Etiqueta: Ciencia Ficción

31 días de agosto: Distopías (Día 20)

Hoy estoy tan contento que me voy a echar en brazos de Cioran y de las distopías. Así, por molestar. Ya que no puede ser que uno se conserve como Brad Pitt porque simplemente no es Brad Pitt, seguiremos de mano con razonamientos inversos y nos volveremos a dar cuenta que no hay nada más importante que despertarse feliz y descansados por la mañana y esperar a que esos ojos que buscas te encuentren, que alguien te regale una canción, que la comida esté rica.

La alienación humana, el más destacado de los temas presentado por Jean-Paul Sartre y Albert Camus, es formulado en 1932 por el joven Cioran: «¿Es posible que la existencia sea nuestro exilio y la nada sea la casa?» (De lágrimas y de santos). Es darle la vuelta completamente a toda la línea de pensamiento. Y cada vez me parece que es más así. La casa es la nada. Y esto de la vida es la contingencia. O como se diga. Hay que pensar que las obras de Cioran abarcan muchos y variados temas: el pecado original, el sentido trágico de la historia, el fin de la civilización, la negativa del consuelo por la fe, la obsesión por la vida eterna, como una expresión del hombre metafísico o el exilio.

Por tanto, reciclo de pensamientos anteriores publicados en este mismo blog y creo que hoy podemos definir la vida como una distopía. Donde la utopía no sería ya la vida eterna que se concibe en la religión, sino que la utopía sería el amor, ese magma que te quita los problemas y te hace feliz. Es decir, una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Esta sociedad distópica suele ser introducida mediante una novela, ensayo, cómic o cine (Leer la entrada en Wikipedia). Y en el caso que propongo, se introduce con un beso. ¿Me sigues? El beso que nace en la distopía para huir a la utopía del amor. El beso que nace en la inexistencia para construir algo que nos libre de la nada.

Algunas distopías de la primera mitad del siglo XX o a mediados de siglo advertían de los peligros del socialismo de Estado, de la mediocridad generalizada, del control social, de la evolución de las democracias liberales hacia sociedades totalitarias, del consumismo y el aislamiento (1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury).

Personalmente, la distopía más allá del concepto no es más que un producto cultural,mejor dicho, contracultural.

La distopía será entonces un exoesqueleto en el que podamos colgar nuestros experimentos cerebrales para luego ver del resultado qué pedir en un menú del día, por ejemplo. Va en serio.

La distopía es también el componente del metaverso (leer la explicación del concepto): «Los metaversos son entornos donde los humanos interactúan social y económicamente como iconos, a través de un soporte lógico en un ciberespacio que actúa como una metáfora del mundo real, pero sin las limitaciones físicas allí impuestas».

Pero sobre todas las cosas, la distopía es un término cyberpunk (Leer la explicación de Cyberpunk en este link), lo peor de nosotros, el lado tenebroso, el que a nosotros mismos nos da miedo pero, al final, brilla la esperanza porque la distopía es como un espejo de dos caras que te guiña y que, sin quererlo, te engulle, avaricioso, hasta que reconoces tus sombras y brillos, frágil como el tiempo. Es la Oscuridad de un mundo mal hecho que quiere vengarse de todos. En la distopía perfecta la bandera es de color negro esperanza

En mi distopía perfecta esa bandera negra lleva los huesos cruzados sobre la calavera del último pirata honrado. El del último beso robado.

Las vacaciones son el remedo cualificado e inútil de la distopía veraniega. Y los besos. No me canso de decirlo este verano.

-Un beso francés, con lengua, que te propone Blondie

-Un beso macho alfa de Tom Jones

-Y estos, que ya no sé ni cómo definirlos

Recuerda. Hay que besarse más. Y en verano, mucho más

Todos los posts de #31diasdeagosto
-Día 1: Los 400 golpes
-Día 2: A todo gas
-Día 3: The Motorcycle Boy Reigns
-Día 4: On the road
-Día 5: Trece Rosas
-Día 6: Easy rider
-Día 7: The Last Waltz
-Día 8: Martin Rock and Roll Scorsese
-Día 9: Travis, Luke, Beatrix, Catherune y Léon
-Día 10: Natalie
-Día 11: BB
-Día 12: París
-Día 13: Sex
-Día 14: Un Negroni
-Día 15: Poke
-Día 16: Moloko
-Día 17: Tarantino Sound
-Día 18: Nick
-Día 19: Corto Maltés

 

31 días de agosto: Moloko (Día 16)

Stanley Kubrick llevó al cine en 1971 la novela de Anthony Burgess La Naranja Mecánica (1962). ¿Qué podría salir mal cuando hay dos genios entre medias? La película es una distopía extrañísima pero la fuerza narrativa y la fuerza audiovisual, el ambiente y el musicón logran envolverte desde el principio. Termina la película y tú también terminas, pero con ansiedad. Es una película de la que luego sigues hablando y hablando. Y es una película también que forma parte de la cultura pop.

La primera escena es soberbia. Es en el Moloko, nombre del bar en el que los protagonistas se juntan. Nada más ver esta primera escena del bar Moloko, ya nos damos cuenta de que van a suceder cosas raras.

La película, filmada en el Reino Unido, relata las desventuras de Alex DeLarge —Malcolm McDowell—, un delincuente juvenil cuyos placeres son: escuchar música clásica —en especial de Beethoven—, el sexo, las drogas y la «ultraviolencia». Y quien es el líder de una pandilla de ladrones (Pete, Georgie y Dim), a quienes llama drugos y con los que comete una serie de violentas fechorías, hasta que es traicionado por ellos y capturado por la policía. En un intento por salir de prisión se somete voluntariamente a una técnica psicológica de rehabilitación conductista experimental conocida como método Ludovico. La terapia funciona, Alex es liberado y ahora debe enfrentarse a su pasado desde su nueva conducta social condicionada. La mayor parte del filme se narra en nadsat, una jerga adolescente ficticia que combina lenguas eslavas —especialmente ruso—, inglés y la jerga rimada cockney. En España e Hispanoamérica, algunos términos fueron adaptados al idioma.

Y como toda obra maestra, dejó huella. Por ejemplo, mi bar favorito de Madrid se llama Moloko. Y la primera vez que fui me cautivó. En su fachada mostraba un enorme grafiti de The Jam. No se puede empezar mejor.

Nació por el empeño de un melómano, Sabi Palacios, entonces un chaval de Madrid que buscaba darle una salida a su pasión por la música. Había empezado escuchando canciones de los Beatles, The Who y Tequila. En muy poco tiempo se convirtió en un coleccionista empedernido de discos. Un día, decidió crear un club donde pincharlos. Peinó Malasaña hasta que dio con el local perfecto. Dos meses después, tras una reforma que ejecutó con sus manos, el número 12 de la Calle Quiñones se convirtió en Moloko Sound Club, en homenaje al bar donde se reunían los protagonistas de La Naranja Mecánica, según publica El Mundo.

Recuerda. Hay que besarse más. Y en verano, mucho más

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-Día 2: A todo gas
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-Día 8: Martin Rock and Roll Scorsese
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-Día 10: Natalie
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-Día 15: Poke