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Armania y Sarah en el Cáucaso

(viene de Una Visita Imprevista I)

Pues nada, nada. La historia la escriben los valientes y yo estaba decidida a llevar el asunto de mi reencuentro con la dignidad que es, como saben, mi norte y guía. Saqué un kleenex del bolso y me empapelé la cara todo lo posible, simulando un par de estornudos. Qué vergüenza, pero qué vergüenza. El caprichoso de mi jefe me empujó literalmente hasta el centro del grupo donde el más rubio se adelantó con decisión. Sentí que el pañuelo resultaba insuficiente e intenté recolocármelo. Al acercarse, me echó una mirada de halcón y supe que me había descubierto. ¿Y ahora qué? ¿Sería capaz de darme una bofetada así delante del rector? Tenía una pinta de bruto que se las pisaba y venía derechito hacia mí.
– ¡Sarah! – Exclamó con alegría dándome un enorme abrazo que me pilló de improvisto e hizo caer mi pañuelito. Me sentí desnuda. Lo del nombre era lo de menos, ya lo arreglé en su día advirtiendo que era mi seudónimo científico, pero se acercaba cada vez más a mí, y de un momento a otro se descubriría el pastel.
– ¡Brawn! – Mascullé como pude tratando de parecer contenta.
– ¡Oh Dios mío! – Y me miró directamente a mis desorbitados ojos – ¡No puedo creerlo!
– Puedo explicarlo. – En realidad no podía y claro eso me acongojaba e hizo que solo me saliese un hilito de voz.
– ¡No has cambiado nada! ¡Estás igualita que hace cuatro años! – Estaba entusiasmado.
– ¿De-De veras? – Si era una broma, desde luego era muy cruel.
– Mira lo que llevo en el móvil.
Sacó su teléfono y buscó unas fotografías. El resto del grupo acudió interesado.
– Son fotos de nuestra excursión al Cáucaso.
En primer plano podía verse a una chica bastante entradita en carnes con el pelo cobrizo, la cara redonda y llena de pecas. Vestía un horrible vaquero amarillo y una aún más espantosa camisa verde. Parecía un plátano canario.
– Vaya, es cierto, – exclamó el Dr Carballo – !Qué bien te conservas, Daniela, la foto parece de ayer!
Los miré con suspicacia, pero no había el menor asomo de sorna en sus voces. Le eché otro vistazo por si la había mirado mal. ¿Cómo podían confundirme con esa chica?
– Bueno, entonces estaba algo más llenita. – Era una morsa, una morsa llena de pecas.
– ¿Si? – contestó el decano – No, para nada. Lo que sí te veo es que ahora te han salido algunas pequitas más.
– Bueno, en realidad ahora tengo bastantes menos pecas. – ¿Qué se habían creído? Solo en verano me salían un par de pequeñas pecas, y muy coquetas en opinión de muchos.
– Las mismas, ni más ni menos, – juzgó Carballo. – Mira, y aquí tienes ese mohín tan tuyo.
Habían pasado de foto y ahora se podía ver a la ballena frunciendo el ceño en una horrible mueca.
– No, no. Ese gesto no lo suelo hacer yo.
– Mira, si lo estás haciendo ahora mismo, – soltó divertido el rector. Me estaba poniendo de muy mal humor.
– Pues fíjense. A mí me parece otra persona distinta a mí.
– No, lo que ocurre es que en las fotos estás algo más delgadita y eso te da un aspecto más infantil. – Ah no, por aquello ya sí que no pasaba. Era el colmo.
– Definitivamente esa no soy yo.
– Ja, ja, ja. – Coro de risas benevolentes
– Oh, Sarah, hasta tu sentido del humor sigue siendo el mismo, – recordó Brown con emoción. – ¿Recuerdas las noches en Armenia, cuando intentábamos olvidar el frío cantando y contando chistes en nuestras tiendas de campaña?
– No sé ni dónde está Armania. – Mi mosqueo iba a peor y su humor a mejor.
– Oh, Armania está en Italia, le diré que has preguntado por ella. – Y le señaló a los demás otra chica que salía en las fotos. – Eran uña y carne.
Y así siguieron durante quince largos minutos más. Al terminar el acto y la comida, despedimos al Dr. Brown que me regaló unos chocolates belgas que compró, al parecer, recordando cuánto me gustaban. Así que al menos eso me llevo en el cuerpo. El régimen ya lo empezaré cuando se me pase el disgusto.