Mes: abril 2011

Una visita imprevista II

© Pétrouche - Fotolia.com
Armania y Sarah en el Cáucaso

(viene de Una Visita Imprevista I)

Pues nada, nada. La historia la escriben los valientes y yo estaba decidida a llevar el asunto de mi reencuentro con la dignidad que es, como saben, mi norte y guía. Saqué un kleenex del bolso y me empapelé la cara todo lo posible, simulando un par de estornudos. Qué vergüenza, pero qué vergüenza. El caprichoso de mi jefe me empujó literalmente hasta el centro del grupo donde el más rubio se adelantó con decisión. Sentí que el pañuelo resultaba insuficiente e intenté recolocármelo. Al acercarse, me echó una mirada de halcón y supe que me había descubierto. ¿Y ahora qué? ¿Sería capaz de darme una bofetada así delante del rector? Tenía una pinta de bruto que se las pisaba y venía derechito hacia mí.
– ¡Sarah! – Exclamó con alegría dándome un enorme abrazo que me pilló de improvisto e hizo caer mi pañuelito. Me sentí desnuda. Lo del nombre era lo de menos, ya lo arreglé en su día advirtiendo que era mi seudónimo científico, pero se acercaba cada vez más a mí, y de un momento a otro se descubriría el pastel.
– ¡Brawn! – Mascullé como pude tratando de parecer contenta.
– ¡Oh Dios mío! – Y me miró directamente a mis desorbitados ojos – ¡No puedo creerlo!
– Puedo explicarlo. – En realidad no podía y claro eso me acongojaba e hizo que solo me saliese un hilito de voz.
– ¡No has cambiado nada! ¡Estás igualita que hace cuatro años! – Estaba entusiasmado.
– ¿De-De veras? – Si era una broma, desde luego era muy cruel.
– Mira lo que llevo en el móvil.
Sacó su teléfono y buscó unas fotografías. El resto del grupo acudió interesado.
– Son fotos de nuestra excursión al Cáucaso.
En primer plano podía verse a una chica bastante entradita en carnes con el pelo cobrizo, la cara redonda y llena de pecas. Vestía un horrible vaquero amarillo y una aún más espantosa camisa verde. Parecía un plátano canario.
– Vaya, es cierto, – exclamó el Dr Carballo – !Qué bien te conservas, Daniela, la foto parece de ayer!
Los miré con suspicacia, pero no había el menor asomo de sorna en sus voces. Le eché otro vistazo por si la había mirado mal. ¿Cómo podían confundirme con esa chica?
– Bueno, entonces estaba algo más llenita. – Era una morsa, una morsa llena de pecas.
– ¿Si? – contestó el decano – No, para nada. Lo que sí te veo es que ahora te han salido algunas pequitas más.
– Bueno, en realidad ahora tengo bastantes menos pecas. – ¿Qué se habían creído? Solo en verano me salían un par de pequeñas pecas, y muy coquetas en opinión de muchos.
– Las mismas, ni más ni menos, – juzgó Carballo. – Mira, y aquí tienes ese mohín tan tuyo.
Habían pasado de foto y ahora se podía ver a la ballena frunciendo el ceño en una horrible mueca.
– No, no. Ese gesto no lo suelo hacer yo.
– Mira, si lo estás haciendo ahora mismo, – soltó divertido el rector. Me estaba poniendo de muy mal humor.
– Pues fíjense. A mí me parece otra persona distinta a mí.
– No, lo que ocurre es que en las fotos estás algo más delgadita y eso te da un aspecto más infantil. – Ah no, por aquello ya sí que no pasaba. Era el colmo.
– Definitivamente esa no soy yo.
– Ja, ja, ja. – Coro de risas benevolentes
– Oh, Sarah, hasta tu sentido del humor sigue siendo el mismo, – recordó Brown con emoción. – ¿Recuerdas las noches en Armenia, cuando intentábamos olvidar el frío cantando y contando chistes en nuestras tiendas de campaña?
– No sé ni dónde está Armania. – Mi mosqueo iba a peor y su humor a mejor.
– Oh, Armania está en Italia, le diré que has preguntado por ella. – Y le señaló a los demás otra chica que salía en las fotos. – Eran uña y carne.
Y así siguieron durante quince largos minutos más. Al terminar el acto y la comida, despedimos al Dr. Brown que me regaló unos chocolates belgas que compró, al parecer, recordando cuánto me gustaban. Así que al menos eso me llevo en el cuerpo. El régimen ya lo empezaré cuando se me pase el disgusto.

Una visita imprevista I

© Alexandra Thompson - Fotolia.com
El Dr. Brown

Esta mañana iba camino de la peluquería cuando me ha sobresaltado una llamada de mi jefe. Como últimamente lo tengo un poco olvidado, no he dudado en contestarle el teléfono. Es lo que tengo, soy una blanda.
– Daniela, tienes que subir inmediatamente al departamento. Te espera una sorpresa gordísima.
Uy, uy, uy, las sorpresas me gustan nada más que regulín, y viniendo de mi jefe menos.
– Ya que me gustaría ir Don Alberto, pero no me parece muy apropiado, la alergia me está matando y podría resultar muy incómodo empezar a estornudar entre nuestros queridos pedruscos…
– Daniela, vas a subir inmediatamente, porque hay alguien muy ilustre que te está esperando y te digo que te vas a quedar helada. El rector viene de camino.
– ¿El rector quiere verme?
– ¡Dios nos proteja, a ti no! El rector viene a ver al visitante ilustre, que a su vez quiere verte a ti. Tienes veinte minutos para estar en mi despacho.
Y ha colgado sin más. Hay que ver, siempre tengo que ser yo la que me pliegue a sus caprichos. Cuando he llegado Don Alberto me estaba esperando nerviosísimo en la puerta del departamento.
– Por fin llegas. Daniela, no te vas a creer quién te está esperando en la sala de juntas. El Dr. Bonhalm Brown.
– Pues mire usted que bien, ¿y quién es ese? – De verdad que a esta gente le hace ilusión cada cosa más rara.
– Pero Daniela, ¿cómo que quién es ese? Trabajasteis codo con codo en Armenia. Se ha llevado una alegría enorme cuando se ha enterado de que estabas aquí.
¡Ay mi madre, ahora sí que la había fastidiado del todo! Resulta que el trabajo en la facultad me lo dieron porque mi currículo se confundió con el de una tal Sarah no-se-qué que era una especie de topo y se dedicó a hacer la tira de cosas extrañas con tierra. Luego no había visto yo el momento propicio para aclarar el equívoco, así que todo el mundo asumió que Sarah era mi pseudónimo en los artículos científicos, y todos tan contentos. Mi reacción ante las palabras de Don Alberto no se hizo esperar. Me volví en firme ciento ochenta grados y comencé la operación de retirada con absoluta decisión.
– ¿Daniela, dónde crees que vas? – Y me agarró del brazo haciendo una demostración en vivo de lo que es “absoluta decisión” de verdad. Yo empecé a soltar sus dedos de mi brazo pero no conseguía desasir más de tres. Que terquedad. Me sentía como una flauta.
– Acabo de acordarme de que tengo que irme. Ya verá usted si no me haría a mi ilusión ver a Browny y recordar viejos tiempos, pero es que de pronto me he acordado de que hoy es el día del voluntariado para el petirrojo enano y ya me había comprometido a ir.
– Daniela, el Dr. Brown te aprecia sinceramente. No ha parado de elogiar tu entrega al trabajo, tu capacidad de sacrificio, tu perfeccionismo en los protocolos…
– Para que usted vea, y por aquí no recibo más que críticas y caras largas.
-Bueno, es que hace más de dos semanas que no te vemos el pelo.
– Como siempre decía el Dr. Brown, no hay que precipitarse. Estoy pensando concienzudamente mi siguiente paso y de hecho creo que he tenido una gran idea. Me voy ahora mismo a meditarla en profundidad.
– Daniela, hoy no vas a ir a ningún sitio. No me pongas en evidencia. El rector y el decano están esperándonos en la sala de ponencias junto a la mayoría del profesorado. No he visto tanto quórum desde que nos visitó Kreb. El rector quiere que tú como conocida suya le digas unas palabras de bienvenida en armenio.
-¿Qué le dé la bienvenida en armenio? – Estaba impresionada. Un lío como el que me esperaba puede con cualquiera, pero el detallito del armenio era ya de muy mal gusto.
– Sí, y luego dices algo de lo más destacado de vuestras investigaciones en Georgia.
– Ah, eso sí que no. Luego se quejan de que nadie se lea el “Elsevier”. Si todos andamos pregonando a los cuatro vientos todos nuestros artículos, ¿quién va a ser el guapo que pague por ellos?
– Daniela, no digas más tonterías y da lo mejor de ti misma. Recuerda que la imagen de nuestra universidad está en tus manos.
Estábamos en la puerta de la sala de juntas y me empujó con decisión al interior de la sala donde la tuna interpretaba “Clavelitos” con gran entusiasmo mientras el ilustre grupo disfrutaba de un refrigerio.

CONTINUARÁ…