Bartolomé

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Esta mañana, mientras conversaba amigablemente con Carlota Tabernas antes de entrar a los cursos de doctorado, Patricia Guirao se ha presentado con un novio último modelo colgado del brazo. Era de lo más favorecedor: metro noventa, ojos grandes y castaños, barbilla rotunda, en fin, un ejemplar de los que lucen fenomenalmente en cualquier brazo. Eso me ha hecho pensar en mi propia articulación, de la que lo único que colgaba era mi bolso de los lunes, llamado así porque sólo lo uso esos días de puro tristón que es.

Inmediatamente la envidia ha hecho mella en mi sensible corazón, y cuando Patricia se ha acercado a saludarme, mientras su galán atendía una llamada de móvil, la sonrisa forzada ha cruzado de largo los límites del realismo:

– Hola chicas.
– Caray, Patricia, que novio tan guapo, – ha soltado Carlota dignidad.
– ¿Oh, dónde? – He preguntado haciéndome la inocente. Carlota inmediatamente me ha señalado al muchacho en cuestión y yo he fingido cara de sorpresa.
– No, Bartolomé y yo no somos novios, nos estamos conociendo nada más. – Encima con chulerías. ¿Pero quién se ha creído esta?
– Claro, todavía debes de estar superando lo de Ricardo, que total ¿cuánto hace, una semana que lo dejasteis? – He preguntado inocente.
– No, no no creas, ya hace casi diez días.
– Oh, eso lo cambia todo. – El punto de acidez he tratado de disimularlo.
– Sí, Ricardo es agua pasada. – Qué rápido pasa el agua para algunas, diantres, y Arturo todavía colándose en mi río cada dos por tres. En ese momento el novio en cuestión se ha unido al grupo.
– ¡Hola! – Dentadura perfecta y recién blanqueada – ¿No me presentas a tus amigas? – Y nos ha dado dos besos que me han permitido inspirar su aroma a menta fresca. Tras una breve charla, Patricia y Carlota se han ido aparte a intercambiarse apuntes, así que me he quedado a solas con Bartolomé.
– ¿Sales con alguien? – Me ha preguntado directamente en cuanto las otras dos se han alejado.
– No, ahora mismo no. – Ni pío de que llevo más de seis meses sin tener una cita. Tampoco hay que aburrirlo con los detalles.
– ¿Me das tu teléfono? – Este no se anda con chiquitas.
– Bueno, no sé. No me parece bien, Patricia y yo somos muy amigas. ¿Sabes? – La pura verdad es que apenas pasamos de conocidas, pero qué se yo, el colegio de monjas marca y sé que Sor Victoria no hubiese aprobado otra respuesta.
– Qué tontería, estoy seguro de que a mi prima le dariamos una alegría. — ¡Que pájara! ¡Son Primos!
– ¿Sois primos? – Por fin le voy a sacar algún provecho a los cursos de doctorado.
– Primos hermanos. Me ha pedido que la acompañe porque está destrozada por un tal Ricardo, y para eso está la familia. ¿No?- Y encima buenazo, es mi día de suerte. Le he dado mi teléfono móvil, el fijo de casa y el de mi abuela, mi correo electrónico, mi nombre en Facebook y mi dirección completa. Sólo me ha quedado darle mi tamtám.

Sin embargo, ya han pasado dos horas desde que volví a casa y no he recibido ninguna llamada ni ningún mensaje, y eso que he comprobado más de seis veces que tengo batería y cobertura. Un segundo. Suena el teléfono… Es él… Mi suerte ha cambiado.

Fiesta de Halloween

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Fiesta de Halloween

Menuda alegría me llevé la semana pasada cuando encontré el disfraz de vampiresa deluxe completo y a precio de ganga. Por veinte euros me daban un corpiño monísimo con cintitas en plan molinera del siglo XVI, una faldita negra de tubo y hasta una capita de raso de lo más resultón. Por si fuera poco, también iba incluido una pelucaza a lo Salma Hayek y unas medias de rejilla. Si la modelo de la foto, que no me llegaba a la altura del betún lucía tan estupenda, yo iba a quedar digna del Olimpo. Lo cierto es que resultaba un poco atrevido para mi estilo usual, pero qué se yo, por una vez no está de más pasarse de lujuriosa, que hay que aprovechar. Estaba decidida a ser la sensación de la fiesta de Halloween de Patricia Guirao, en la que, para colmo de dichas, Lucas y Marta Jiménez se habían ofrecido a llevarme en su coche. Como nunca pillo vehículo de gorroneo me hacía casi más ilusión que la fiesta. Llena de emoción me dispuse a las siete a ponerme mi modelazo, que todavía estaba en la bolsa original.

FALDA: Tras diez minutos probando distintas combinaciones me tuve que resignar y aceptar la realidad. Allí no cabía más de pierna y media, pierna y tres cuartos si me ponía en plan egipcia y retorciéndome un poco. Como estoy llena de recursos y plena de entusiasmo cambié de estrategia tratando de metérmela por la cabeza. La cosa iba bien hasta llegar al ombligo y tratar de abrir camino en la zona problemática. Un sonoro RAAAAAAAAASSSSSS dio al traste con mis esperanzas y ha dejado claro que de la falda no se podía esperar mucho más.

CORPIÑO: ¡Pero qué clase de modelo han buscado para la foto! Toda la tela que me faltaba de falda me sobraba en el corpiño. Probé a apretarme los lazos y a base de fruncir la tela conseguí encajármelo, pero, claro, parecía un fuelle, y para nada me estaba quedando como en la foto. Como encima de pronto hace un frío de muerte, ¿dónde diablos iba yo en tirantes? Por supuesto, la opción de ponerse el jersey de cuello vuelto debajo del corpiño iba en contra de la filosofía.

MEDIAS: Me hacían una pantorrilla adorable, pero ahí acababa todo. Y lo digo literalmente porque por más y más que tiré no subían ni un milímetro por encima de la rodilla. Apoyándome contra la pared pude estirar la derecha hasta cuatro dedos por encima de la rodilla, logro que me brindó el entusiasmo necesario para intentar tan espectacular resultado en la izquierda. La avaricia rompe el saco, o en este caso la media. Un silencioso boquete del tamaño de una manzana golden se instaló exitosamente y las medias fueron a hacer compañía a la falda.

PELUCA: El flequillo que a la muchacha de la foto le enmarcaba la seductora mirada, pero en mi caso me enmarcaba la punta de la nariz. Como el tiempo se me echaba encima me apresuré a ir a por las tijeras pero eso de cortar un flequillo recto es más complicado de lo que parece y emparejando, emparejando, casi sin darme cuenta me quedé sin flequillo que emparejar. La peluca sin flequillo quedaba fatal y encima los restos de pelo asemejaban una tercera ceja.

Total, que todo lo que me ha quedado de disfraz era la capa, y mirándome en el espejo parecía el anuncio de “Magia Borrás”. A grandes problemas, grandes soluciones. Ni corta ni perezosa he cogido el teléfono:

– ¿Marta?… Hola guapa… Que mira, que no vengáis a por mi que yo esto de Halloween lo veo muy americano, y he decidido no ir a la fiesta. – Lo ha comprendido perfectamente. Si ella supiese. Lo que más me duele es lo del coche.

Abuelita, qué boca tan grande tienes

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Abuelita, qué boca tan grande tienes

Hoy me he puesto en plan sentimental y he ido a ver a mi abuela, por aquello de que era fiesta y estaba nublado. Me la imaginaba sola, viendo pasar la gente desde su balcón mientras hacía un nostálgico repaso a su vida. Mi visita le consolaría de su solitaria senectud llevándole un poco de alegría. Pero en realidad no sé para qué voy, supongo que mi imaginación no escarmienta. Ni estaba sola ni en casa, sino tomando churros en plaza Bibrrambla con su inseparable y discreta amiga Dolorcitas.

– ¡Hola abuela! – La he saludado uniéndome a la mesa. No es que se las viera muy tristes, la verdad.
– ¡Hola niña! ¿Qué haces aquí? – El tono me ha sonado un pelín a que estaba de más, pero supongo que cualquier abuela se alegra de ver sangre joven.
– He venido a verte, claro está, – le he contestado con una sonrisa mientras me pedía otra ración de churros y un chocolate.
– Claro, pobre, como no tiene novio – le ha dicho ella a Dolorcitas. Es una cosa curiosísima, mi abuela piensa que por el solo hecho de no mirarte ya no la oyes. – Como no espabile se quedará solterona.
– Para que te enteres, abuela, estoy contentísima con mi estado. Lo paso fenomenal siendo single y no tengo intención alguna de encontrar pareja.
– ¿Qué has dicho que eres?
– Single abuela, single. Es un término ingles que se refiere a la gente que, como yo, disfrutamos de nuestra soltería.
– ¿Qué ha dicho? – Ha preguntado entonces Dolorcitas, que es un poco dura de oído y la pobre no veía manera de incorporarse a la conversación.
– Que a las solteronas se les llama single en inglés, – y cogiéndola del brazo con cara de circunstancias – Mi nieta como verás es soltera pero muy leída. Aquí donde la ves es boticaria y está estudiando para médico.
– Abuela, yo no estudio para médico, – he interrumpido enojada. – Estoy haciendo la tesis en edafología.
– ¿No me dijiste que ibas a ser doctora? – Ahora la enojada era ella.
– Bueno sí, doctora pero en edafología, – he aclarado con dignidad.
– ¿Y esos que curan? – Me tenía poco respeto, pero después de esto lo mismo hasta deja de hablarme.
– Los edafólogos no tienen nada que ver con la medicina. Estudian el suelo, las rocas… Esas cosas. – ¿Por qué estaba tan nerviosa? No tengo nada que esconder.
– ¿Y eso para que sirve? – Mirada asesina. Tono severo. Menudo genio tiene esta mujer.
– Pues para…
– Estupendo. Solterona y sin trabajo. Menos mal que sabes inglés, – ha zanjado mientras se levantaba y dábamos por terminada la merienda.

Y aquí estoy. Sentada frente a mi balcón, con los ojos llorosos y haciendo un nostálgico repaso a mi vida mientras veo caer la lluvia. No vuelvo a ir a ver a la abuela en mi vida.

El Complot

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El Complot del hombre del tiempo

Yo no sé que pasa conmigo pero todos los años al llegar esta fecha la misma historia. Cada vez que salgo a la calle me da la sensación de que más que vestida fuese disfrazada. Menos mal que hay algunas solidarias que me hacen compañía, porque otras parece que tuviesen al hombre del tiempo chivándoles las últimas novedades cada diez minutos. Yo por más que lo intento no atino.

Lunes: Me planto mi top lila y mis vaqueros. Salto a la calle con decisión camino a la parada del autobús. Así, de repente, sin venir a cuento, se pone a llover y toda el agua sucia de los charcos se me va colando por las sandalias de dedo. Patricia Guirao, con la que coincido siempre en mis itinerarios, luce magnífica con su paraguas moka y sus botines a juego sorteando, con gracia los charquitos que encuentra a su paso. La envidio.

Martes: Puff, que sueño, pongo el despertador veinte minutos más y me tomo por mi cuenta otros veinte. Cuando por fin despierto apenas me da tiempo de recapturar el mismísimo modelito del lunes. ¿Dónde están el jersey y las manoplas que dejé preparadas anoche? Encima, encontrar un paraguas resulta del todo inviable, así que hago de tripas corazón y me lanzo al asfalto. Sigue lloviendo y hay más charquitos. ¡Qué asco! ¡Qué frío! Menos mal que Patricia me hace un hueco bajo su paraguas y la mitad del camino voy protegida. ¡Mañana no me vuelve a pasar a mí esto!

Miércoles: Hoy se va a enterar Patricia. Después de dar lo mejor de mí misma en la búsqueda de las distintas prendas consigo hacerme con unos botines y un paraguas. No hacen juego, porque el único paraguas que encuentro es el de Hello Kitty que se dejó mi prima el año pasado, pero al menos es un paraguas. La búsqueda ha sido una carrera frenética contra el reloj. Hubiese sido estupendo sacar unos segundos para mirar por la ventana. Luce un sol radiante y hago un soberbio ridículo camino a la parada del Bus. Patricia es el centro de todas las miradas con sus short ibicencos y su camiseta a juego. Me encantaría saber donde se ha comprado las sandalias de esparto porque son preciosas, pero me da vergüenza acercarme con la facha que llevo. A lo mejor no me ha visto.

Jueves: Ocho y veinte de la mañana, y amanece nublado. Esta vez sí que no me pillan. Gracias a Dios he conseguido recapturar mi pantalón de lana gris y una camisa blanca y voy maravillosa con mi chubasquero y mi paraguas. Parezco un anuncio del Corte Inglés. Patricia tampoco va mal con su gabardina Burberrys y su gorrito a juego. Salgo a las doce y cuarto. ¡Mi madre qué sofoco! Ha salido el sol y les garantizo que sudo la gota gorda. Los pantalones de lana me están matando y la camisa la llevo remangada como puedo. Me cruzo con Patricia. Lleva la gabardina en el brazo dejando ver su precioso vestidito de piqué, el gorrito debe ir en su maxi-bolso. Parece un anuncio del Corte Inglés. Les digo yo que esta está liada con el hombre del tiempo.

Jueves: No puedo salir. Tengo un febrón fenomenal. Mi médico dice que es por los cambios de temperatura, que abuso del aire acondicionado y que no me olvide que ya no estamos en agosto. Sospecho que es el padre de Patricia.

El Oráculo de la rebotica

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Coletas a los seis años

Que no, que en la farmacia no me toman en serio. Que esas cosas se notan. A mí me encanta estar allí, porque todo el barrio me conoce desde pequeña y nos tenemos mucho cariño, pero yo pensaba que al licenciarme pasaría a ser algo como Doña Daniela, o al menos simplemente Daniela. Pero que va, para la mayoría sigo siendo Coletas, como a los seis años.

– Coletas. ¡Sácame mis medicinas! – ha ordenado Don Andrés lanzándome su tarjeta desde la puerta.
– No funciona la receta electrónica, – he informado muy profesional.
– Y además estoy yo esperando, – ha señalado Doña Isabel dando un par de abanicazos.
– Será que no sabes usarla. – Como les digo, respeto, así, respeto, no es que me tengan.
– No es mi culpa Don Andrés, está averiada en toda Andalucía, – he añadido dolida.
– Llama a Purita. – Purita es la auxiliar, a la que todos consideran una autoridad en materia farmacéutica. La voz se ha manifestado desde la rebotica.
– ES DE TODA ANDALUCÍA.
– Ah, pues es de toda Andalucía, – ha repetido Don Andrés con reverencia.

– En ese momento al dichoso ordenador le ha dado por reaccionar y yo me he puesto como una loca a demostrar mis cualidades:

– Aquí tiene, Doña Isabel, – he dicho alargándole sus pastillas a la señora, que estaba apunto de abrirse un hueco en el pecho a base de abanico.
– Ni hablar, saca las mías. Las de la caja blanca y azul.
– La marca no se la puedo dar, que se pasa seis euros.
– Mira Coletas que en la farmacia del ambulatorio me las dan sin problemas. – Y mirando a Don Andrés – y más linda y «apañá» que es la muchacha. En el rato que llevo aquí ya habría atendido a seis personas lo menos. – Yo creo que en el fondo me aprecian, pero corcho, podían pensarse un poco lo que dicen. – Pregúntale a Puri.
– NO SE PUEDE DAR LA MARCA. – De nuevo el Oráculo de la rebotica se ha manifestado a mi favor.
– Aquí tiene el genérico, que es exactamente lo mismo.
– Qué va a ser lo mismo – ha contestado indignada. – Y además ésta ni siquiera es la que me disteis el mes pasado.
– HAN CAMBIADO LA PRESENTACIÓN. – No ha hecho falta que reclamásemos su intervención, el Oráculo estaba así de amable.
– “Sara e Iker podrían haberse casado en secreto” – ha leído Don Andrés, que estaba ojeando una revista mientras esperaba. Por un momento he esperado la voz de Purita manifestándose al respecto “SI SE HAN CASADO” O “NADA DE ESO”. Pero no se ha escuchado nada.
– ¡Uy, con quien tenía que casarse ese muchacho es con mi Paquita, que es una verdadera princesa! – Ha dicho sacando pecho Doña Maribel.
– ¿Una princesa tu Paquita? – Ha preguntado algo incrédulo Don Andrés.
– Pues mira sí. Para empezar, tiene un pariente taxista como Letizia. Dos hijos de otro, que es uno más de los que tiene Mette-Marit, y además un padre con mala reputación, como la de Holanda.
– Pues lleva toda la razón, – he concedido reflexiva, – sí que es toda una princesa. – Enseguida Doña Isabel se ha despedido de nosotros y yo he cogido la tarjeta de Don Andrés.
– Coletas, devuélveme la tarjeta.
– Pero si no se la he pasado todavía.
– Ni falta que hace. Sólo venía a refrescarme un rato. Pero ya que estoy aquí me tomas la tensión. Aunque mejor que lo haga Puri, que no quiero molestarte.

Moral inquebrantable

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Don Modesto un día cualquiera

En todos las farmacias hay un héroe, y el de la nuestra se llama Modesto. Sí señor, Modesto es nuestro veterano de Urgencias particular. Está operado de casi todas las patologías que conozco, y hace años ya perdí la cuenta del número de prótesis que lleva. Es algo así como una mezcla entre R2D2 y Polyana. ¡Qué moral! Esta mañana se ha dejado caer por la farmacia con su optimismo habitual:
– Muy buenos días, Dani – saludó al entrar con media sonrisa. Digo media porque la otra media no la puede mover por una parálisis facial sufrida tras una de sus intervenciones. Él cree que le da un aire interesante, pero yo no sé qué opinar.

– Me alegro de verle. ¿Cómo va todo?

– No me puedo quejar. – Les digo yo que sí que puede, pero no lo hace y ya está. – Necesito estas cosillas – y me alarga un buen taco de recetas.

– ¿Ha ido a revisión?

– ¿Revisión? No, no. Es que me han operado de unos cálculos en el riñón.

– ¡Oh, vaya! ¿Todo bien?

– Fenomenal, nunca me habían operado del riñón, y lo cierto es que la experiencia ha merecido la pena.

– Más que de una operación parece que viniese de un crucero.

– Sí, me han tratado como a un rey. Anoche para cenar me pusieron un pollo con arroz que no se lo salta un galgo. Da gusto dar con buenos profesionales. No llegué a estar ni media hora en el quirófano. – Estaba claramente admirado.

– Pues me alegro. Que eso de las piedras dicen que es muy molesto, y usted ya se las ha quitado de encima.

– Bueno, quitármelas, lo que se dice quitármelas no me las han quitado aún, porque se confundieron de riñón. Pero estoy muy contento porque me dijo el Doctor Miranda que en el que me abrieron no había ni un grano de arena. ¡Qué médico el Doctor Miranda! No quedan muchos como él, si vieras qué obra de arte me ha hecho con los puntos, – y me enseñó su nueva cicatriz.

– Muy mona, lo que tiene mala pata es que se confundieran de riñón.

– Sí, pero lo bueno, como dice el Doctor Miranda es que la siguiente vez aciertan seguro.

– Tiene usted una moral de acero.

– Y no es lo único de acero que tengo, – respondió pillín golpeándose sonoramente la pierna izquierda.

– El colirio no lo tengo hasta esta tarde, – dije devolviéndole una de las recetas.

– ¡Ay! ¡Si ya no lo necesito! – Informó eufórico. – ¡Me han quitado las cataratas!

– ¡Atiza, que bien! Una cosa arreglada. – Por fin un golpe de suerte.

– Y arreglada del todo. Mi oculista no es una mujer normal, es un ángel. En cuanto empecé a contarle el problema me dijo “Modesto, esto lo vamos a cortar de raíz”. Y dicho y hecho, en un plis-plas me había sacado el ojo. Mira la maravilla que me han puesto en su lugar. – Y se golpeaba el ojo derecho. Clin, clin. ¿a que suena como el de Murano?

– Lo mismito del todo. – Una curiosidad me atenazaba. – ¿Son familia el Doctor Miranda y la oculista?

– Hermanos, y hay un tercero que es otorrino. Me va a ver la semana que viene porque parece que tengo un tapón de cera. – Miré nostálgicamente a su oreja. Tal vez fuese la última vez que la viese. – Bueno, me voy. Hasta otra, Dani.

– Adiós Don Modesto. – Adiós oreja, añadí mentalmente.

Amor de patio de colegio

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¡Qué poquito se cambia!

Nunca se sabe dónde va a surgir el amor. Te lo encuentras en los sitios más inesperados. Y si no, juzgad vosotros mismos con el caso de Berta, la última cliente de mi hermana Claudia en su consultorio sentimental.

Querida Claudia:
Hace dos semanas que no duermo. No puedo dejar de pensar en él. Verás, el nuestro fue uno de esos mágicos reencuentros que salen en las películas. Javier Tordesillas y yo nos conocimos a los siete años en el patio del “Santa Catalina” mientras compartíamos un bocadillo de paté. Te digo que fue amor a primera vista, y, aunque han pasado más de veinte años, cuando el otro día me lo crucé en el Starbucks creí que me moriría. Me miró, sé que me miró, pero sigue tan tímido como cuando era un niño y no se atrevió siquiera a saludarme. Desde ese día no puedo dejar de pensar en él. ¿Tendrá novia? ¿Estará casado? ¿Fue tan importante para él como para mí aquel sandwich que compartimos en el recreo del 88?

El caso me enterneció de inmediato y le pedí a Gabri, mi exnovio informático, que intentase localizar al muchacho. Gabri es un cielo, lástima lo de su tupé, porque sin él nuestra historia hubiese sido muy distinta. La cosa es que no tardó en localizar a Javier y ponerme en contacto con él para tantear su situación. El corazón me dio un brinco cuando me enteré de que estaba libre y sin compromiso e inmediatamente me puse manos a la obra.

Querido Javier:
Me ha dicho un pajarito que alguien de tu infancia que guarda un importante recuerdo de ti le encantaría retomar el contacto contigo. El otro día os cruzasteis en el Starbucks ¿Sabes ya quién es?

Querida Claudia:
Sé de qué recuerdo me hablas. Ya era hora de que Diego Romerosa se dignase a devolverme mi balón de baloncesto. La verdad es que ya lo daba casi por perdido.

Querido Javier:
No me manda Diego Romerosa, de hecho no sé ni quién es. La persona de la que te hablo es una chica, una compañera muy especial de tu infancia con la que al parecer compartiste un bocadillo de paté.

Querida Claudia:
¿Has hablado con Carlota Vílchez? Por favor dile que fue el mejor bocadillo de mi vida.

Querido Javier:
No es Carlota.

Querida Claudia:
¿Irene Malagón?

Querido Javier:
Tampoco es Irene Malagón. ¿Con cuántas chicas compartiste bocadillo? ¿Eras el clásico gorrón o qué? Se llama Berta Cienfuegos.

Querida Claudia:
Te has confundido de Javier, no he oído ese nombre en mi vida.

Querida Javier:
Te ha identificado en una foto de grupo. La conoces fijo. Vuelve a mirar tu álbum de primaria. Es la tercera empezando por la derecha desde Sor Rosa.

Querida Claudia:
Soy Berta. ¿Cómo va la cosa? ¿Te ha contado ya como conectamos en el Starbucks? He estado hablando con mi amiga Carlota y dice que le suena que no tiene novia.

Querida Berta:
Ahí estamos, ahí estamos. Por cierto, no le quites ojo a Carlota.

Querida Claudia:
¿Es la que ocupa medio patio? ¿Se llamaba Berta? La llamábamos la Fuagrás. Qué curioso que no fuese su nombre de pila. Nunca lo pensé. Se lo tengo que contar a Diego Romerosa. Va a flipar cuando se entere de que la Fuagrás está colada por mi. Voy a buscarlo en Facebook y de paso le pido mi balón.

Javier:
Berta ha adelgazado mucho, ahora se encesta en una 38-40 sin dificultad. Si se entera de que la llamabas la Fuagrás le romperás el corazón.

Querida Claudia:
No puedo esperar más. ¿Me quiere o no me quiere? Por cierto, Carlota está felizmente casada con Agustín Barros, el pelota de la clase.

Querida Berta:
Ten paciencia. No estoy segura de que este chico te convenga.

Querida Claudia:
No lo juzgues mal. Es que es muy tímido. En el cole llevaba una prótesis dental y le llamaban Alambres. Creo que no lo pudo superar.

Querida Claudia:
Soy Agustín Barros, el marido de Carlota. Berta me ha dicho que estás en contacto con varios de la promoción y querría invitarlos a unirse a mi grupo de Facebook “Admiradores del Santa Catalina y de nuestra bienamada tutora Sor Rosa”

Querida Claudia:
Pregúntale a Fuagrás si sigue en contacto con Carlota. Eran bastante amigas.

Querido Alambres:
No me fastidies. Si quieres una cita con Berta bien y si no búscate la vida. Carlota es feliz junto a Agustín Barros.

Querida Claudia:
¿El pelota de Agustín se ha casado con Carlota? No me lo puedo creer.

Querida Claudia:
Soy Agustín, Javier me ha mandado un correo muy salido de tono, se lo he contado a Sor Rosa, con la que sigo en contacto gracias al coro del colegio del que soy director, y dice que si no cambia su actitud hablará con sus padres.

Querida Claudia:
Soy Javier. Dile al pelota de Agustín que ni se le ocurra darle un berrinche a mi madre o le suelto a Sor Rosa quien se copió todo el examen de ríos y afluentes sin más contemplaciones.

Querida Claudia:
Soy Berta. Por error me has reenviado el mail del imbécil de Javier. ¿Me llamaba la Fuagrás? ¿Pero que se ha creído el Alambres? Y yo guardando su asqueroso balón durante veinte años debajo de mi cama. Se ha mudado tres veces conmigo.

Querida Claudia:
Soy Diego Romerosa. Alambres me ha contado que estás en contacto con Berta. ¿Podrías darme su teléfono? Lo cierto es que aunque han pasado veinte años sigo acordándome de ella un montón. Era la mejor chica del cole. Una vez, le di la mitad de mi bollicao.

Querida Claudia:
Soy Sor Rosa. ¿Puedes decirle a los muchachos que el mes que viene celebramos el centenario del colegio? El padre Andrés y Agustín Barros están organizando un concierto llamado “Los chicos del coro 20 años después” y le encantaría contar con Diego en el papel de Morhange.

Querida Claudia:
Perdona que no te haya escrito antes pero es que estamos muy liados con los preparativos del concierto del padre Andrés. Gracias por darle mi dirección a Diego. Me acordaba del bollicao. No es como el paté pero lo cierto es que estaba delicioso. Dile a Javier que le he mandado su balón por correo por si no puede venir al concierto.
Un beso enorme de
Diego y Berta.