Querida Policía:
Has estado presente en mi vida desde mi niñez.
Os he visto actuar a saco en la Plaza Easo de Donosti cuando erais los ‘grises’ y las siglas eran las FOP, las odiadas Fuerzas de Orden Público franquistas. Os recuerdo en el cuartel de la Policía Nacional en Aldapeta, junto a mi colegio, Marianistas, con vuestros pañuelos al cuello azules, amarillos, rojos, con ganas de dar hostias y vuestras miradas de odio.
Pasó el tiempo y los grises mutaron. Ahora el uniforme es marrón. De ahí el actual apodo por el que a los policías se les llama ‘maderos’. Recuerdo el Plan ZEN, Zona Especial Norte, en el que los agentes de la Policía Nacional patrullaban en parejas cada rincón de mi ciudad y nos cacheaban una media de tres veces al día. Todos íbamos, con apenas 15 años (madrugaban los años ochenta), con nuestro DNI y nos sabíamos el número de memoria -quincenueveochosieteseisdoscuatro- por si las flies (moscas).
Al final, cuando salía de casa a las siete y media de la mañana, todavía de noche y lloviendo, para ir a clase a las ocho, y es que los cursos en Marianistas empezaban a las ocho de la mañana y terminaban a las seis menos cuarto de la tarde, solo estábamos en la avenida de Sancho el Sabio este que os escribe, sus compañeros de cole, y la pareja de ‘maderos’, guarecidos del sirimiri, ateridos de miedo que no de frío.
Yo, al final, les saludaba. Y ellos me devolvían el saludo. Creo que fue el único calor que recibieron durante sus largas guardias del Plan ZEN.
España multicolor y los maderos cambiaron de color, esta vez azul, del todo europeo, pero se quedaron con el apodo. Yo ya había terminado la Universidad y estaba currando en el oficio. La cara de sospechoso me perseguía y tengo acumuladas mil anécdotas. Pero como siempre fui legal, nunca trascendieron.
No me resisto a recordar dos de ellas.
La primera acontece de madrugada en la frontera entre Bélgica y Francia. En el coche, Santi, Jose y yo. Venimos de recorrer Escandinavia y bajamos rumbo al Sur con parada y fonda en Amsterdam. El auto, completamente lleno de mochilas, bolsas, cañas de pescar, pelotas de fútbol, comida, restos de comida, mantas, sacos, tiendas de campaña y en todo lo alto del maletero, para que llegue en buen estado, una inmensa caja de bombones belgas que Jose le ha comprado a su abuela.
En esto que los agentes, en francés, nos preguntan que de dónde venimos. Les respondemos que de Escandinavía vía Amsterdam. Entonces -lo estoy viendo-, uno de los gendarmes, que son belgas, con bigote, nos dicen al escuchar la palabra «Amsterdam»: «¡Chocolate!, ¡Chocolate!». Y Jose, expedito, afirma con la cabeza, se acerca al maletero, saca la caja inmensa de bombones de su bolsa de plástico, la abre y le dice en español de Bilbao a los dos agentes, pasmados ante la escena, atónitos ante el aplomo: «Chocolate de vuestro país. Queréis un bombón?», mientra Santi y el menda no sabíamos si ‘espollarnos’ vivos a carcajadas o matarlo a collejas al cabrón.
La segunda me ocurrió viniendo de Helsinki, capital de Finlandia, Nokialand entonces. Corría 1998. tomé un avión a Amsterdam y desde Schipol otro a París, donde compré un billete del TGV (el AVE francés) rumbo a San Sebastián. El TGV entra directamente en Irún, en la estación internacional y ahí llegué yo sobre las diez de la noche tras haber partido por la mañana de Helsinki.
Nunca tuve que enseñar ni el DNI ni el Pasaporte. Tampoco me lo pidieron… hasta que puse el pie en Irún. Salí del TGV con mi mochila y un agente de paisano marcando paquete -lo sé porque junto al paquete llevaba prendida la chapa del Cuerpo Nacional de Policía-, me dio el alto bruscamente y me pidió la documentación.
Mi hermana Txuri me estaba esperando al otro lado y me sonrió. Mi maldita cara de sospechoso me la estaba jugando otroa vez. «Sin problemas», le respondí. Y me senté en el suelo dispuesto a deshacer mi enorme mochila, ya que le dije que tenía la documentación al final del todo. 15 minutos después, solos el poli y yo en la estación, yo no había terminado de deshacer la mochila y el Poli digo que se hartó y se piró: «Déjelo», me dijo. Fue mi primera victoria. Me estaba haciendo mayor.
Ahora, soy padre. Y la Policía ha pasado de ser una especie de maldición a una bendición. Ir con un bebé, con una sillita, con pañales, oliendo a talco y colonia, es un salvaconducto. Ahora, me sirven y me protegen. Y estoy encantado con ellos. El enano crece pero sigue siendo un salvaconducto a prueba de controles, cacheos y debe cambiar mi eterna cara pirata de sospechoso en una tierna estampa de un papá bobalicón.
Pero ha sido ver las imágenes de Valencia, y me ha salido de dentro una rabia que hacía tiempo tenía olvidada. Ha sido ver a un tipo de más de metro ochenta, cachas, con botas, casco y todo tipo de protecciones antidisturbio empotrar de un empujón contra un coche a un par de chavalas y me he encendido.
Este tipo de acciones policiales completamente desproporcionadas en las que el superior policial califica como «el enemigo» a los civiles a los que debe servir y proteger no hacen sino sembrar la semilla del inconformismo con las injusticias, vengan de donde vengan; de los valores democráticos; de la solidaridad; de la unión.
No es precisamente una educación en valores pero estas acciones policiales violentas y completamente desproporcionadas siembran las ganas de tener una Policía Nacional profesional, preparada, eficiente.
Lo mejor de todo esto es que las acciones de este tipo tienen consecuencias.
Querida Policía: Gracias. A los que habéis estado pegando son a los que teniaís que proteger. Son los estudiantes que son el futuro. Son los que lograrán que, mañana, esa Policía Nacional de Valencia sea profesional y esté preparada.
Y mientras tanto, creo que sigue el frío en las aulas del Instituto Luis Vives.
Manda huevos.
POSTDATA:
Dos piezas periodísticas de lectura obligatoria.
.-‘Contra el frío, revolución’, publicada en la sección V de Ideal, por Arturo Checa.
.-Editorial del diario El País: ‘Un serio error’.
POSTSCRIPTUM
Estoy en Bilbao, donde estudié la carrera de Periodismo, y brilla el Sol. Creo que ya puedo morir tranquilo 😉
CRÉDITOS
Ilustración vista en el blog ‘El desierto de Juan Tengo’