así porque sólo lo uso esos días de puro tristón que es.

Inmediatamente la envidia ha hecho mella en mi sensible corazón, y cuando Patricia se ha acercado a saludarme, mientras su galán atendía una llamada de móvil, la sonrisa forzada ha cruzado de largo los límites del realismo:

– Hola chicas.
– Caray, Patricia, que novio tan guapo, – ha soltado Carlota dignidad.
– ¿Oh, dónde? – He preguntado haciéndome la inocente. Carlota inmediatamente me ha señalado al muchacho en cuestión y yo he fingido cara de sorpresa.
– No, Bartolomé y yo no somos novios, nos estamos conociendo nada más. – Encima con chulerías. ¿Pero quién se ha creído esta?
– Claro, todavía debes de estar superando lo de Ricardo, que total ¿cuánto hace, una semana que lo dejasteis? – He preguntado inocente.
– No, no no creas, ya hace casi diez días.
– Oh, eso lo cambia todo. – El punto de acidez he tratado de disimularlo.
– Sí, Ricardo es agua pasada. – Qué rápido pasa el agua para algunas, diantres, y Arturo todavía colándose en mi río cada dos por tres. En ese momento el novio en cuestión se ha unido al grupo.
– ¡Hola! – Dentadura perfecta y recién blanqueada – ¿No me presentas a tus amigas? – Y nos ha dado dos besos que me han permitido inspirar su aroma a menta fresca. Tras una breve charla, Patricia y Carlota se han ido aparte a intercambiarse apuntes, así que me he quedado a solas con Bartolomé.
– ¿Sales con alguien? – Me ha preguntado directamente en cuanto las otras dos se han alejado.
– No, ahora mismo no. – Ni pío de que llevo más de seis meses sin tener una cita. Tampoco hay que aburrirlo con los detalles.
– ¿Me das tu teléfono? – Este no se anda con chiquitas.
– Bueno, no sé. No me parece bien, Patricia y yo somos muy amigas. ¿Sabes? – La pura verdad es que apenas pasamos de conocidas, pero qué se yo, el colegio de monjas marca y sé que Sor Victoria no hubiese aprobado otra respuesta.
– Qué tontería, estoy seguro de que a mi prima le dariamos una alegría. — ¡Que pájara! ¡Son Primos!
– ¿Sois primos? – Por fin le voy a sacar algún provecho a los cursos de doctorado.
– Primos hermanos. Me ha pedido que la acompañe porque está destrozada por un tal Ricardo, y para eso está la familia. ¿No?- Y encima buenazo, es mi día de suerte. Le he dado mi teléfono móvil, el fijo de casa y el de mi abuela, mi correo electrónico, mi nombre en Facebook y mi dirección completa. Sólo me ha quedado darle mi tamtám.

Sin embargo, ya han pasado dos horas desde que volví a casa y no he recibido ninguna llamada ni ningún mensaje, y eso que he comprobado más de seis veces que tengo batería y cobertura. Un segundo. Suena el teléfono… Es él… Mi suerte ha cambiado.