La palabra bikini es verano por definición porque lo define y sin más. Un bikini es un sueño para un hombre y para una mujer. Para el primero quitarlo y para la mujer no tengo muy claro si ponérselo o dejárselo quitar. Quizá alguno de vostros, queridos lectoras y queridas lectores, me lo explique.
De momento, sigo sin pisar la playa, así que hablo de oídas. Pero como por el Facebook me mantienen informados, he puesto una foto que Laura ha colgado en su muro del Feis y que encierra con sus azules y sus rayas una elipsis del tiempo que pasa por delante, como las oportunidades, como los bikinis, como el tiempo pasa y Mari Pili, Oooooooooh… sigue sonando cada vez que pienso en la playa.
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.-El proyecto ‘Un verano, 50 posts’ se publicará en este blog del diario Ideal, Cableados
.-La etiqueta propuesta en Twitter es #50posts
El verano es la metáfora de la vida.
Ayúdame a recoger en 50 posts, uno al día, que son los que me quedan para pillarme mis vacaciones, medio centenar de ideas, de aromas, de sensaciones, de libros, de tebeos, de canciones, de novelas, de películas, de resta urantes, de ciudades, de personajes que sirvan, entre todos, para documentar un verano pluscuamperfecto.
.-Nº1: El verano son besos
Empezamos con un beso.
Pero qué beso. Mándame tu beso favorito en forma de canción, frase, foto o vídeo y te lo publico.
El verano es un gin tonic y encima está de moda. Lo refleja la fotografía, en la que aparece mi amiga Luisa, compañera pirata en el Candela, detrás de uno adornado con pétalos de flores rojas, en Malasaña, en Madrid, hace un par de años. No estuvo nada mal por aquello de la novedad, pero la cosa se ha salido de madre y es mejor recomendar una vuelta a los orígenes.
El retorno se hace leyendo este artículo pluscuamperfecto de Pablo Martínez Zarracina en El Correo de Bilbao. Se titula ‘Los años del gin tonic‘ y pone las cosas en su sitio:
«Todo es un pequeño despropósito. Sobre todo cuando hablamos de un trago viejo, noble y humilde. Cualquiera que haya visto a un inglés de cierta edad prepararse un ‘gin and tonic’ sabe que no hay lugar para tanta pose. La receta clásica sería algo así. Se coge un vaso cualquiera y se le quita el polvo, o no. Si encuentras algo parecido a hielo en algún lado, se echa una piedra. Ginebra a discreción. Tónica, un poco, cualquiera, si hay abierta, tampoco es imprescindible. Rodaja gruesa de limón y golpecito con el dedo o con el cuchillo que ha cortado el limón (en su libro ‘On Drink’ Kingsley Amis permite que las mujeres y los niños utilicen un cuchillo limpio). A continuación, todo para adentro. Y Dios salve a la Reina. Y que vengan esos malditos zulúes si se atreven, soldado Owen». (Lee el artículo completo. Me lo agradecerás)
Os dejo con este vídeo que tiene ya cuatro años. Aquí nació el grito: Camareroooooo. Hay un pepino en mi gin toooonicccc!!!
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El verano es la metáfora de la vida.
Ayúdame a recoger en 50 posts, uno al día, que son los que me quedan para pillarme mis vacaciones, medio centenar de ideas, de aromas, de sensaciones, de libros, de tebeos, de canciones, de novelas, de películas, de resta urantes, de ciudades, de personajes que sirvan, entre todos, para documentar un verano pluscuamperfecto.
.-Nº1: El verano son besos
Empezamos con un beso.
Pero qué beso. Mándame tu beso favorito en forma de canción, frase, foto o vídeo y te lo publico.
Somos una ración.
Por eso, mi amigo El Pingue, cocinero bueno y gran persona, ha lanzado este verano una iniciativa Ñam Ñam con el título #hagamosalgo, seamos #FOLOGÜERS
«Haber sido de pueblo o de barrio tiene sus contraindicaciones. La primera es que cuando viajas al centro pierdes la perspectiva. Calles amplias, llenas de gente, coches y franquicias de bares y restaurantes. Nos dijeron que el viaje a la ciudad suponía tener oportunidades, tocar el progreso con nuestras manos, pasar de ser un cateto o de barrio, a ser un ciudadano, del centro, de donde vivían los ricos. Ahora los barrios son letreros, carteles de liquidación por cese, bares a los que se les va cayendo el cartel o que tiene la verja carcomida, llena de óxido y mugre. Bares.
Mi infancia la pasé en un pueblo y recuerdo el ambiente en verano del bar. Gente jugando al dominó, fumando un Farias, tomando un sol y sombra, la mujer con un café con leche charlando con otras y otros, ambiente de comunidad. Los domingos. “El día del señor” en Villaco significaba que el bar tenía vermú. Salían bandejas de calamares a la romana, langostinos plancha y los críos, a veces, tirábamos de mosto. Ahora, el domingo, termina en un centro comercial, con las familias mirándose a los ojos apesadumbrados tras comerse el menú más grande de la lista. Cambio de hábitos..
Pero, ¿qué pasa con los bares de los pueblos, del barrio, regentados por familias, o por casi jubilados que están desesperados o a la espera de que llegue un chino y les saque de la ruina o de la desesperación en el mejor de los casos?
Por eso hoy propongo esta idea: #hagamosalgo. Hagamos algo sin que se nos mire con recelo, como advenedizos con ínfulas. Reconozcamos que la ruta por los grandes restaurantes de nuestro país es irreal para la inmensa mayoría, que muchos ni la pagamos, que aunque ellos lo pasen mal tienen recursos, conocen qué timbres llamar, cómo aparecer en los medios, y quizá pasen el desierto con una cantimplora mayor.
Hagamos algo por el pequeño, por ese bareto o restaurante que hacía barrio, en el que escuchabas a la gente discutir por la “cinco doble”, o por el órdago. Sí, hacer algo por la gente que alguna vez te hizo pasar un buen rato y alguna más aguantó tu pena, tu rollo y tu escasa educación. ¿Eres blogger gastronómico? Pues ahí está la vida real, la de las estrellas queda lejos, como ellos dicen, para ocasiones especiales, para cuando haya que celebrar algo, incluso para darte un homenaje sin tregua y ponerte al día de lo que actualmente se cuece.
Mientras, mira a tu alrededor, recuerda aquella jarra de cerveza fría, las banderillas, la patatas all i oli, el fricandó, la bacaladilla rebozada, diría que “la comida viejuna” del Comidista. O échale un cable al jovenzuelo que tras stages en restaurantes de postín ha abierto cerca, que apenas tiene público pero que el tipo se esfuerza. Abre los ojos, coño, que el barrio se muere, que el pueblo se queda desierto, que tu vida es menos vida si no vas. #hagamosalgo, seamos #FOLOGÜERS».
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Mi recomendación es el bar Pepe. En la esquina de la calle Fernando El Católico de Málaga, detrás del Santuario de la Victoria, a la altura del número 78 más o menos.
Es un bar de barrio sin concesiones. Música de los ochenta de toda la vida, desde Queen a Extremoduro o Bruce y los Stones mientras te metes medios litros de cerveza La Victoria helada con unas conchas finas, mejis, navajas, rosada con alioli, un pinchito moruno, unas croquetas de puchero, gambas cocidas y tortitas de camrones, que es lo que me acabo de meter entre pecho y espalda con mi compay Nacho Lillo, del diario SUR.
No tiene comedor pero hay media docena de mesas estupendas y, en la calle, la esquina es un traqueteo de tapas y cañas, como tiene que ser, sentada la peña en torno a los clásicos barriles y bajo la sombra del entoldado, del tinglaíllo, como dicen por acá.
En las paredes, las pizarras que anuncian y clasifican la comida en tapas, tapas del día, recomendaciones, fritos, mariscos, plancha y raciones. Un lujo, orgía palatal, pescaíto freso y si tienes huevos, al final, te pides un codillo, que lo bordan.
Si no se te han saltado las lágrimas hasta ahora, lo harán cuando veas el precio, porque te entran ganas de decirle al camarero: «No me cobres solo lo mío, cóbrate lo de todos».
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Os dejo con el Orfeón de la Castaña, de la sociedad gastronómica donostiarra Gaztelubide, que tienen pintas de haberse fcomido todo lo que cantan.
Bueno, pues ya sabes, a decirnos en Twitter con la etiqueta mencionada o por el Facebook o en los comentarios cuáles son vuestros santuarios gastronómicos de barrio.
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«Dado que vamos a pasar aquí, al pie del cañón, todo agosto enterito, de cabo a rabo, de principio a fin, de 1 a 31… ¡vamos a tratar de publicar un post diario, incluyendo sábados, domingos y fines de semana. Una entrada diaria que, al margen de la actualidad, las citas, la opinión, los cuentos, los relatos y las mamandurrias varias (adoro esa palabra) sirva para recomendar un libro, un disco, un tebeo, un concierto, una película, una exposición, una obra de teatro, un documental o una serie».
Así que os recomiendo que le sigáis, que seguro que merece la pena y enlaza post tras post un recorrido inicático que supondrá una inyección de optimismo y cutura recomendada. Y a Lens le pega Elvis Presley, aunque él no lo reconozca.
¿Qué crees tú que le pega al señor Jesús Lens?
Por lo demás, de Lens a Lens y tir porque me toca, no puedo dejar de recomendar el, probablemente, mejor blog de fotografía que conozco. O al menos, uno de ellos: Lens en The New York Times.
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Soñé que tenía la casa perfecta, lejos de arquitecturas, construcciones y materiales. Era una casa con ventanas. Con muchas ventanas. Una casa en la que daba igual dónde estuviera ella o dónde tú. Una casa-verano, la Casa de la Bomba, por ejemplo.
Una casa en la que las ventanas de la cocina, ‘sukaldea’ en euskera, una de las palabras más bonitas que hay, ya que ‘Sua’ quiere decir fuego, dan al muelle donostiarra, con la bahía de La Concha en medio de la bruma del amanecer que viene con el sirimiri y que desde abajo sube el olor a pan recién horneado y las voces de las pescateras anunciando sus productos, junto a las baserritarras, las damas de los casheríos, con sus lechugas y su queso de oveja latxa, en el mercado de La Brecha, donde hablaba euskera con mi abuela Pepa.
Luego están las ventanas del salón, desde donde se ve Sierra Nevada, majestuosa, con unos atardeceres en los que el sol del sur la pinta de tonos rojizos, cobrizos, carmesís, rosas áureos y convierten en una sinfonía arco iris la partida del sol hasta que la luna, llena lunera, aparece como contrapunto sobre un azul cobalto que te bloquea y anestesia en belleza. Orgasmo.
Las ventanas de los dormitorios son mucho más personales, pero por una, seguro, se ve Malasaña por donde la calle san Andrés y otra es Getxo, en Vizcaya, desde donde al fondo aparece Bilbao, humeando en verde, presa de la mutación que proporciona la llegada de la belleza.
Mi despacho tiene un ventana que da no ya a otro lugar sino a otro tiempo, por ejemplo, Cádiz, cuando embarcaban los Tercios Viejos de Flandes o uno cambiaba de vida para hacerse las Américas y convertirse bien en pirata bien en desesperado.
Podría seguir ad infinitum, pero es mejor que me cuentes qué se ve por tu ventana. O que te gustaría que se viera.
Y recordar. Periodismo es curiosidad, como asomarse por una ventana. En verano, La Ventana de Cadena SER, con mi amiga Purificación Beltrán.
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